Primera parte:
El plan es sencillo. Cuatro tíos.
Una tienda de chinos. Patada a la puerta y entran tres. El otro
vigilando desde el coche. Gritos. Órdenes. Mensaje sencillo y
conciso, que no están las cosas para andar pidiendo traductores a la
embajada. Chino, ya me vas abriendo la caja y la vacías en esta
bolsa. Tú, la del mostrador, saca los cartones de tabaco. No nos
toquéis los cojones que no estamos para tonterías. Todo esto
apuntando con la recortada y la cara tapada con medias. Así rollo
película de Hollywood. La cosa cuaja y los dependientes obedecen. El
tercero, a falta de nada mejor que hacer arrampla con los estantes
cercanos. Los nervios son muy malos y a unos les da por fumar como si
no hubiera un mañana. A otros, en cambio, por la comida basura. La
vida es simple, naces y mueres y antes o después todos acabamos
siendo pasto de gusanos.
La cosa termina. Los tres
saliendo. Uno de los de dentro que quiere emular a los de la saga Lee
y acaba como Brandon. Pum. Plomazo en la cara. Cirugía radical. De
valientes el cementerio está lleno y éste va camino del olimpo de
los héroes anónimos. La herramienta aún suelta humo cuando se
montan en el coche. Respiración entrecortada y subidón de
adrenalina. Hora de salir por piernas de allí, no sea que tanto
ruido traiga oídos curiosos y estos vistan de azul y piloten un
coche patrulla.
Segunda parte:
Las cosas van como van. La pasta
se pule. Demasiadas fiestas. Demasiada farla. Demasiadas putas. Y
claro, la avaricia rompe el saco y cuando éste se queda sin un pavo
toca volver a las andadas. Si una vez la cosa ha funcionado, por qué
no lo va a hacer otra. Y al lío. Mismo modus operandi. Otra
tienda de chinos y el mismo rollo. Pero claro, tanto va el cántaro a
la fuente que se acaba rompiendo. Y en la calle, esta rotura siempre
se ve precedida por lenguas que hablan demasiado y oídos indiscretos
que oyen más de la cuenta.
Nueva patada a la puerta.
Cristales saltando por los aires. El clinclinc de un móvil que
cuelga del techo enmudece al ser arrancado de cojo. El local parece
sin moros en la costa. Dos plantas. Muchas estanterías. El amigo de
la comida basura a vaciarlas. Los otros dos a amenazar y gritar. El
que va de líder se viene arriba, metiéndose en el papel. Vamos
amarillo, dame lo que te pido o te borro esa sonrisa de la puta cara,
cabrón. Tensión. El chino que ni se inmuta. Sonrisilla de mí
no entendel, ¿quieles celvesa flía? y vuelta a
empezar. Los nervios que se tensan como cuerdas de piano. Ruidos
extraños en la planta de abajo. Una puerta que se cierra de un
portazo. Pasos atropellados por las escaleras y en un visto y no
visto, quince tíos con pinta de ninjas apareciendo de la nada. Las
cosas empiezan a torcerse. Desde la calle se escucha el chirrido de
unas ruedas quemando asfalto. Pintan bastos y aquí no hay rescates
que valgan. Los muertos de hambre que juegan a los gangsters no son
un banco. Aquí ni dios va a mover un dedo por ellos. Pero mejor
dejemos que la cosas se sigan desarrollando.
Tercera parte:
Una mesa de madera y un martillo
de cabeza redonda. Pumb. Unos nudillos que se rompen. Y los golfos
amateur que antes gritaban dándoselas de machitos, ahora chillan
como cerdos a medio degollar. Lamentaciones. Súplicas. Huesos que
crujen. Órganos que revientan. Una clase magistral de bricolaje
humano.
Dos de los atracadores están
inconscientes en el suelo. El tercero aún se resiste. Le han curtido
de lo lindo, pero aún se mantiene en pie. La puerta del sótano se
abre, dejando entrar un poco de aire fresco del exterior. Allí
dentro huele a sudor y miedo. Fluidos corporales y humedad. El cambio
se agradece por unos segundos.
Entran dos tíos. Uno alto y
delgado, cargado con bolsas empapadas en grasa y especias. El otro
con pinta de emperador. Los que se están ganando el pan se hacen a
un lado cuando llegan a su altura. El respeto es palpable. Hablan
entre ellos. Él asiente y se gira hacia la mesa. Parece evaluar lo
que ve. Vuelve a asentir. Sonríe. Los ojos se le cierran más aún.
Parece pensárselo. Se fija en los dos del suelo. Se acaricia el
mentón. Hace un gesto inequívoco de pasarse el pulgar por el
gaznate y se marcha por donde ha venido, junto a su silencioso
compañero. La suerte esta echada y la respuesta no va a tardar mucho
en llegar. Pero antes, comer algo en los tuppers que les han llevado.
Lo primero es lo primero y al parecer durante un tiempo el pollo
teriyaki no va a ser muy aconsejable en el restaurante de la planta
de arriba,
Cuarta parte:
Enemigo que huye, puente de
plata. O eso piensa el que dejó tirado a los tres de dentro de la
tienda. Coche calcinado. Eliminación de pruebas. Y a vivir que son
dos días. Aunque a juzgar por los que andan unos paso detrás de él,
podemos decir que de esas cuarenta y ocho horas, le quedan sólo
cinco minutos. Y si llega.
Pero mejor dejemos que respire y
vayamos concluyendo. Que como bien dice el refrán siciliano «Cu é
surdu, orbu e taci, campa ceni'anni'mpaci». Ya se sabe, quien es
sordo, mudo y ciego vive cien años en paz, y servidor prefiere
llegar a viejo pese a los achaques que acabar escabechado entre
brotes de soja en la mesa de algún comensal aficionado a los precios
económicos.
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