Aquí estamos una semana más. Nueva entrega. Nuevos enredos en la trama y nuevos personajes. ¿Qué más se puede pedir?
Esta semana tengo preparada una novedad. De momento toca esperar. Espero que esto os guste mientras tanto. 4/15
El sargento James O´hara se baja
del coche al estilo de los detectives de Hollywood. Se coloca el
sombrero con chulería y da un trago largo del café que lleva en un
vaso de papel encerado. Escupe la mitad y protesta por la pésima
calidad de ese “mejunje de mierda”.
- ¿Qué tenemos aquí?-
pregunta, acercándose a un poli uniformado con cara de niño y gesto
asustado.
El agente le saluda llevándose
la mano a la visera de la gorra y le pone al corriente de lo
ocurrido:
- Un incendio se ha desatado esta
madrugada. Los bomberos están tratando de contenerlo. No hay
víctimas que lamentar.
- Ni tampoco creo yo que se haya
perdido una fortuna en bienes materiales- ironiza O´hara, dando otro
trago al café con la mirada fija en las columnas de humo que crecen
en espirales hacia el cielo.
Dos individuos se bajan de un
coche destartalado. Uno lleva una libreta y un bolígrafo con manchas
de tinta en los dedos. El otro carga con una aparatosa cámara
fotográfica. Se miran entre sí, como dándose ánimos mutuamente y
se acercan a los policías con decisión.
- Lo que nos faltaba- protesta el
sargento O´hara arrugando el vaso con rabia y arrojándolo al
suelo-. Acordonen la zona y que esos chupatintas no den demasiados
problemas. Aquí no hay mucho que hacer, pero tengo resaca y no
quiero responder a sus estúpidas preguntas.
El agente que está con él hace
un gesto y otros tres policías uniformados retiran a los
periodistas. Estos protestan. Libertad de prensa. Abuso de poder.
Derecho a informar. Argumentos que acaban con la cámara en el suelo.
Rota. Y con una amenaza silenciosa y contundente escapando de la
mirada de uno de los polis: lo próximo que se va a romper van a ser
los dientes de alguno de vosotros dos como no os larguéis de aquí.
Mensaje recibido. Los periodistas
se meten en el coche. El de la cámara rota porta los restos mortales
del aparato y los deja en el asiento trasero. Se sienta junto al
conductor y saca una petaca del bolsillo. Su compañero enciende un
cigarrillo y empieza a emborronar páginas a toda velocidad. De
pronto se detiene. La exclusiva que pretendía redactar se queda en
nada. O´hara se acerca a ellos con andares de chulo de putas y una
sonrisa cínica de perdonavidas. Llega a su altura. Golpea con
suavidad la ventanilla del conductor y exige la libreta. Con pulso
tembloroso se la entregan. La ojea por encima. Arranca un par de
hojas y las rompe con parsimonia. La devuelve al periodista que ocupa
el asiento del conductor y que no logra disimular el temblor que
sacude su cuerpo. Después, se encoge de hombros, les sonríe y
señala su placa, como diciendo: así es la vida. Os jodéis.
Lejos del LoveSpring y las llamas
conduces a toda velocidad. Estás sorprendido por el giro extraño
que han tomado las cosas en pocas horas. Parece que tu suerte está
cambiando. A tu lado, la artífice de los hechos duerme con pinta de
no haber roto un puto plato en la vida.
Joder, suena a cosa de locos,
pero lo habéis hecho. Punto. No hay nada que pueda evitarlo. Ahora
vienen las consecuencias. Todo comenzó apuntando en una dirección
opuesta. Su entrada en tu habitación. El olor de su perfume
disparando tu imaginación hacia algo así como una orgía entre dos.
Un empacho de sexo, lujuria y desenfreno. Dos adultos solos en un
motel bajo la lluvia. Los dos necesitados de compañía. La bandeja
en el suelo. El pastel de carne rebozado en la suciedad del suelo. Un
plato de loza reducido a fragmentos afilados y cortantes. Una lata de
Coca-Cola derramada. En el ambiente flotando una tensión sexual que
roza cotas de aquí te pillo, aquí te empotro irresistible. Ella
abalanzándose sobre ti. Tú arrancándole la ropa. Dos cuerpos
desnudos sobre la cama. La soledad de la celda y el onanismo
encontrando una justa recompensa. Y entonces, PUM. Gatillazo. Tu
polla pasando de una erección de caballo a convertirse en algo
flácido e inútil. Ella tratando de reanimarte. De rodillas en el
suelo. La cabeza entre tus piernas. Succión. Tú incómodo.
Nervioso. La cosa que no vuelve a la vida. Sólo faltaba un jodido
juez para certificar la defunción de tu miembro. Tú, buscando una
explicación creíble. La cárcel. La soledad. Estrés. Ella
desistiendo, sentándose a tu lado y sacando un paquete de Lucky
Strike de entre su ropa revuelta en el suelo. Ofreciéndote uno.
Caladas en silencio. El humo enredándose en el silencio que os
rodeaba como la soga al cuello de un ahorcado.
De pronto, ella girándose hacia
tu lado. Su cuerpo desnudo. Brillando a la luz de los neones
procedente de fuera. Sonriéndote. Una calada larga, como si
necesitara llenarse de humo los pulmones antes de hablar. Sus ojos
fijos en los tuyos, una mano en tu muslo y su voz convertida en un
leve susurro:
- No te preocupes. Te entiendo. A
veces me ha pasado- una mirada triste a tu pene, haciéndote sentir
ridículo-. Sé lo que es la soledad y lo que la ansiedad puede
llegar a hacer.
Tú asintiendo, comprensivo.
Sintiéndote incómodo. Ridículo. Estafado por tu propio cuerpo;
todo el tiempo deseando meterla en caliente, y cuando la cosa surge
PLOF, fallas.
- No te preocupes, de verdad- su
mano aún fija en tu pierna-. Tenemos tiempo de sobra.
- Yo, lo siento. Pero...
- No pasa nada- su voz cargada de
tintes comprensivos. Pero en tu cabeza, la misma sensación de ser un
pringado al que se se acaba de desplumar a las cartas y el crupier
trata de convencer de que todo ha sido azar, nada de cartas
marcadas-. No le des importancia.
- ¿Cómo puedes?- tu pregunta
cargada de interés, tus ojos desviándose de los suyos.
- ¿Cómo puedo, qué?
- Soportar esta mierda. La
soledad. Todo esto.
La sensación de desnudez
volviéndose incómoda. Tú abriendo tus sentimientos a una tía que
no conoces de nada. Y con la que, además, acabas de tener un
gatillazo de los que hacen época. Su sonrisa trasformándose en una
mueca crispada, incómoda. Una nueva calada. Todo lo que pasa a
continuación, moviéndose a cámara lenta: ella levantándose,
envolviendo su cuerpo con la colcha y saliendo de la habitación. Tú,
quedándote solo. Preguntándote qué será lo próximo. Ella,
volviendo a los pocos minutos. Dos botellas de bourbon a modo de
respuesta. Los dos bebiendo en silencio. El calor del alcohol dándole
otro cariz a la situación. ¡Magia! La libido volviendo a aparecer.
Momento de consumar. Los dos borrachos. Después de dos polvos casi
consecutivos la habitación apestando a alcohol, tabaco y sudor. La
colcha con nuevas manchas, a modo de álbum de fotos de encuentros
sexuales furtivos. Ella, fatigada y sudorosa, encendiendo dos
cigarrillos. La segunda botella por la mitad, pero tú, optimista
postcoital, viéndola medio llena. La hora hablar y jugar a ser
amantes-confidentes, llegando. Ella tomando la iniciativa. Tú,
atento. Escuchando. Un plan empezando a madurar en tu cabeza,
venciendo el sopor del orgasmo.
- Hay días que me entran ganas
de mandar todo esto a la mierda y empezar de cero- sus palabras
sonando como si pensara en voz alta-. Quemarlo o algo así. Cobrar la
pasta del seguro y disfrutar la vida.
Tu cerebro haciendo clic. Mensaje
recibido. Hora de tirar la caña, a ver qué se puede pescar en río
revuelto.
- Tengo 35 años- la mentira
colándose entre las sábanas, como un invitado más a la fiesta que
llegara tarde-. Mi marido se fugó con la vecina. Era esto o morirme
del asco.
Tu cabeza maquinando a toda
velocidad. Pros y contras. Riesgos ninguno. Una aseguradora estafada.
Si tarasen de la manta, jamás darían contigo. La luz del rencor
escupiendo destellos rosas al otro lado de la ventana. Pasta. Dinero.
Un último detalle por descubrir: hasta qué punto es cierto lo que
dice o un simple efecto secundario de la borrachera.
-¡Hagámoslo!- tu voz sonando
ardiente, incitando a hacer una locura. Tus ojos reflejándose en sus
pupilas. Tu mano apoyándose en su hombro. La acción dando paso a la
siguiente escena- ¡Hagámoslo! ¡Vivamos a lo grande! Incendiemos
esto, cobremos el seguro y huyamos a Las Vegas. Allí será posible
empezar de cero. Conozco a gente que podría ayudarnos.
- No es tan fácil, encanto- la
determinación ebria dando paso a la puta realidad. Un farol en toda
regla al descubierto-. La aseguradora, el papeleo. Tardaríamos
semanas en tener un centavo por su parte.
Sus ojos brillando. Una sonrisa
aflorando en la comisura de la boca. La codicia por el dinero y una
vida nueva, acompañada, aflorando en sus pensamientos.
- Pero sí. Hagámoslo. Quememos
esta mierda. No quiero seguir consumiéndome sola para echar un polvo
con un camionero borracho una vez al mes. Tengo dinero ahorrado.
Incendiemos esto. Huyamos a Las Vegas. Allí nos ayudarán tus
amigos.
Ella ardiente, como el dictador
enfervorecido que da un mitin. Tú, escuchando y tragando saliva. El
cazador cazado. La idea resultando menos tentadora de lo que
pensabas. La bestia saliendo a flote y lo que ves resulta peligroso.
- Tengo un coche y tres mil pavos
ahorrados- sus ojos echando fuego mientras habla-. ¿Habrá
suficiente?
- De sobra.
Las cosas volviendo a su sitio.
El motor de un Cadillac de color rosa haciendo gorgoritos. La planta
baja del LoveSpring apestando a alcohol de quemar y gasolina. Una
cerilla encendiéndose en mitad de la noche antes de dar paso a la
fiesta de llamas y humo. Tú al volante. Ella vistiendo a lo Audrey
Hepburn en Roma Holiday, sin el glamour de un estilista de
Hollywood. El fuego consumiendo el edificio y una carretera por
delante.
De vuelta al presente. Pisas el
acelerador afondo. El motor bebe combustible como un cosaco sin nada
mejor que hacer para matar el tiempo que emborracharse deprisa. El
asfalto parece una serpiente larga y gris en el horizonte. Tu
acompañante, que dice llamarse Sophie, como si este dato te
importara, sigue dormida. Pasáis junto a un par de moteles. Todos
idénticos al que a estas horas, piensas, no debe ser más que
cenizas: LoveWinter, LoveSummer. Una jodida franquicia de amores con
nombres de estaciones anuales. La hostia de original.
Sophie finalmente se despierta.
Tiene los ojos enrojecidos e hinchados. Cara de dónde coño estoy.
Te mira. Parpadea y sonríe. Las cosas parecen empezar a cuadrar.
Bosteza. Bebe un trago de cerveza caliente y enciende un cigarro.
- Tienes cara de cansado- dice
con voz pastosa, mientras trata de arreglarse el pelo mirándose en
el espejo retrovisor-. ¿Quieres que conduzca?
- ¿Cuánto queda hasta Las
Vegas?
- Bastante. Aún nos quedan unos
cuantos kilómetros por delante.
No respondes. Te enciendes un
cigarrillo usando el suyo a modo de mechero. Pones el intermitente y
os detenéis en el arcén. Al bajar de coche tu cuerpo cruje. Está
dolorido y entumecido. Cambiáis de posición. Ahora eres tú el que
se acomoda en el asiento del copiloto. Apoyas la cabeza en la
ventanilla y cierras los ojos. Es hora de descansar y buscar la
solución al problema que lleva dándote demasiado tiempo vueltas por
la cabeza: una vez que que termines tu trabajo en Las Vegas, ¿qué
vas a hacer con ella?, ¿cumplirás tu palabra y empezarás de cero a
su lado?, o, en su defecto, ¿optarás por invitar a los carroñeros
del desierto a que se den un festín con su cuerpo a media tarde?
Antes de que puedas optar por una
u otra opción, caes en un profundo sueño. El cansancio
materializándose en la necesidad de descansar. Tampoco es que te
importe mucho lo que pueda pasarla en un futuro inmediato. Ya habrá
tiempo para pensarlo. O si no, siempre puedes sentirte creativo y
tratar de improvisar sobre la marcha. Hay veces que hay que dejar un
cabo suelto por si las cosas se tuercen y uno acaba necesitando una
coartada. Nunca se sabe.
-Continuará-
¡Me gusta! Buena escritura y buena historia. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias! Espero que lo que viene siga teniendo tan buena acogida y siga gustando.
EliminarUn saludo