viernes, 27 de febrero de 2015

Décimo Segundo Acto o Empieza el Baile

Viernes!!! La semana agoniza y aquí tenéis una nueva entrega (12/15). Ya queda poco. Paciencia. Las cosas empiezan a casar. Disfrutadla y aguantad un poco. El próximo viernes todo habrá acabado y os llevaréis una grata sorpresa. Palabra.

A la hora acordada estás en el aparcamiento del Desert Arizona. No hay un alma. Te sientes como en una puta peli del oeste. Faltan las pelotas rodantes y que el reloj del campanario marque las doce y empiece el tiroteo. Enciendes un cigarro. Miras tus dedos amarillentos. Has perdido la cuenta de cuánto has fumado en las últimas horas, pero a juzgar por las flemas que escupes, deduces que bastante. Das una calada, apoyándote contra la pared. Es triste acudir andando a una cita de este calibre, pero Sophie no te ha dejado el coche. Ha sido tajante al respecto. Si ella no iba, el coche tampoco. La situación bastante ridícula. Ella enfadada. Tú, pasando del tema. Parecía una puta pelea de enamorados, pero sin reconciliación en la cama. Para darle más énfasis te has largado dando un portazo. Ella ha roto a llorar, o eso crees. A fin de cuentas no estabas para comprobarlo, ni te has quedado a escuchar desde el pasillo. Te has limitado a decir a la señora Shamarovich que la vigilase. Si salía de la habitación, que te llamara a la hamburguesería. Cinco pavos cambiando de mano y asunto resuelto. El dinero compra voluntades, corrompe jurados y, no iba a ser una excepción, hace que una entrañable casera desdentada el mejor de los espías.
Con cinco minutos de retraso, ves llegar el coche de Vlad. Un Chevy de color granate de 1937, destartalado y con cercos de óxido en el capó. Aparca lejos. Pero aún así, intuyes una segunda cabeza dentro. A juzgar por el peinado, podría tratarse de una tía. No tienes tiempo para pensar más. Vlad se baja del coche con esfuerzo y avanza hacia ti. Está más gordo que la última vez que os visteis. Parece que el negocio le va bastante bien. Llega a tu altura y te sonríe. Su dentadura sigue siendo pésima y el aliento le apesta a alcohol.
- ¿Tienes lo que te pedí?- preguntas, aguantándole la mirada.
Se carcajea. La papada le baila bajo el sol, empapada en sudor como si acabara de salir de una jodida sauna.
- Tranquilo. En el coche tengo el contacto de O´hara. ¿Vienes con nosotros?
- Primero lo mío.
- ¿La pasta?
- Primero el arma y la dirección. Cuando acabe el negocio, pago- respondes, tajante.
- Sin dinero no hay negocio. Esto es América, no la Unión Soviética.
- Tienes mi palabra, Vlad. Cuando...
- Niet!- niega con el dedo como un niño gordo rechazando un plato de coles de bruselas-. La pasta o no hay trato.
- No hay trato- le miras fijamente-. Pero por ninguna de las dos partes.
- Ven con nosotros. Hablemos de negocios- vuelve a señalar el coche.
Ahora te toca a ti negar con la cabeza. Vlad se encoge de hombros. Estáis en tablas y tú tienes las de perder. O´hara podría encontrarte sin problemas gracias a Vlad, y cargarte el marrón del motel o lo que le salga de los huevos. Eres un puto ex presidiario y él un pasma. Mala pareja de baile. Una nueva calada. Larga. Necesitas pensar con calma. En el horizonte se empiezan a formar nubes negras y amenazadoras.
- Quiero garantías...
- Eso háblalo con O´hara o con su chica. Vamos a dar un paseo y hablamos.
- Está bien- te resignas, tirando la colilla al suelo-. Cuéntame.

Te veo desde dentro del coche y eres un bombón, encanto. Llevo esperando a alguien como tú toda mi vida. Fuerte. De mirada dura. Con ese puntito de tipo peligroso que tanto me pone. No al estilo del gasta fichas de casino o el matón de seguridad. No. Tú destilas chulería, experiencia. Estoy como loca por bajarme de aquí, escapar de este pestazo a alcohol, tabaco y vete tú a saber qué más y llevarte a mi habitación. Pasaríamos un buen rato. Nos lo montaríamos bastante bien los dos solos. Tengo bebida, droga y lo que me pidas... Pero tengo que esperar. Ahí está el puto Vlad hablando contigo. Jodido cerdo ruso. No sé como puedes mantener una conversación tan larga con él. Yo ya habría vomitado tres veces. No le hagas caso, encanto. Mírame a mí. Estoy por salir desnuda para que me veas. Me enciendo sólo con mirarte. Aquí dentro hace mucho calor. Me sobra la ropa. ¿Quieres jugar a quitármela con los dientes?

- Entendido, Vlad. 48 horas y tendré el arma. Tú 500 pavos. O´hara lo que anda buscando y todos contentos, ¿hecho?
- Da!
Os estrecháis la mano. Pacto entre caballeros. Todo está hablado. La fiesta empezará pronto. Cena en el Dinner Imperium, uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. Sophie estará contenta. Tú también. Los dos felices. En el parking, cambio de planes. Ella se llevará una sorpresa. Tú la bolsa con la pasta. O´hara satisfecho. Todos salís ganando. Has tratado de alargar un poco la situación hasta haber pillado la manteca del seguro, pero no ha podido ser. Tres de los grandes, quitando la parte de Vlad, siguen siendo una buena cantidad. La suficiente para terminar lo que has ido a hacer en Las Vegas y buscarte la vida en la Costa Este. El cómo, es lo de menos. Tu currículum y tu fama te preceden. No será demasiado complicado hacerse un hueco en el hampa allá donde vayas.
Empieza a llover. Primero con sutileza, como si la lluvia temiera interrumpir vuestro apretón de manos. Para, a continuación, jarrear, como diciendo: a mí que cojones me importan vuestras mierdas.
- ¿No me vas a presentar a tu acompañante?- preguntas, tratando de guarecerte de la lluvia bajo el techo de cinc del aparcamiento.
Vlad se ríe. Asiente y te dice que sin problema.
- Sólo un detalle- aclara-. Delante de ella estoy retirado y soy un paleto moscovita.
No preguntas el por qué. Él sabrá las razones y no te apetece ponerte a preguntar.
- Sin problema- dices, dándole una palmada en la espalda-. ¿Sigue habiendo teléfono ahí dentro?- preguntas, señalando la hamburguesería, aunque sabes perfectamente la respuesta.
Vlad dice que sí con la cabeza. Le dices que espere un minuto y entras.

Cinco minutos más tarde. Después de una conversación acalorada con Sophie. Nuevas amenazas de coger el dinero y desaparecer. La promesa de una cena en dos días en el restaurante más caro de la ciudad. Una calma tensa entre los dos. Una tregua. Ella fingiendo preocupación por lo que te pueda pasar. Tú, quitando hierro al asunto. Y una despedida fría que suena como una sentencia a muerte, cuelgas el teléfono. Te sientes ridículo. Definitivamente parecéis una jodida pareja en crisis. Y todo por decir que llegarás tarde y que no te espere levantada.
Sales de la cafetería contrariado e incómodo. Odias que te controlen, y la detestas por ello. Pero, por otro lado, sabes que de no haber sido por Sophie aún estarías de camino hacia Las Vegas, o, peor aún, metido en líos.
Fuera, empapado hasta las cejas, Vlad sigue donde le has dejado. Te saluda con un ademán. La papada le chorrea. Todo él rezuma agua. Parece una puta fiera acuática recién sacada del océano. Te señala el coche. Os encamináis a él en silencio. Algo te dice que, una vez más,la Ciudad del Pecado se dispone a abrir sus puertas de par en par para que pases un buen rato.

No ha estado nada mal, encanto. Nada mal. Todo ha transcurrido muy rápido. Tú y yo despidiéndonos de Vlad. Mi habitación. Mis fotografías tiradas por el suelo. El desagradable momento de ver el vómito sobre la moqueta. La cama sin hacer. El servicio de habitaciones cumple con su trabajo: no entrar, a no ser que yo se lo pida. Después de esta primera impresión, momento de asaltar el mueble bar. Y al tema. Has descubierto cosas que ni tú mismo conocías, ¿verdad? Esa reticencia a que te acariciara la próstata, y luego, lo de siempre: más, querías más de ese placer oscuro y desconocido.
Aunque tú también has estado a la altura de lo que esperaba. Tu cabeza entre mis piernas. La manera que has tenido de penetrarme. En fin, parecía que los habíamos nacido para esto: follar como potros, complaciéndonos mutuamente. De todos los amantes que he tenido, créeme, eres de los mejores. Lástima lo que está por pasarte. Pero así es la vida. Sales de un lugar húmedo y oscuro llamado útero, para acabar en otro similar llamado tumba. Lo que hagas mientras haya luz depende de ti. A eso se resume todo. Así que por muy bueno que seas en la cama, no me preocupa demasiado lo que te espera a la vuelta de la esquina. La vida sigue, y mientras me queden fuerzas seguiré haciendo lo que más me gusta: acostarme con tíos como tú. Recibir atenciones y cariños. Corresponderlos si lo creo oportuno y necesario para salirme con la mía, y, claro, acabar cobrando mi recompensa.
Pero mírate. Estás tan mono dormido, encanto. Parece que no hubieras roto un plato en la vida. El ceño fruncido, como si que pensaras en problemas sin solución. Me paseo desnuda a tu alrededor. Me siento caliente. Tengo ganas de más. ¿Te importa si me siento delante tuya y me masturbo? Si despiertas por mis gritos, será un bonito recuerdo que llevarte a la tumba. Y si no, pues será un secreto, uno más, entre esta habitación y yo.


-Continará-

miércoles, 25 de febrero de 2015

Décimo Primer Acto u On the Road

Miércoles!!!! Y una nueva entrega. Ésta es breve, cortita que la semana empieza a pesar y no creo que haya ánimos para lecturas largas (11/15). Disfrutadla. Nos vemos el viernes...

James O´hara conduce a toda velocidad. Lleva demasiadas horas al volante. Antefaminas y café. Las pupilas dilatadas. La boca seca con regusto a alquitrán. Las manos crispadas en el volante. Las mandíbulas apretadas. Un gramo de cocaína en el bolsillo como último recurso para cuando el subidón se vaya a tomar por el culo. El tiempo apremia. No le ha sido difícil convencer a los de arriba. Todos están metidos en la misma mierda hasta las cejas. Si él caía, el resto era carne de presidio y prensa sensacionalista. Conspiración. Amenazas encubiertas. Un diálogo breve por su parte y sus superiores dándole luz verde. El resto: kilómetros que pasan rápidos bajo las cuatro ruedas de su Buick super 8 de 1947. Ocho cilindros en línea sacrificando caballos que hacen chirriar las ruedas en cada curva.
El tiempo parece volar en paralelo al coche. Una idea fija en su cabeza: acabar con Sophie y sus chantajes. Las herramientas a usar son dos: una automática y pasta procedente del almacén de pruebas. El plan, sencillo: engatusarla. Hacerla morder el anzuelo. El dinero a cambio de las pruebas que le incriminan. Después, un viaje breve en el maletero por gentileza de los chicos de la comisaría que parecen algo molestos con ella. Destino, un lugar libre de curiosos, lejos de su jurisdicción. Dos tiros a quemarropa. Eliminar pruebas y un nuevo caso para que los federales se ganen el pan.

Un cartel pasa rápido, como una bala zumbando sobre su cabeza. Bienvenidos al condado de Clark. Ya queda menos. O´hara se mete un chicle en la boca. La siente reseca y pastosa. Mastica de manera mecánica. No le sabe a nada. La tensión se palpa dentro del coche. Agarra el volante con fuerza. Los nudillos blancos. Los ojos brillantes, amenazadores. En el horizonte se perfila su destino. Casi puede palparlo. Respira excitado. La caza ha empezado.
-Continuará-

lunes, 23 de febrero de 2015

Décimo Acto o Cadena de Favores

Lunes! Una semana más que empieza, y no podía ser de otra manera: aquí tenemos una nueva entrega. Pronto, muy pronto todas las piezas casarán ente sí. De momento, dejemos que la trama siga su camino (10/15). Disfrutadla y el miércoles nos vemos.

Hablar con Vlad me desagrada por dos razones. La primera es que no le entiendo nada. Parece ser que cuando emigró a Estados Unidos, se dejó en casa la capacidad de aprender un idioma sin que cada palabra que pronunciara no fuera una violación gramatical. Y la segunda es que ese jodido gordo seboso es un maldito pervertido. No me cuesta demasiado imaginármelo desnudo, ciego a vodka, y poniéndosela morcillona mientras habla conmigo. Su respiración honda y profunda, en ocasiones me hace temer que la exploración de su zona genital va más allá del mero palpamiento para adentrarse en el onanismo salvaje. Y eso es algo desagradable y que me hace sentir sucia. Pero O´hara quiere resultados y hay que trabajar.
Después del baño y un largo coqueteo ante el espejo para arreglar los estragos que el alcohol y sus efectos secundarios han dejado en mi cara, descuelgo el teléfono. La habitación apesta a vómito. Enciendo un cigarrillo. El olor a humo y tabaco gana intensidad y la atmósfera se hace algo más respirable.
-¿Da?- pregunta Vlad al segundo tono.
- Soy yo- respondo con sequedad. Detesto cuando se pone a hablar en su idioma. Me hace sentir el blanco de una conspiración prosoviética-. Tengo trabajo para ti.
- Un placerr ayudarrte prreciosa- su voz suena pastosa. Casi puedo oler su apestoso aliento de borracho. Doy una calada para calmar mi sobreexcitado olfato-. Perro ya estoy rretirrado.
¿Vlad retirado? Ya, claro. Y yo soy virgen, no te jode. Le necesito. Es la única persona qe conoce los putos bajos fondos en su totalidad. Quién entra. Quién sale. Quien acaba entre rejas y quien acaba viendo crecer arbustos desde abajo. Voy a tener que jugar mis cartas. Es hora de que la gatita guarde las uñas y deje que le acaricien el lomo un poco.
- ¿Retirado? Eres muy joven para retirarte, encanto.
- Yo tenner ahorra mujerr embarrazada y no querrer prroblemas. Nuevo Vlad. Ya no más chico loco.
- Encanto- suspiro con sensualidad. Hasta yo misma me pongo cachonda al oírme-. Si tu me haces este favor, yo puedo compensarte...
Escucho cómo se cierra una puerta. La voz de Vlad ahora suena más lasciva. Al parecer su mujer embarazada no es más que una coartada para evitar problemas. No para contar con que se la mame a cambio de cierta información.
- ¿Qué querrer?
- Necesito que encuentres a una persona.
- Esto serr Las Vegas. No puto parrque de atracciones con venta de billetes.
- Se trata de una mujer.
- Vlad te escucha, prreciosa.
La palabra preciosa va acompañada de una fuerte inspiración. Le tengo donde quiero tenerle. Con las manos en la masa. Sólo hay que calentarle un poco más y a la hora de devolver el favor, que sea O´hara el que se ponga de rodillas entre las piernas de Vlad. Una tiene más caché. Una cosa es follarse a un botones con acné porque me apetezca, y otra muy distinta pagar un favor a ese degenerado de la manera que él espera.
- Dice llamarse Sophie. No sabemos si viene sola o acompañada. Tiene un Cadillac rosa. Por lo que me han dicho- trato de recordar lo que O´hara me ha dicho- debe tener unos cuarenta años. El resto de datos son innecesarios. Puede haber cambiado de aspecto. Ya sabes, las mujeres somos así.
- Sí. Prreciosas. Yo tratarr de encontrar, pero no serr fácil.
- Quiero resultados mañana, Vlad. Si no, no hay trato.
- Yo intentar preciosa...
No le doy tiempo a más. Cuelgo. Doy una última calada y desmenuzo la colilla en un cenicero de cristal tallado. Mi parte del trabajo, de momento, está hecho. Es medio día. Me visto para la ocasión y bajo al salón del hotel, a la caza de algún octogenario lujurioso que me invite a comer a cambio de nada. Pero no te pongas celoso, encanto. Sigo esperándote. No te dejes engañar. El miedo. El vómito. Las lágrimas. Todo forma parte de la escena, y ésta ha pasado. Pronto nos veremos y descubrirás que soy algo más que una niña mimada a la que le gusta coquetear con el alcohol y los barbitúricos. Confía en mí. No te arrepentirás.

- ¿Da?
- Hola Vlad, soy yo- dices llamando desde una cabina pública. En una mano, un perrito caliente con extra de mostaza. En la otra, el auricular grasiento y manchado de carmín del teléfono-. He vuelto. Tenemos que vernos.
- Imposible amigo- responde. Ahora parece un ciudadano americano de tercera generación. Ni rastro del acento moscovita de hace pocos minutos-. Tengo un encargo.
- Venga, Vlad. No me jodas. Acabo de salir de la trena. Es algo rápido. No te va a costar nada y vas ganar mucho.
El dinero hace que la apatía de tu interlocutor desaparezca como por arte de magia. Te le imaginas con el símbolo del dólar dibujado en las pupilas.
- ¿Qué sería? Tengo otro encargo y me corre prisa.
- ¿De qué se trata?
- No puedo hablar. Ya sabes.
- Como quieras. Acabo de llegar a la ciudad. Voy a estar unos días donde siempre. Donde tu tía la Shamarovich- bromeas-. Si necesitas ayuda con tu encargo, ya sabes donde encontrarme.
- ¿Qué quieres?- te interrumpe en plena perorata de camaradería por tu parte. Al parecer las arengas del camarada Lenin sobre proletariado, solidaridad y esas soflamas políticas las dejó en su tierra al salir por piernas. Por lo que has oído, los chicos del NKVD iban tras él por algo relacionado con falsificación de divisa o derrotismo, o alguna pollada de esas. Vamos, que era carne de gulag, y claro, salió con lo puesto.
- Necesito dos cosas: una automática que no esté marcada y que me digas dónde coño puedo encontrar al hijo de puta que me mandó a la sombra.
Un pitido en la cabina te obliga a meter más monedas. La situación vista desde fuera resulta cómica. El auricular pegado a la mejilla, haciendo pinza con el hombro. Un brazo en alto con el dorso de la mano manchado de ketchup y mostaza. El momento idóneo para recibir un tiro por la espalda y ser el hazmerreír de los pringados muertos en situaciones ridículas.
- Te va a salir caro. Necesito tiempo para conseguirlo todo. Tengo otro encargo.
- Que le jodan al otro encargo. Tengo dos de los grandes en la habitación. ¿Quién te ha hecho el encargo?
- Una de las putas de James O´hara. ¿Sigues teniendo prisa?
Enmudeces. El último bocado del perrito se agita en tu estómago. Tratas de pensar a toda prisa. Casando piezas sueltas. Clac, clac. Empiezas a ser consciente de estar cavando tu propia tumba. James O´hara. El sargento James O´hara. Un hijo de puta de los que ya quedan pocos. En la cárcel tuviste algún careo con él. Algo pervertido y bizarro. Esposado al radiador de la sala de interrogatorios. Comiendo hostias como si no hubiera un mañana. Un puto sádico, cruel e inteligente. Siempre ha salido de rositas con todos los marrones que le han querido colocar los de Asuntos Internos. Pero... un momento. ¿Qué pinta O´hara en todo esto?
- ¿Sigues ahí, amigo?
Vlad habla, pero no le escuchas. Tu cabeza funciona a marchas forzadas, buscando la incógnita que le falta a la ecuación: la trena. O´hara. Las Vegas. O´hara. El LoveSpring en llamas. Jurisdicción de O´hara. Tu ajuste de cuentas. O´hara. Una huida a toda velocidad. O´hara. Conversación telefónica en el bar de carretera. O´hara. Sophie. O´hara. Ella queriendo pulirse la pasta pronto. La pensión. Su disgusto. O´hara. Un hotel. Vlad. Las putas de O´hara. ¡Clinc! Premio para el caballero: SOPHIE es la clave.
- Sí, Vlad. Aquí estoy. En dos horas en el aparcamiento de la hamburguesería Nevada Desert. Lleva el arma y la información que te he pedido.
- ¿Me has oído? O´hara está detrás de mi otro encargo.
- Que le follen. Trae lo que te pido, y a cambio tendrás lo que él te pide.
- ¿Seguro?
- Palabra.
- En ese caso, que sea en tres horas. Tengo que encontrar a alguien antes.
- Tres horas. Perfecto.
Cuelgas. Tiras lo que te queda de perrito al suelo. No sabes qué vincula a Sophie con el sargento O´hara, ni puta falta que te hace. Matas cuatro pájaros de un tiro. Consigues el arma y la dirección del cabrón al que vas a dar pasaporte. Te quitas a Sophie de en medio y te quedas la pasta por las molestias. La Ciudad del Pecado parece estar de tu lado. Una buena racha. ¿Quién en tu lugar no apostaría por el caballo ganador?
-Continuará-

viernes, 20 de febrero de 2015

Noveno Acto o De Vuelta a Casa

Ya estamos a viernes. El fin de semana está a la vuelta de la esquina y aquí os traigo una nueva entrega (9/15). Las cosas siguen fluyendo a su ritmo, paciencia que el desenlace está cerca. El lunes volveremos a vernos. Mientras tanto disfrutad esto que os dejo y, ya sabéis, difundid, difamad o pasad de mí.

Estás como en casa. Conoces Las Vegas como la palma de tu mano. 20 años en sus calles dan para mucho. Ver nacer fortunas. Arruinarse empresarios de renombre. Contemplar cómo abuelos con dinero se pulen la herencia de sus nietos entre coristas y putas de lujo. En fin, lo típico que podría esperarse en un lugar conocido como la Ciudad del Pecado.
Pero seamos francos. Eres carne de talego. El glamour y el lujo te llaman, pero donde te encuentras realmente en tu salsa es en el Paradise. Ese suburbio fuera de la ciudad en el que te has hospedado cuando las cartas han venido mal dada. Vamos, en la mayoría de los casos, cuando la pasta escaseaba y la tentación de los neones y los casinos era un reclamo irrefrenable para dar un palo y desaparecer una temporada. Un lugar perfecto. Donde nadie conoce a nadie y todos son mudos, ciegos y sordos cuando la pasma hace preguntas. Lecciones aprendidas bastante tiempo atrás: al que habla más de la cuenta se le deja de ver pronto. Un viaje en el maletero de un coche. Una dieta rica en plomo y la posibilidad de servir de abono para cactus en su propia parcela en el desierto. Un negocio redondo mantener el ecosistema del desierto de Nevada.
Cuando bajáis del coche, inspiras con fuerza el aire cargado de contaminación. Es el aroma en el que creciste al escapar de casa con quince años cumplidos. No a lomos de una motocicleta en plan rebelde sin causa. No. Lo hiciste por la puerta grande. Un coche robado y una automática en la guantera. Ya apuntabas maneras.
- ¿Dónde vamos a dormir?- pregunta Sophie, mirando a su alrededor extrañada- Esto no es lo que esperaba. Mi idea de empezar desde cero en Las Vegas era otra cosa.
Desde que salisteis del bar, su comportamiento parece haber cambiado. No es la misma. Su mirada es más fría. Su voz parece marcada por una determinación que no te gusta. No creíste en ningún momento la historia que te contó al colgar el teléfono. Aquello de que había estado hablando con la aseguradora y que le habían puesto trabas por la falta de no sabía qué documento, y que el pago se iba a demorar al menos una semana, te sonó a cuento chino. Y ahora, mirándola de soslayo, crees ver que ya no es la mujer solitaria y falta de cariño que parecía en un principio. No. Parece más bien alguien desconocido y peligroso.
- No. Esto no es lo que esperabas- dices con gesto cansado, apoyado en el capó del coche y fumando con parsimonia-. Pero si nos registramos en cualquier hotel de Las Vegas, la aseguradora del motel sospechará. Mejor esperar aquí, y una vez que hayamos cobrado la pasta, podremos darnos la vida que los dos queremos- concluyes, acariciándola con ternura las mejillas.
Ella sonríe y retira levemente la cara hacia atrás. Mala señal.
- Podemos registrarnos con tu nombre. O con nombre falso, ¿no?
Tragas saliva y el humo te hace toser. En cuanto que tu nombre aparezca en cualquier registro, es cuestión de minutos, o de horas si tienes suerte, que media ciudad sepa que estás allí; y en un día o dos, el otro medio estará buscando sicarios a cualquier precio para poder dormir sin tener que dejar un ojo abierto por lo que pueda pasar.
- ¿Mi nombre? Al salir del trullo hice autostop. Me paró un camionero. Me llevó hasta el LoveSpring. A las pocas horas, éste sufrió un curioso fenómeno de combustión espontánea. Y poco después aparezco en Las Vegas derrochando billetes. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán los federales en dejarse caer por aquí para mantener una conversación conmigo?- haces una pausa para dar una calada. Un Ford del 48 pasa a vuestro lado demasiado despacio. No te gusta-. Hazme caso. Será sólo una semana y después viviremos como reyes. Cuando hayan pagado los del seguro, no podrán probar nada. Todo será circunstancial y nadie querrá meterse en juicios sin pruebas.
Ella agacha la cabeza. El Ford desaparece dejando a su paso una densa humareda blanca. Miras a tu alrededor, desconfiado. Un instinto animal despierta en ti. Te sientes un depredador que ha detectado a un enemigo potencial en su propio territorio.
- Como quieras- dice al fin con un suspiro-. Espero que tengas razón en lo que dices, y pronto podamos disfrutar del dinero. Esto no es lo que tenía previsto, pero es mejor que ese maldito motel y la soledad de un día continuado en el siguiente.
La observas fijamente. Hay algo en todo esto que no te cuadra. Parece como si tuviese algún trastorno bipolar, o simplemente que esté como una puta cabra. Tan pronto es una mujer sumisa que delega todo en ti, como parece saber a la perfección qué terreno pisa. Das una última calada. Dejas caer la colilla. La aplastas contra en asfalto con la puntera del zapato y te acercas a ella, fingiendo una ternura que para nada sientes. Levantas su mentón y besas sus labios. Ella sonríe, asustada. Sus ojos vuelven a tener ese brillo marchito y lánguido de heroína de novela barata. Le devuelves la sonrisa. Coges su mano y tiras de ella.
- Conozco un sitio donde podemos dormir unos días. Es un lugar decadente y triste. Nadie nos buscará allí. Ya habrá tiempo para hoteles y suites del lujo. No tengamos prisa.

La pensión de la señora Shamorovich es tal y como la recuerdas. Sucia. Cochambrosa. Las paredes de papeles pintados de color crema, repletas de cercos de humedad, como el colchón de un viejo borracho manchado de orina y poluciones nocturnas. Conoces ese antro. Te has refugiado en él en más ocasiones de las que eres capaz de recordar. Podría decirse que, en cierto modo, te sientes como si esa mierda constituyera para ti un hogar. Nada ha cambiado desde la última vez, y es algo que agradeces.
- Buenos días, señora Shamarovich- dices al entrar.
La vieja Shamarovich levanta la vista del libro que finge leer y te dedica una sonrisa desdentada. Está sentada en una ridícula habitación frente a la puerta que hace las veces de recepción. El mobiliario lo constituyen una mesa llena de platos sucios y mugre. Una estantería desvencijada y un busto de Joseph Raymond McCarthy, para dejar claro que lo único que tiene en común con sus primos bárbaros de la URSS es el apellido. Selección natural. El fuerte prevalece. El débil desaparece. Y el mediocre se acerca al sol que más calienta. Adaptarse o morir. 
- Ya saber yo que volverrías por aquí- dice a modo de saludo con un terrible acento eslavo-. Ya saber yo, ya saber.
A continuación suelta una retahíla de palabras que no entiendes, pero por la manera en que os mira y la cara de malicia lujuriosa que pone, deduces que debe de ser algo relacionado con vosotros dos, una cama, posición horizontal y el crujir de un colchón de muelles herrumbroso y sucio.
- Queremos una habitación para dos, ¿podría ser?- pregunta Sophie, abrazando el bolso con fuerza contra su pecho.
Una pose de plena tranquilidad y confianza en la casera de este antro, piensas.
- Da! Yo tener habitación. Venir conmigo.
La seguís a lo largo de un pasillo estrecho que huele a orina y vómito hasta una puerta pintada de blanco con cercos de óxido en las bisagras. La vieja Shamarovich la abre.
- Prrimerro la pasta. No quierro sorprresas- puntualiza, mirándote fijamente-. Ser cinco pavos por serr dos. No haberr desayuno ni comida. Eso en bar de la esquina. Aquí solo dormir- una sonrisa cómplice escapa entre sus encías libres de dientes al decir esto último, al tiempo que extiende la mano con la palma hacia arriba.
Sophie paga y entra en la habitación. La vieja se marcha, contando el dinero en su lengua natal: odin, dva, tri...
La habitación es deprimente. Diminuta. Con una cama de matrimonio sucia y cochambrosa. De paredes cubiertas de moho y el techo descascarillado. Una bombilla colgando de un cable cubierto de pelusas y un interruptor de baquelita chamuscado. Eso es todo. La única ventana da a un parque poblado de drogadictos y vagabundos. Y un poco más allá, a lo lejos, se intuyen las siluetas de los casinos y el lujo de Las Vegas.
Sophie mira con tristeza el horizonte. Te acercas a ella y la rodeas por la cintura. La hostia de la ternura para alguien como tú. Un ramo de flores y una botella se te antojan como el súmmum del romanticismo, y no tienes pasta en la cartera para tonterías. Ella apoya la cabeza en tu hombro.
- Tranquila. Saldremos de este agujero dentro de poco- dices, separándote de ella.
- ¿Dónde vas? Su voz suena nerviosa, asustada.
- Voy a ver a un par de contactos. Tengo que empezar a agilizar los trámites para salir de esta mierda- recalcas lo de mierda pasando un dedo por la pared-. Volveré pronto.
- ¿Y yo?
Te encoges de hombros de manera elocuente: a mí qué me dices. Habla con la casera, a lo mejor te da lecciones de ruso a un precio módico.

Sophie frunce el ceño. Coloca los brazos en jarras. Tú, cierras la puerta al salir. No estás para numeritos de mujer histérica y despechada. Es la hora de hacer que la rueda de la venganza empiece a moverse. Y lo único que necesitas son unos cuantos centavos y una cabina de teléfono. De lo primero llevas en el bolsillo un par de pavos; lo segundo ya lo solucionarás. Total, no tienes demasiada prisa por volver a tu nidito de amor.


-Continuará-

miércoles, 18 de febrero de 2015

Octavo Acto o Un As en La Manga

Miércoles. Nueva entrega. La madeja sigue desenredándose, pero aún queda bastante por delante (8/15). ¿Qué pasará para que el protagonista acabe como ha acabado? Tiempo al tiempo. De momento, disfrutad con este nuevo capítulo. El viernes una nueva entrega...

Suena el teléfono en la habitación. Abro los ojos. Todo me da vueltas. Estoy demasiado borracha. Decenas de fotos mías, desnuda frente a un espejo en poses más o menos sugerentes, dan cuenta de cómo el alcohol se ha ido adueñando de mí. El timbre del teléfono me taladra el cerebro. Siento náuseas. Al fin lo encuentro. Me acerco a él gateando, más como un gato callejero que como la tigresa sensual que tanto me gusta ser. Sofoco una arcada. La acidez de un estómago resacoso trepa por mi garganta.
- ¿Sí?- pregunto, tratando de hacer que mi voz suene lo más normal posible.
- Tiene una llamada- dice la recepcionista del hotel. ¿Betty? ¿Lucy? No sé quién es exactamente, sólo sé que yo soy lo que siempre habría querido ser y me envidia por ello-. ¿Se la paso?
- ¿Ha dicho quién es o qué quería?
Me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, tratando de encontrar un punto de apoyo que haga que todo se detenga y del mundo deje de girar a mil quinientas revoluciones por minuto a mi alrededor.
- Lo siento, sólo ha dicho su nombre. Nada más.
- ¿Quién es?- una nueva arcada me hace tragar saliva antes de hablar.
- James O´hara. ¿le conoce?
James O´hara. El sargento James O´hara. Que me llame sólo puede significar una cosa: necesita algo de mí. Y si James O´hara necesita algo de alguien, ese alguien sólo puede hacer dos cosas: satisfacerle, o desaparecer del mapa.
- Sí, sí. Le conozco- digo al fin, atusándome el pelo de manera incosciente-. Pásamelo.
Cuelgo y espero a que la recepcionista pase la llamada. El teléfono vuelve a sonar, haciendo que cada timbrazo suene más agudo en mis sientes que el anterior. Al quinto descuelgo el auricular.
- Hola, O´hara- digo, tratando de sonar seductora, aunque mi estado anímico y físico sean cualquier cosa menos sensuales y seductores.
- No estoy para juegos ni gilipolleces. Tenemos un problema. Necesito que me hagas un encargo.
¿Estamos? ¿Él y yo? El mayor defecto de O´hara, como el de todos los hombres, es que le gusta pensar demasiado en plural, metiéndome dentro de su vida más de lo que estoy dispuesta a tolerar. Ya no estoy bajo sus redes. Soy libre. Hace tiempo que me libré de sus chantajes de poli malo de novela barata. Tengo mis propios contactos y puedo buscarle las cosquillas si me lo propongo. Aunque parece que él aún no ha caído en la cuenta y por eso sigue tratando de arrastrarme en su caída. Sin embargo, prefiero obviar este hecho y le sigo el juego. Ya tendremos tiempo de poner las cosas en su sitio cuando O´hara esté más calmado.
- ¿De qué se trata?
- Tienes que encontrar a alguien. ¿Tienes para apuntar unos datos?
- O´hara, encanto, soy una promesa del cine. No un detective, ¿cómo quieres que encuentre a alguien en Las Vegas?
Al otro lado O´hara da un trago y sofoca un eructo.
- Preciosa- dice con calma, midiendo sus palabras y sus silencios de una manera que me pone nerviosa-. Recuerda esto: eres una promesa del cine porque YO te presenté a las personas adecuadas. ¿Qué eras antes? Una puta más en un sórdido club de carretera. Si YO caigo, las personas que ahora te ríen las gracias y te consienten todas tus excentricidades y caprichos, no dudarán en darte la patada en ese culo respingón que tienes. ¿Me sigues?
No aguanto más. Las palabras de O´hara han acabado de revolverme el estómago. Vomito. La imagen debe ser dantesca. Desnuda. Con el auricular del teléfono en alto y la cabeza ente las piernas, con la boca abierta y finos hilos de baba cayendo sobre la moqueta, mezclándose con el vómito.
- Te sigo O´hara, te sigo- digo al fin, secándome la barbilla con la palma de la mano que tengo libre-.¿Qué quieres que haga?
El disfraz de chica ingenua que saca las garras para aprovecharse de la situación ha caído. Tengo verdadero pánico. No soy más que una puta cría de veinte años asustada. Quiero llorar. Gritar. Desahogarme. Pero no serviría de nada. O´hara es implacable. Muchas de sus chicas han acabado abiertas en canal como una res en el matadero. Aunque conmigo siempre ha sido distinto. Yo he sido su protegida. Supe camelármele hasta ser su niña mimada. Y ahora veo que no. Que todo era fachada. O´hara es letal cuando ha de serlo. Duro. Capaz de matar a palos a alguien en comisaría, o de hacerte saber que no eres más que una mierda cubierta de caramelo; y que si él cae, se encargará personalmente de hacer que lo único que quede a flote sea la mierda. Nada más.
- ¿Sigues ahí?
- Sí. Sigo aquí- susurro. Una mano invisible me ahoga y no puedo hablar más alto.
- Bien. En dos días estaré por allí. Iré a buscarte. Fingiremos ser una pareja normal. Tú, una chica encantadora y yo, un puto viejo pervertido deseoso de echarte un par de polvos antes de que me dé un infarto, como en los viejos tiempos. ¿Me sigues?
- Te sigo.
- Bien. Mientras tanto, estate atenta a lo que pase. Las Vegas no son Nueva York. Llama a quien tengas que llamar. Habla con quien tengas que hablar. Pero cuando llegue allí, necesito saber algo más sobre nuestro problema.
- ¿Quién es?
- Una mujer. Se llama Sophie. No sé si va sola o acompañada. En algún lugar tendrán que dormir. Investiga. Cuarenta años. Pelo caoba. Ojos claros. Tiene un Cadillac rosa...
- Las Vegas es un lugar de paso, no sé si...
- Quiero resultados.
Un sonido brusco me dice que el hijo de puta de James O´hara ha colgado. Me quedo con el auricular en la mano y la mirada perdida en mi vómito. Debo parecer una muñeca rota con la que nadie quiera jugar ya; pero no. No estoy rota, aún. Tengo que cumplir con el encargo de O´hara, o las cosas se van a poner muy difíciles para mí. Necesito pensar. Un baño reconfortante, un par de barbitúricos y mi cabeza estará lista para funcionar. Desde el suelo, mis fotografías me miran con lascivia. Cierro los ojos. Me pongo en pie y me dirijo al cuarto de baño a trompicones. El grifo escupe un chorro de agua caliente. El vaho empieza a empañar en el espejo. Me veo reflejada en él a través de una densa niebla. El brillo de una cuchilla de afeitar en el lavabo me hace guiños, hablándome de una vía rápida de acabar con todo. Siento un escalofrío. La acaricio. Su tacto es suave, afilado. Cierro los ojos una vez más y suspiro. Me meto en la bañera y dejo que el agua empape mi cuerpo. Me sumerjo entera. Aguanto la respiración hasta que el pecho me arde. Trato de aguantar un poco más. Vuelvo a la superficie, sofocada. El pelo cayéndome por la cara. Un nombre retumba en mis tímpanos. Él es la solución. Sonrío. Vuelvo a meter la cabeza bajo el agua. Puede que aún haya alguna esperanza.

-Continuará-

lunes, 16 de febrero de 2015

Séptimo Acto o Dolor de Muelas

Es lunes!!!!! Y aquí estamos. Con puntualidad británica, eficacia alemana y disciplina soviética preparados para traer una nueva entrega (7/15). El miércoles, más. De momento, dejemos que la historia se complique un poco, que ya habrá tiempo para solucionarla y dejar que unos cuantos personajes sirvan de abono natural para los cactus del desierto. Disfrutadla.

El sargento O´hara está de un humor de perros. Después de la escena del motel y los periodistas, se ha encerrado en su despacho. Orden tajante en situaciones similares: no molestarle bajo ningún concepto. La resaca que le martirizaba por la mañana, ha seguido creciendo. Siente la cabeza próxima a la deflagración. De haberse encontrado de mejor ánimo, habría bajado a los calabozos a desquitarse repartiendo hostias entre los detenidos. Un deporte de categoría casi olímpica en comisaría. Una disciplina en la que maneja con precisión de medallista el arte de golpear sin dejar marca. Libros en el pecho de su víctima para aumentar el área de presión y disminuir el riesgo de que aparezcan hematomas, o la toalla mojada son técnicas que se le han quedado pequeñas desde hace tiempo. Lo suyo es un sadismo más cruel y sutil que abarca un amplio abanico de torturas. Desde la bolsa de plástico en la cabeza hasta hacer perder el conocimiento al detenido, a simulacros de ahogamiento y su favorito: el péndulo, como el lo llama. Suspender al desgraciado de turno cabeza abajo del techo, dejando que toda la sangre le congestione la cara y ésta adquiera un alarmante color púrpura incompatible con la vida, para dejarle caer y reír entre chascarrillos y botellas de whisky en el office entre compañeros que celebran las ganancias, o lamentan las pérdidas, que las apuestas sobre el aguante del penduleado suelen producir.
Pero no. Hoy no se encuentra con ánimos para ello. Necesita estar solo. Sabe que el incendio del motel es la jodida punta del iceberg de lo que está por pasar; y eso es algo que le aterroriza.
Sobre la mesa del despacho, un cenicero repleto de colillas da cuenta de su tensión nerviosa, y un ejemplar del Playboy fechado varios meses atrás muestra a una despampanante Playmate, de nombre Jayne Mansfield, que desde las páginas centrales sonríe a la cara como diciendo, ¿qué pretendes abuelo?
Malhumorado rumia en silencio sus pesares. Parece un animal acorralado y desesperado. O lo que es lo mismo, un hijo de puta cabreado. Cierra la revista y la tira contra la pared. Ni siquiera el culto a Onán ha logrado liberar su mente. La botella de ginebra del cajón de la mesa se encarga de mitigar su malestar levemente; si bien la tensión permanece ahí. Agazapada en la boca del estómago como un francotirador, a la espera del momento de hacer su entrada estelar en la escena y mandar todo a tomar por el culo. PUM. Tantos años de servicio, caminando en la cuerda floja mientras que los de Asuntos Internos se frotaban las manos esperando el momento de verle caer y cebarse con sus restos, parecen converger ahora mismo en el presente. Miedo a lo que pueda pasar en las próximas horas.
El segundo timbrazo del teléfono interrumpe sus pensamientos.
- ¡He dejado bien claro que no quiero que se me moleste!- ladra al auricular, encendiéndose un cigarro.
Su voz suena áspera. Cuarteada por el tabaco y el alcohol.
- Lo lamento señor O´hara. Es la segunda vez que llama, e insiste en hablar con usted- se disculpa la secretaria-. Le he dicho que no estaba usted disponible. Pero ha insistido...
- ¿A qué se debe tanta insistencia?- pregunta, arrastrando las palabras.
- No lo sé, señor. Lo único que me ha dicho es su nombre: Sophie.
Al oír el nombre, el sargento James O´hara siente cómo todos sus miedos cobran forma material. El corazón le late desbocado. Martilleándole las sienes. Una docena de puntos fosforescentes enturbian su mirada y un sudor frío le recorre el cuerpo. Necesito un trago, piensa, mirando fijamente la botella.
- ¿Sargento? ¿Está usted bien?- pregunta, asustada, la secretaria en un tono que a oídos de O´hara resulta agudo y desagradable.
- Sí, sí. No se preocupe. Páseme la llamada.
Tras unos segundos que se le antojan eternos, la voz de Sophie suena entre un desagradable bullicio de fondo: Mesa 4, marchando un rostbif estilo Texano. Mesa 6, un bloody mary para el caballero de la mesa 6. Rápido, que se acumula el trabajo. Rápido...
- Hola sargento, un placer hablar con usted. Supongo que ya estará al tanto de todo, ¿no?
- Sophie. ¿Qué has hecho?, por Dios. ¿Te has vuelto loca?
- No, sargento. No. Ya se lo dije tras nuestro último encuentro. ¿Lo recuerda? Quería dinero. O usted me lo proporcionaba, o tendría problemas. No he recibido todo lo que pedí. Sólo tres de los grandes...
- No pude reunir más- responde, interrumpiéndola-. Era mucho dinero.
- Por eso he quemado el motel. Supongo que la prensa estará encantada de saber que el LoveSpring era la tapadera de un grupo de polis corruptos. Tengo pruebas. Fotografías. Testimonios...
- Pero...
- ¿De verdad creía que iba a aguantar eternamente esa mierda? Puedo joderle la vida. Usted me la jodió a mí hace mucho tiempo, sargento. Yo no era más que una pobre chica descarriada. ¿Le suena? La violación, el aborto, la sangre...¿sigo?
- No, Sophie. Por favor, no sigas- suplica, masajéandose los ojos-. No sigas. Cometí un error. Estaba drogado. Llegamos a un acuerdo. No puedes hacerme esto.
- ¿No? ¿Quién lo dice? Le tengo cogido por las pelotas, sargento. Puedo acabar con usted y unos cuantos como usted simplemente con hacer pública la documentación que tengo en mi poder- Sophie calla, como si pensara en añadir algo más o no. En mitad del silencio se cuela una conversación entre dos hombres que deben estar cerca de ella: ya te lo dije, en este antro se come mejor que en cualquier restaurante de Las Vegas-. Ah, y por si me ocurriera alguna desgracia, las pruebas están a buen recaudo. Basta con que alguien denuncié mi desaparición, o mi muerte, para que la mitad de los periódicos del país reciban una copia.
- Sophie, ¿qué quieres? Tenemos que vernos. ¿Dónde estás? Podemos llegar a un acuerdo. Estás asustada y nerviosa, eso es todo. Confía en mí. Dime dónde estás e iré a buscarte. Verás como todo se arregla...
- No. No hay acuerdo que valga. Use a cualquiera de sus confidentes. Presione a cualquier yonqui que detenga para que actúe como testaferro y que pague los platos rotos. Me da igual. Sólo quiero mi dinero. La totalidad de la póliza del seguro. Eso pagará parte de lo que me debe.
- No es tan fácil, Sophie. Dime dónde estás. Podemos arreglarlo.
- Tiene una semana, sargento. Conoce perfectamente lo inestable que puedo llegar a ser, o ¿necesita que le recuerde el numerito del soldado que volvía del frente, las tijeras, las lágrimas y el bote de barbitúricos? Lo recuerda, ¿verdad? Pues no me obligue a montar algo parecido. El escándalo sería mayúsculo. Usted deme el dinero, y aquí no habrá pasado nada.
- Sophie...
- Ya sabe, sargento. Tiene una semana. De lo contrario, aténgase a las consecuencias.
El sonido intermitente al otro lado de la línea le indica que Sophie ha colgado antes de que pudiera responder. Está en un serio aprieto. Francamente jodido. Ha estado jugando con fuego durante demasiado tiempo sin ser consciente de que esa puta loca era un polvorín a punto de estallar. Tenía que haber atajado el problema de raíz, tal y como le aconsejaron los chicos. Acabar con Sophie tan pronto como saliera del hospital. Un disparo en la cara. PUM. Un par de bolsas de heroína para incriminarla y asunto resuelto. Ajuste de cuentas. Y vivir tranquilo. Pero no. Él no era así. Ella era joven, fácilmente manejable. Creía que podría salir del paso. Error. El tiempo se encargó de demostrar su equivocación, y ahora vienen las consecuencias.
Cuelga el teléfono con rabia. Se sirve un vaso de ginebra y enciende un cigarrillo más; el último del paquete. Tiene que haber alguna solución, murmura, tiene que haber una jodida solución. Cada vez lo que todo más negro. El cañón del 38 apoyado en la sien y fin de la función le empieza a resultar la única salida heroica a todo el embrollo en el que se ha metido. Muerto, ella no podría seguir sometiéndole a sus chantajes. Su carrera ya no correría peligro. Los de Asuntos Internos dejarían de ser un problema. Aunque, por otro lado, su muerte dejaría demasiados cabos sueltos y Sophie podría, y sabría, aprovecharse de ellos. O tal vez no. El Departamento se encargaría de usarlo como chivo expiatorio. Cargaría con la culpa y todo acabaría ahí. Muerto podría ser de gran utilidad. Fin del juego para Sophie. La pesadilla acabaría, pero él no estaría para seguir en el negocio una vez que se hubiera superado el bache. Debe de haber una alternativa, ¿pero cuál?
De pronto, una idea surca su cabeza con violencia, como el retroceso de un Remington apoyado en el hombro. Se acerca a la mesa. Abre el cajón y saca una agenda forrada en piel. La hojea deprisa. El tiempo es oro y no están las cosas como para malgastar calderilla de forma innecesaria. Encuentra el número que busca. Da una larga calada. Descuelga el teléfono y marca un número.
Al quinto tono, después de que la recepcionista pasara la llamada, la voz de una mujer responde al otro lado de la línea.


-Continuará-

viernes, 13 de febrero de 2015

Sexto Acto o Road Movie

Y llegó el viernes... y de la mano del viernes una nueva entrega más. Nuestros personajes siguen sus andanzas sin saber a dónde les dirigen sus pasos y sus actos. De momento. Es cuestión de tiempo que el malo se comporte como el malo y el héroe haga de héroe, que le cosan a balazos vamos.
Pero mientras tanto, aquí os dejo un nuevo capítulo (6/15). Disfrutadlo. Difundidlo. Difamadlo. O pasad de él. Como mejor os venga. Pero recordad: El lunes nueva entrega.

El viaje sigue su curso. El paisaje pasa veloz, perdiéndose entre el humo que escupe el tubo de escape. Tú sigues dormido. La cabeza apoyada en la ventanilla. Tu respiración condensándose en el cristal en forma de vaho. El ceño fruncido. Sueños convulsos hacen que tartamudees cosas incoherentes. Fotogramas del tiempo que has pasado entre rejas. El patio de la cárcel. Miradas que se cruzan. Tíos peligrosos, de esos que una palabra suya vale más que mil imágenes. Músculos en tensión. Agitación. Paranoias. Habladurías de chivatazos. Rencillas. Delaciones anónimas a cambio de un cartón de Marlboro. Carceleros haciendo la vista gorda o ayudando a repartir estopa. Armas improvisadas. Sed de sangre. Olor a orina y excrementos. Miedo.
Sophie, suponiendo que sea su verdadero nombre, va a lo suyo. Conduce con soltura. Parece tener experiencia en esto de las fugas improvisadas. La vista fija en el asfalto. Las manos descansando sobre el volante. El horizonte alejándose de vosotros, al tiempo que vosotros os alejáis del LoveSpring. El cuentakilómetros marcando una velocidad algo superior al límite permitido. El motor contento, ronroneando como un tigre, juguetón y letal al mismo tiempo.
De vez en cuando te mira de reojo. No queda ni rastro del rollito de mujer solitaria y necesitada de horas antes. Su rostro muestra determinación. Si ahora mismo pudieras verla, no darías crédito a su trasformación. El día y la noche. El tema de quemar el motel y salir de allí gastando ruedas, al parecer no era más que el señuelo que ha dejado caer para engatusar a algún pardillo con el que emprender la huida. El cazador cazado. La vieja historia de siempre.
Te despiertas sobresaltado. Ella aparta la vista de la carretera y te mira. Su rostro vuelve a ser el de siempre. Un mohín de cansancio eterno tras días, semanas y meses de soledad compartida con sus recuerdos.
- ¿Estás bien?- pregunta, esbozando una sonrisa forzada que se traduce en un cúmulo de arrugas junto a sus ojos.
- Sí, sí. Estoy bien- respondes, tratando de saber dónde estáis.
No conoces la zona y eso te jode. Cuando pasaste por este mismo paisaje lo hiciste en un furgón de presos y en esos vehículos el confort y las vistas brillan por su ausencia. Sólo un grupo de tíos engrilletados dentro de una jaula de acero custodiados al otro lado de una ventanilla por un poli con cara de tener pocas luces.
- Queda poco- dice, como si acabara de leerte el pensamiento-. En un par de horas habremos llegado. Una vez allí ya me dirás dónde quieres que vayamos.
Contratiempo. No te habías parado a analizar las cosas despacio. ¿A quién acudir? Conoces a gente de sobra. Buenos amigos que morirían por salvarte el pescuezo, e hijos de puta que te matarían sin dudarlo. Los contactos se mantienen, pero medio año a la sombra hace que el amigo se convierta en enemigo por desconfianza y miedo, casi con la misma facilidad que el enemigo pasa a ser ejecutor simplemente porque los federales le han estado dando por el culo y han soltado tu nombre como quien no quiere la cosa.
- Dame un cigarro- dices, tratando de ganar tiempo.
Saca los dos últimos. Te los da, estruja el paquete y lo tira por la ventanilla. Los enciendes a la vez, así rollito pareja feliz. Le pasas el suyo. Das unas caladas y reflexionas sobre qué coño vais a hacer cuando estéis en Las Vegas.
- Tengo que pensarlo. Hay varias opciones.
Ella da una chapada al cigarro y te mira, como diciendo: vamos, que no tienes ni puta idea.
Pero la desconfianza no pasa de una mirada rápida. Sonríe echando el humo por la nariz y dice:
- Vale. Aún tenemos tenemos tiempo. En la próxima gasolinera paramos. Tenemos que echar gasolina, Y, si hay suerte, podremos comer algo. Estoy hambrienta.
Tu estómago ruge, como corroborando sus palabras. Las huidas improvisadas es lo que tienen. No hay tiempo para coger una cesta de mimbre, un mantelito a cuadros rojos y un par de sándwiches al estilo Kentucky para montar un jodido picnic ante la puesta de sol.
- Está bien. Yo también tengo hambre. Así podremos descansar un poco, que falta nos hace- dices, apoyando una vez más la cabeza en la ventanilla y el cigarrillo colgando de la comisura de la boca a lo Humphrey Bogart.

Más tarde. El depósito del coche lleno. Sophie y tú sentados ante una mesa de restaurante de carretera. Estilo cutre. Asientos de polipiel de color verde. Camareras jóvenes en patines, luciendo pierna. Tus ojos estrábicos ante tanta tentación. Olor a fritanga. Camioneros de aspecto rudo. Camisas a cuadros y olor a sudor y tabaco. Delante de vosotros dos platos vacíos. El suyo, con restos de una ensalada. El tuyo, con la ternilla de un filete duro y correoso como su puta madre. Se os acerca una camarera.
- ¿Algo más?- pregunta, con una libreta en una mano y un boli en la otra, dispuesta a tomar nota de vuestra comanda.
La miras con amargura. Te habría gustado más que os hubiera vuelto a atender la jovencita de pelo rubio y ojos azules que ha estado tonteando contigo hace un rato. Pero no. No ha habido suerte. Es la jefa de camareras. Una mujer de rostro amarillento y cuarteado, con un ridículo moño de color caoba que desentona con el ridículo uniforme de color esmeralda que viste, y del que cuelga una chapa con su nombre: Betty.
- Un café- dices, mirando a Sophie.
- Yo no quiero nada, gracias- responde, apoyando los codos sobre la mesa-. Bueno, sí. ¿Hay teléfono?
- Al lado de los baños. Espero que tengas monedas, porque no damos cambio para llamadas- aclara con voz grave, de fumadora empedernida y enfisema pulmonar incipiente.
- No hay problema. Ahora vengo. No te marches sin mí- bromea.
La camarera se va con andares castrenses. Al parecer, los patines tienen fecha de caducidad en la vida laboral de las camareras de carretera,y el seguro médico de la empresa no debe incluir riesgos innecesarios. Sophie te da un beso y te deja solo. En el hilo musical suena una canción melancólica que habla de un viaje sin retorno. Un amor perdido. La Capital del Vicio y una buena racha en las cartas; la puerta a una nueva vida llena de lujos cantada en estilo country. Ya estáis en el condado de Clark. La interestatal que cruza SpringValley ha quedado atrás. El calor del desierto y el aroma del pecado y el vicio flotan en el ambiente. En la mirada de los hombres lujuriosos que miran con descaro a las camareras, prometiéndolas algo que jamás podrán ofrecer más allá de un polvo rápido en el almacén y en la sonrisa burlona con que éstas rechazan los ofrecimientos pero cogen la propina.
Miras por la ventana. La tensión se ha ido acumulando en ti a medida que la distancia con Las Vegas iba menguando. Aparcado en mitad del parking, el Cadillac. Las llaves y la pasta, en el bolso de Sophie, en el asiento que tienes enfrente. Ella, de espaldas. Con el auricular pegado a la mejilla como una jodida animadora hablando con el capitán del equipo para concertar una cita. Un hombre gordo se acerca al cuarto de baño. Es el momento perfecto. Levantarte, coger la pasta y las llaves. Conducir de un tirón hasta llegar a tu destino, y si quiere saber algo de tu paradero, que te busque o contrate un sabueso. Dinero no le va a faltar. En cuento cobre la pasta de la aseguradora, puede que sea ella quien dé por terminada vuestra sociedad. Ninguno de los dos pensáis que la compañía mutua vaya a ser para siempre. No hace falta que os case un tío disfrazado de cantante en ninguna capilla prefabricada entre dos casinos para que os deis cuenta de ello, cuando la convivencia sea una puta mierda y una legión de mocosos se encargue de joderos vivos dando por el culo a la hora de la siesta. No. Lo vuestro tiene fecha de caducidad. A lo sumo, de consumo preferente. Pero futuro ninguno.
El gordo de los aseos sigue en el lugar adecuado. Parece ser que hay cola para entrar. Coges aire. Te levantas. El bolso pesa más de lo que aparenta. Lo coges y te dispones a salir de allí sin tratar de llamar la atención. Pero la camarera llega con tu café.
- ¿Ibas a algún lado, vaquero?- pregunta con malicia, al parecer la idea de dejar lastre en ese restaurante no debe ser nueva para ella.
- No. Que va. Quería estirar las piernas- ironizas.
Deja el café en la mesa. Pagas la cuenta. Te sientas y remueves ese agua sucia que denominan café americano. Das un sorbo. Estás de mala hostia, pero decides tomártelo con filosofía. El viaje es largo. Ya habrá tiempo para aligerar el equipaje y acabar con todo esto de una puta vez, piensas mirando a Sophie antes de acabar el café de un trago y encender un cigarrillo.


-Continuará-

miércoles, 11 de febrero de 2015

Interludio II

Lo prometido es deuda. Es miércoles. Y aquí estamos. Una nueva entrega. Cortita, para amenizar la tarde hasta el viernes que volveremos a vernos por estos lares 5/15.
Disfrutad lo que os dejo. En breve más...

Hace frío en la habitación del hotel. Estoy desnuda entra las sábanas. La cama aún huele al botones. Pobrecillo. Cree que se ha aprovechado de la historia de la pobre damisela en apuros que le he contado. Pobre gilipollas. Cena para dos. Langosta, caviar y una botella de champán. Creo que ha tenido que ser el polvo más caro que haya echado en su vida. Cuando se lo descuenten todo en la nómina a fin de mes, eso que decía de “nunca olvidaré esta noche” va a ser cierto.
Hombres....
ven un cuerpo bonito y unas piernas que se abren, y serían capaces de vender a su madre. Pero bueno, mejor así. Me facilita las cosas. Disfruto usándolos. Ellos creen que se aprovechan de mí, cuando la verdad es la contraria. Si Eva tentó a Adán con una puta manzana, ¿qué no se puede conseguir con un liguero de encaje y unos labios pintados de rojo?
Pero vayamos a lo que importa. Tiendo a divagar, lo siento.
Ya sabes que aún no nos conocemos, encanto. Pero pronto nos veremos las caras. Me encargaré de joderte la vida. Las razones ya las descubrirás más adelante. Las ansias de venganza me excitan hasta la locura. Mi cuerpo responde a espasmos de placer sólo con pensarlo.
Pero no. No adelantemos acontecimientos. Estoy sola. Desnuda frente a un espejo y con mi querida Polaroid modelo 95 en una mano. Voy a deleitarme con uno de mis mayores placeres: mi cuerpo. Voy a fotografiarme desnuda, masturbándome. Para cuando el tiempo pase y sea una vieja marchita de piel casi trasparente, pueda recordar estas curvas que fueron la perdición de tantos hombres. Sonrío al espejo. Una mano entre las piernas. La cámara escupe una instantánea. La veo. No está bien que lo diga yo, pero salgo preciosa. Mi cuerpo resaltando sobre las sábanas color salmón que tengo detrás. Mis ojos fijos en mí a través del papel. Una obra de arte. Aunque no creo que tenga que entrar en muchas descripciones. Pronto contemplarás este cuerpo y disfrutarás de él. No te preocupes. Tiempo al tiempo.
La instantánea cae al suelo. La primera. Aún quedan bastantes por seguir sus pasos. El champán aún está frío y la botella casi entera. Tengo toda una noche por delante de fotografías alfombrando el suelo y burbujas que despierten mi libido. Cuando el deseo sexual sea asfixiante y no me pueda satisfacerme, llamaré al servicio de habitaciones. Son muy complacientes.

No tardes. Pronto nos veremos. Y, créeme, encanto, tu suerte va a cambiar de manera radical. Quizá tanto que respirar deje de ser una necesidad vital para ti y pase a ser un recuerdo de una época pasada. Pero no te asustes. No tardes en venir a mí. Te espero.
-Continuará-

lunes, 9 de febrero de 2015

Cuarto Acto o Amanecer en Llamas

Y llegó el lunes...
Aquí estamos una semana más. Nueva entrega. Nuevos enredos en la trama y nuevos personajes. ¿Qué más se puede pedir?
Esta semana tengo preparada una novedad. De momento toca esperar. Espero que esto os guste mientras tanto. 4/15

El sargento James O´hara se baja del coche al estilo de los detectives de Hollywood. Se coloca el sombrero con chulería y da un trago largo del café que lleva en un vaso de papel encerado. Escupe la mitad y protesta por la pésima calidad de ese “mejunje de mierda”.
- ¿Qué tenemos aquí?- pregunta, acercándose a un poli uniformado con cara de niño y gesto asustado.
El agente le saluda llevándose la mano a la visera de la gorra y le pone al corriente de lo ocurrido:
- Un incendio se ha desatado esta madrugada. Los bomberos están tratando de contenerlo. No hay víctimas que lamentar.
- Ni tampoco creo yo que se haya perdido una fortuna en bienes materiales- ironiza O´hara, dando otro trago al café con la mirada fija en las columnas de humo que crecen en espirales hacia el cielo.
Dos individuos se bajan de un coche destartalado. Uno lleva una libreta y un bolígrafo con manchas de tinta en los dedos. El otro carga con una aparatosa cámara fotográfica. Se miran entre sí, como dándose ánimos mutuamente y se acercan a los policías con decisión.
- Lo que nos faltaba- protesta el sargento O´hara arrugando el vaso con rabia y arrojándolo al suelo-. Acordonen la zona y que esos chupatintas no den demasiados problemas. Aquí no hay mucho que hacer, pero tengo resaca y no quiero responder a sus estúpidas preguntas.
El agente que está con él hace un gesto y otros tres policías uniformados retiran a los periodistas. Estos protestan. Libertad de prensa. Abuso de poder. Derecho a informar. Argumentos que acaban con la cámara en el suelo. Rota. Y con una amenaza silenciosa y contundente escapando de la mirada de uno de los polis: lo próximo que se va a romper van a ser los dientes de alguno de vosotros dos como no os larguéis de aquí.
Mensaje recibido. Los periodistas se meten en el coche. El de la cámara rota porta los restos mortales del aparato y los deja en el asiento trasero. Se sienta junto al conductor y saca una petaca del bolsillo. Su compañero enciende un cigarrillo y empieza a emborronar páginas a toda velocidad. De pronto se detiene. La exclusiva que pretendía redactar se queda en nada. O´hara se acerca a ellos con andares de chulo de putas y una sonrisa cínica de perdonavidas. Llega a su altura. Golpea con suavidad la ventanilla del conductor y exige la libreta. Con pulso tembloroso se la entregan. La ojea por encima. Arranca un par de hojas y las rompe con parsimonia. La devuelve al periodista que ocupa el asiento del conductor y que no logra disimular el temblor que sacude su cuerpo. Después, se encoge de hombros, les sonríe y señala su placa, como diciendo: así es la vida. Os jodéis.

Lejos del LoveSpring y las llamas conduces a toda velocidad. Estás sorprendido por el giro extraño que han tomado las cosas en pocas horas. Parece que tu suerte está cambiando. A tu lado, la artífice de los hechos duerme con pinta de no haber roto un puto plato en la vida.
Joder, suena a cosa de locos, pero lo habéis hecho. Punto. No hay nada que pueda evitarlo. Ahora vienen las consecuencias. Todo comenzó apuntando en una dirección opuesta. Su entrada en tu habitación. El olor de su perfume disparando tu imaginación hacia algo así como una orgía entre dos. Un empacho de sexo, lujuria y desenfreno. Dos adultos solos en un motel bajo la lluvia. Los dos necesitados de compañía. La bandeja en el suelo. El pastel de carne rebozado en la suciedad del suelo. Un plato de loza reducido a fragmentos afilados y cortantes. Una lata de Coca-Cola derramada. En el ambiente flotando una tensión sexual que roza cotas de aquí te pillo, aquí te empotro irresistible. Ella abalanzándose sobre ti. Tú arrancándole la ropa. Dos cuerpos desnudos sobre la cama. La soledad de la celda y el onanismo encontrando una justa recompensa. Y entonces, PUM. Gatillazo. Tu polla pasando de una erección de caballo a convertirse en algo flácido e inútil. Ella tratando de reanimarte. De rodillas en el suelo. La cabeza entre tus piernas. Succión. Tú incómodo. Nervioso. La cosa que no vuelve a la vida. Sólo faltaba un jodido juez para certificar la defunción de tu miembro. Tú, buscando una explicación creíble. La cárcel. La soledad. Estrés. Ella desistiendo, sentándose a tu lado y sacando un paquete de Lucky Strike de entre su ropa revuelta en el suelo. Ofreciéndote uno. Caladas en silencio. El humo enredándose en el silencio que os rodeaba como la soga al cuello de un ahorcado.
De pronto, ella girándose hacia tu lado. Su cuerpo desnudo. Brillando a la luz de los neones procedente de fuera. Sonriéndote. Una calada larga, como si necesitara llenarse de humo los pulmones antes de hablar. Sus ojos fijos en los tuyos, una mano en tu muslo y su voz convertida en un leve susurro:
- No te preocupes. Te entiendo. A veces me ha pasado- una mirada triste a tu pene, haciéndote sentir ridículo-. Sé lo que es la soledad y lo que la ansiedad puede llegar a hacer.
Tú asintiendo, comprensivo. Sintiéndote incómodo. Ridículo. Estafado por tu propio cuerpo; todo el tiempo deseando meterla en caliente, y cuando la cosa surge PLOF, fallas.
- No te preocupes, de verdad- su mano aún fija en tu pierna-. Tenemos tiempo de sobra.
- Yo, lo siento. Pero...
- No pasa nada- su voz cargada de tintes comprensivos. Pero en tu cabeza, la misma sensación de ser un pringado al que se se acaba de desplumar a las cartas y el crupier trata de convencer de que todo ha sido azar, nada de cartas marcadas-. No le des importancia.
- ¿Cómo puedes?- tu pregunta cargada de interés, tus ojos desviándose de los suyos.
- ¿Cómo puedo, qué?
- Soportar esta mierda. La soledad. Todo esto.
La sensación de desnudez volviéndose incómoda. Tú abriendo tus sentimientos a una tía que no conoces de nada. Y con la que, además, acabas de tener un gatillazo de los que hacen época. Su sonrisa trasformándose en una mueca crispada, incómoda. Una nueva calada. Todo lo que pasa a continuación, moviéndose a cámara lenta: ella levantándose, envolviendo su cuerpo con la colcha y saliendo de la habitación. Tú, quedándote solo. Preguntándote qué será lo próximo. Ella, volviendo a los pocos minutos. Dos botellas de bourbon a modo de respuesta. Los dos bebiendo en silencio. El calor del alcohol dándole otro cariz a la situación. ¡Magia! La libido volviendo a aparecer. Momento de consumar. Los dos borrachos. Después de dos polvos casi consecutivos la habitación apestando a alcohol, tabaco y sudor. La colcha con nuevas manchas, a modo de álbum de fotos de encuentros sexuales furtivos. Ella, fatigada y sudorosa, encendiendo dos cigarrillos. La segunda botella por la mitad, pero tú, optimista postcoital, viéndola medio llena. La hora hablar y jugar a ser amantes-confidentes, llegando. Ella tomando la iniciativa. Tú, atento. Escuchando. Un plan empezando a madurar en tu cabeza, venciendo el sopor del orgasmo.
- Hay días que me entran ganas de mandar todo esto a la mierda y empezar de cero- sus palabras sonando como si pensara en voz alta-. Quemarlo o algo así. Cobrar la pasta del seguro y disfrutar la vida.
Tu cerebro haciendo clic. Mensaje recibido. Hora de tirar la caña, a ver qué se puede pescar en río revuelto.
- Tengo 35 años- la mentira colándose entre las sábanas, como un invitado más a la fiesta que llegara tarde-. Mi marido se fugó con la vecina. Era esto o morirme del asco.
Tu cabeza maquinando a toda velocidad. Pros y contras. Riesgos ninguno. Una aseguradora estafada. Si tarasen de la manta, jamás darían contigo. La luz del rencor escupiendo destellos rosas al otro lado de la ventana. Pasta. Dinero. Un último detalle por descubrir: hasta qué punto es cierto lo que dice o un simple efecto secundario de la borrachera.
-¡Hagámoslo!- tu voz sonando ardiente, incitando a hacer una locura. Tus ojos reflejándose en sus pupilas. Tu mano apoyándose en su hombro. La acción dando paso a la siguiente escena- ¡Hagámoslo! ¡Vivamos a lo grande! Incendiemos esto, cobremos el seguro y huyamos a Las Vegas. Allí será posible empezar de cero. Conozco a gente que podría ayudarnos.
- No es tan fácil, encanto- la determinación ebria dando paso a la puta realidad. Un farol en toda regla al descubierto-. La aseguradora, el papeleo. Tardaríamos semanas en tener un centavo por su parte.
Sus ojos brillando. Una sonrisa aflorando en la comisura de la boca. La codicia por el dinero y una vida nueva, acompañada, aflorando en sus pensamientos.
- Pero sí. Hagámoslo. Quememos esta mierda. No quiero seguir consumiéndome sola para echar un polvo con un camionero borracho una vez al mes. Tengo dinero ahorrado. Incendiemos esto. Huyamos a Las Vegas. Allí nos ayudarán tus amigos.
Ella ardiente, como el dictador enfervorecido que da un mitin. Tú, escuchando y tragando saliva. El cazador cazado. La idea resultando menos tentadora de lo que pensabas. La bestia saliendo a flote y lo que ves resulta peligroso.
- Tengo un coche y tres mil pavos ahorrados- sus ojos echando fuego mientras habla-. ¿Habrá suficiente?
- De sobra.
Las cosas volviendo a su sitio. El motor de un Cadillac de color rosa haciendo gorgoritos. La planta baja del LoveSpring apestando a alcohol de quemar y gasolina. Una cerilla encendiéndose en mitad de la noche antes de dar paso a la fiesta de llamas y humo. Tú al volante. Ella vistiendo a lo Audrey Hepburn en Roma Holiday, sin el glamour de un estilista de Hollywood. El fuego consumiendo el edificio y una carretera por delante.

De vuelta al presente. Pisas el acelerador afondo. El motor bebe combustible como un cosaco sin nada mejor que hacer para matar el tiempo que emborracharse deprisa. El asfalto parece una serpiente larga y gris en el horizonte. Tu acompañante, que dice llamarse Sophie, como si este dato te importara, sigue dormida. Pasáis junto a un par de moteles. Todos idénticos al que a estas horas, piensas, no debe ser más que cenizas: LoveWinter, LoveSummer. Una jodida franquicia de amores con nombres de estaciones anuales. La hostia de original.
Sophie finalmente se despierta. Tiene los ojos enrojecidos e hinchados. Cara de dónde coño estoy. Te mira. Parpadea y sonríe. Las cosas parecen empezar a cuadrar. Bosteza. Bebe un trago de cerveza caliente y enciende un cigarro.
- Tienes cara de cansado- dice con voz pastosa, mientras trata de arreglarse el pelo mirándose en el espejo retrovisor-. ¿Quieres que conduzca?
- ¿Cuánto queda hasta Las Vegas?
- Bastante. Aún nos quedan unos cuantos kilómetros por delante.
No respondes. Te enciendes un cigarrillo usando el suyo a modo de mechero. Pones el intermitente y os detenéis en el arcén. Al bajar de coche tu cuerpo cruje. Está dolorido y entumecido. Cambiáis de posición. Ahora eres tú el que se acomoda en el asiento del copiloto. Apoyas la cabeza en la ventanilla y cierras los ojos. Es hora de descansar y buscar la solución al problema que lleva dándote demasiado tiempo vueltas por la cabeza: una vez que que termines tu trabajo en Las Vegas, ¿qué vas a hacer con ella?, ¿cumplirás tu palabra y empezarás de cero a su lado?, o, en su defecto, ¿optarás por invitar a los carroñeros del desierto a que se den un festín con su cuerpo a media tarde?

Antes de que puedas optar por una u otra opción, caes en un profundo sueño. El cansancio materializándose en la necesidad de descansar. Tampoco es que te importe mucho lo que pueda pasarla en un futuro inmediato. Ya habrá tiempo para pensarlo. O si no, siempre puedes sentirte creativo y tratar de improvisar sobre la marcha. Hay veces que hay que dejar un cabo suelto por si las cosas se tuercen y uno acaba necesitando una coartada. Nunca se sabe.

-Continuará-