sábado, 27 de agosto de 2016

Cruce de intereses

La televisión está encendida aunque no le haces mucho caso. Estás pendiente del móvil. De fondo, una periodista joven, con pinta de estar en prácticas, mantiene el gesto serio. El titular suena contundente, con gancho. “El crimen del verano”. La cámara muestra un área de descanso perdida en la España profunda, allí donde los problemas de lindes y honores se arreglan con escopetas de postas en plena canícula.
Un niño pulula de un lado para otro. La cara distorsionada por aquello de no mostrar imágenes de menores. Junto a él van dos adultos. Gesto serio y ropa de médicos de ambulancia. Junto a la periodista aparece un notas con la cara blanca y la mirada perdida. Empieza a hablar:
― Íbamos camino de Sevilla y hemos parado aquí. Mi hijo estaba cansado y hemos salido a tomar el aire y… y… y hemos encontrado…
No termina de hablar. Se le quiebra la voz. Ojos brillantes. Lágrimas asomando y problemas de hiperventilación. Crisis de ansiedad a la vista. La cámara se mueve unos centímetros, enfocando a la periodista una vez más.
― Testimonio sobrecogedor de quien junto a su hijo de ocho años ha encontrado el cadáver…
Levantas la vista. La escena muestra varios coches de la Guardia Civil y un par de ambulancias. Está anocheciendo y las luces de las sirenas se entremezclan arrancando sombras nerviosas a su alrededor.
Te abres una cerveza. Un sorbo. La habitación en la que estás es austera y parece un horno. Un catre barato. Una televisión de tubos catódicos y una nevera de camping llena de hielo y latas de cerveza. Otro trago. Sofocas un eructo ácido. Vuelves a mirar el móvil. Nada. Sin novedades. La llamada que esperas no llega. Compruebas que la cobertura es óptima una vez más. De haber sabido cómo iba a acabar todo te habrías metido una revista en la maleta. Pero no pudo ser. Todo fue un visto y no visto. Un tío contactando contigo. Un sobre con bastantes billetes y otro con unas señas. El resto a tu elección. Improvisación. Eres un especialista en lo tuyo y ya se sabe, el duende del artista no entiende de restricciones.
― El cuerpo iba indocumentado, pero, según fuentes policiales, todo apunta a un ajuste de cuentas relacionado con el narcotráfico…
Sonríes. Gesto torcido. Ajustes de cuentas... Sabes un poco de qué va la movida.
Te duele la espalda. Te pones en pie. Hora de empezar a caminar de un lado a otro como un animal enjaulado. Tienes la ropa pegada al cuerpo. La humedad y la temperatura ahí dentro son asfixiantes.
Tratas de mantener la calma. Antes o después sonará tu móvil. Hora de acabar el trabajo. Un alijo cambiando de mano, o, mejor dicho, de maletero. Un par de horas conduciendo atento a controles de carretera y la entrega. Después, sólo calma y otro sobre repleto de billetes de cincuenta. Hora de darse una vida padre en algún paraíso tropical de estos en los que siempre es verano. Daiquiris. Fiestas a pie de playa. Tías de las que dejan con la boca abierta al más pintado. Gente del mundillo con la que establecer nuevos contactos. Todo llega, lo demás es cuestión de paciencia y cabeza fría.

Más tarde.
El reloj sigue avanzando. La cadena no debe tener mucha morralla rollo concurso o tertulianos con los que llenar las horas, y ahí sigue la periodista. Cercos de sudor en las axilas. Piel grasienta, gesto cansado. Y revuelo a sus espaldas.
― Nos comunican que acaban de encontrar un coche en las inmediaciones ― dice con voz ronca tras aclararse la garganta un par de veces.
Contienes la respiración y ahora eres tú el que tiene la boca seca. La cámara sigue avanzando. Un vehículo negro. Impactos de bala en el lado del conductor. El parabrisas hecho un Cristo. El maletero abierto. Un agente alumbrando en su interior. El corazón te late deprisa. Cierras los ojos repasando qué cabos sueltos has podido dejar como para que todo se vaya al carajo. No hay suerte. Tus reflexiones se cortan de raíz. Tu móvil suena.
― Acabamos de verlo en televisión. Buen trabajo. Descansa un poco y mañana cerramos el trato― inconscientemente, al oír esto, miras a las bolsas de deporte que hay amontonadas en el suelo―. Ya sabes dónde.
Respondes con brevedad y cuelgas. Ahora sí que empieza el baile. Coges aire y te enciendes un cigarrillo. Quedan pocos y se te antoja que la noche se te va a hacer eterna. Marcas un número de memoria. Un tono. Dos. Al tercero responde una voz de hombre.
― Todo ha salido según lo previsto. Mañana haré la entrega. Quiero a los chicos preparados. Coches camuflados y uniformes bien visibles. No habrá ojos indiscretos así que no hay nada que temer. Después…

La comunicación es pésima. Mi compañero y yo tratamos de afinar un poco y grabarlo todo. Bingo. El ruido electrostático desaparece justo a tiempo para oírte decir que el perico ya tiene comprador. Sólo hay que hacer dos partes. La oficial y la que no llegará a comisaría.
Sonrío. Llevo demasiado tiempo deseando que llegue este momento. Me relamo como un malo de película Disney. Tantos meses de seguimiento y trabajo que llegan a su fin. En mi cabeza una certeza. La cocaína no va a ser lo único que no llegará a comisaría. A los que se la has jugado han puesto precio a tu pellejo y ando falto de fondos. Por muy de Asuntos Internos que sea tengo que comer y pasar la manutención a mi ex. Y un sobresueldo no viene nada mal, la verdad. Yo les pongo tras tu pista. Ellos hacen el resto. Y mi compañero y yo poniendo cara de sorpresa cuando lleguemos a la zona y encontremos tu cadáver. Así es la vida. A veces, a la hora de cazar malos hay que ponerse en contacto con los que son peores. Justica poética podíamos llamarlo, o simplemente vender el culo al mejor postor.