lunes, 9 de febrero de 2015

Cuarto Acto o Amanecer en Llamas

Y llegó el lunes...
Aquí estamos una semana más. Nueva entrega. Nuevos enredos en la trama y nuevos personajes. ¿Qué más se puede pedir?
Esta semana tengo preparada una novedad. De momento toca esperar. Espero que esto os guste mientras tanto. 4/15

El sargento James O´hara se baja del coche al estilo de los detectives de Hollywood. Se coloca el sombrero con chulería y da un trago largo del café que lleva en un vaso de papel encerado. Escupe la mitad y protesta por la pésima calidad de ese “mejunje de mierda”.
- ¿Qué tenemos aquí?- pregunta, acercándose a un poli uniformado con cara de niño y gesto asustado.
El agente le saluda llevándose la mano a la visera de la gorra y le pone al corriente de lo ocurrido:
- Un incendio se ha desatado esta madrugada. Los bomberos están tratando de contenerlo. No hay víctimas que lamentar.
- Ni tampoco creo yo que se haya perdido una fortuna en bienes materiales- ironiza O´hara, dando otro trago al café con la mirada fija en las columnas de humo que crecen en espirales hacia el cielo.
Dos individuos se bajan de un coche destartalado. Uno lleva una libreta y un bolígrafo con manchas de tinta en los dedos. El otro carga con una aparatosa cámara fotográfica. Se miran entre sí, como dándose ánimos mutuamente y se acercan a los policías con decisión.
- Lo que nos faltaba- protesta el sargento O´hara arrugando el vaso con rabia y arrojándolo al suelo-. Acordonen la zona y que esos chupatintas no den demasiados problemas. Aquí no hay mucho que hacer, pero tengo resaca y no quiero responder a sus estúpidas preguntas.
El agente que está con él hace un gesto y otros tres policías uniformados retiran a los periodistas. Estos protestan. Libertad de prensa. Abuso de poder. Derecho a informar. Argumentos que acaban con la cámara en el suelo. Rota. Y con una amenaza silenciosa y contundente escapando de la mirada de uno de los polis: lo próximo que se va a romper van a ser los dientes de alguno de vosotros dos como no os larguéis de aquí.
Mensaje recibido. Los periodistas se meten en el coche. El de la cámara rota porta los restos mortales del aparato y los deja en el asiento trasero. Se sienta junto al conductor y saca una petaca del bolsillo. Su compañero enciende un cigarrillo y empieza a emborronar páginas a toda velocidad. De pronto se detiene. La exclusiva que pretendía redactar se queda en nada. O´hara se acerca a ellos con andares de chulo de putas y una sonrisa cínica de perdonavidas. Llega a su altura. Golpea con suavidad la ventanilla del conductor y exige la libreta. Con pulso tembloroso se la entregan. La ojea por encima. Arranca un par de hojas y las rompe con parsimonia. La devuelve al periodista que ocupa el asiento del conductor y que no logra disimular el temblor que sacude su cuerpo. Después, se encoge de hombros, les sonríe y señala su placa, como diciendo: así es la vida. Os jodéis.

Lejos del LoveSpring y las llamas conduces a toda velocidad. Estás sorprendido por el giro extraño que han tomado las cosas en pocas horas. Parece que tu suerte está cambiando. A tu lado, la artífice de los hechos duerme con pinta de no haber roto un puto plato en la vida.
Joder, suena a cosa de locos, pero lo habéis hecho. Punto. No hay nada que pueda evitarlo. Ahora vienen las consecuencias. Todo comenzó apuntando en una dirección opuesta. Su entrada en tu habitación. El olor de su perfume disparando tu imaginación hacia algo así como una orgía entre dos. Un empacho de sexo, lujuria y desenfreno. Dos adultos solos en un motel bajo la lluvia. Los dos necesitados de compañía. La bandeja en el suelo. El pastel de carne rebozado en la suciedad del suelo. Un plato de loza reducido a fragmentos afilados y cortantes. Una lata de Coca-Cola derramada. En el ambiente flotando una tensión sexual que roza cotas de aquí te pillo, aquí te empotro irresistible. Ella abalanzándose sobre ti. Tú arrancándole la ropa. Dos cuerpos desnudos sobre la cama. La soledad de la celda y el onanismo encontrando una justa recompensa. Y entonces, PUM. Gatillazo. Tu polla pasando de una erección de caballo a convertirse en algo flácido e inútil. Ella tratando de reanimarte. De rodillas en el suelo. La cabeza entre tus piernas. Succión. Tú incómodo. Nervioso. La cosa que no vuelve a la vida. Sólo faltaba un jodido juez para certificar la defunción de tu miembro. Tú, buscando una explicación creíble. La cárcel. La soledad. Estrés. Ella desistiendo, sentándose a tu lado y sacando un paquete de Lucky Strike de entre su ropa revuelta en el suelo. Ofreciéndote uno. Caladas en silencio. El humo enredándose en el silencio que os rodeaba como la soga al cuello de un ahorcado.
De pronto, ella girándose hacia tu lado. Su cuerpo desnudo. Brillando a la luz de los neones procedente de fuera. Sonriéndote. Una calada larga, como si necesitara llenarse de humo los pulmones antes de hablar. Sus ojos fijos en los tuyos, una mano en tu muslo y su voz convertida en un leve susurro:
- No te preocupes. Te entiendo. A veces me ha pasado- una mirada triste a tu pene, haciéndote sentir ridículo-. Sé lo que es la soledad y lo que la ansiedad puede llegar a hacer.
Tú asintiendo, comprensivo. Sintiéndote incómodo. Ridículo. Estafado por tu propio cuerpo; todo el tiempo deseando meterla en caliente, y cuando la cosa surge PLOF, fallas.
- No te preocupes, de verdad- su mano aún fija en tu pierna-. Tenemos tiempo de sobra.
- Yo, lo siento. Pero...
- No pasa nada- su voz cargada de tintes comprensivos. Pero en tu cabeza, la misma sensación de ser un pringado al que se se acaba de desplumar a las cartas y el crupier trata de convencer de que todo ha sido azar, nada de cartas marcadas-. No le des importancia.
- ¿Cómo puedes?- tu pregunta cargada de interés, tus ojos desviándose de los suyos.
- ¿Cómo puedo, qué?
- Soportar esta mierda. La soledad. Todo esto.
La sensación de desnudez volviéndose incómoda. Tú abriendo tus sentimientos a una tía que no conoces de nada. Y con la que, además, acabas de tener un gatillazo de los que hacen época. Su sonrisa trasformándose en una mueca crispada, incómoda. Una nueva calada. Todo lo que pasa a continuación, moviéndose a cámara lenta: ella levantándose, envolviendo su cuerpo con la colcha y saliendo de la habitación. Tú, quedándote solo. Preguntándote qué será lo próximo. Ella, volviendo a los pocos minutos. Dos botellas de bourbon a modo de respuesta. Los dos bebiendo en silencio. El calor del alcohol dándole otro cariz a la situación. ¡Magia! La libido volviendo a aparecer. Momento de consumar. Los dos borrachos. Después de dos polvos casi consecutivos la habitación apestando a alcohol, tabaco y sudor. La colcha con nuevas manchas, a modo de álbum de fotos de encuentros sexuales furtivos. Ella, fatigada y sudorosa, encendiendo dos cigarrillos. La segunda botella por la mitad, pero tú, optimista postcoital, viéndola medio llena. La hora hablar y jugar a ser amantes-confidentes, llegando. Ella tomando la iniciativa. Tú, atento. Escuchando. Un plan empezando a madurar en tu cabeza, venciendo el sopor del orgasmo.
- Hay días que me entran ganas de mandar todo esto a la mierda y empezar de cero- sus palabras sonando como si pensara en voz alta-. Quemarlo o algo así. Cobrar la pasta del seguro y disfrutar la vida.
Tu cerebro haciendo clic. Mensaje recibido. Hora de tirar la caña, a ver qué se puede pescar en río revuelto.
- Tengo 35 años- la mentira colándose entre las sábanas, como un invitado más a la fiesta que llegara tarde-. Mi marido se fugó con la vecina. Era esto o morirme del asco.
Tu cabeza maquinando a toda velocidad. Pros y contras. Riesgos ninguno. Una aseguradora estafada. Si tarasen de la manta, jamás darían contigo. La luz del rencor escupiendo destellos rosas al otro lado de la ventana. Pasta. Dinero. Un último detalle por descubrir: hasta qué punto es cierto lo que dice o un simple efecto secundario de la borrachera.
-¡Hagámoslo!- tu voz sonando ardiente, incitando a hacer una locura. Tus ojos reflejándose en sus pupilas. Tu mano apoyándose en su hombro. La acción dando paso a la siguiente escena- ¡Hagámoslo! ¡Vivamos a lo grande! Incendiemos esto, cobremos el seguro y huyamos a Las Vegas. Allí será posible empezar de cero. Conozco a gente que podría ayudarnos.
- No es tan fácil, encanto- la determinación ebria dando paso a la puta realidad. Un farol en toda regla al descubierto-. La aseguradora, el papeleo. Tardaríamos semanas en tener un centavo por su parte.
Sus ojos brillando. Una sonrisa aflorando en la comisura de la boca. La codicia por el dinero y una vida nueva, acompañada, aflorando en sus pensamientos.
- Pero sí. Hagámoslo. Quememos esta mierda. No quiero seguir consumiéndome sola para echar un polvo con un camionero borracho una vez al mes. Tengo dinero ahorrado. Incendiemos esto. Huyamos a Las Vegas. Allí nos ayudarán tus amigos.
Ella ardiente, como el dictador enfervorecido que da un mitin. Tú, escuchando y tragando saliva. El cazador cazado. La idea resultando menos tentadora de lo que pensabas. La bestia saliendo a flote y lo que ves resulta peligroso.
- Tengo un coche y tres mil pavos ahorrados- sus ojos echando fuego mientras habla-. ¿Habrá suficiente?
- De sobra.
Las cosas volviendo a su sitio. El motor de un Cadillac de color rosa haciendo gorgoritos. La planta baja del LoveSpring apestando a alcohol de quemar y gasolina. Una cerilla encendiéndose en mitad de la noche antes de dar paso a la fiesta de llamas y humo. Tú al volante. Ella vistiendo a lo Audrey Hepburn en Roma Holiday, sin el glamour de un estilista de Hollywood. El fuego consumiendo el edificio y una carretera por delante.

De vuelta al presente. Pisas el acelerador afondo. El motor bebe combustible como un cosaco sin nada mejor que hacer para matar el tiempo que emborracharse deprisa. El asfalto parece una serpiente larga y gris en el horizonte. Tu acompañante, que dice llamarse Sophie, como si este dato te importara, sigue dormida. Pasáis junto a un par de moteles. Todos idénticos al que a estas horas, piensas, no debe ser más que cenizas: LoveWinter, LoveSummer. Una jodida franquicia de amores con nombres de estaciones anuales. La hostia de original.
Sophie finalmente se despierta. Tiene los ojos enrojecidos e hinchados. Cara de dónde coño estoy. Te mira. Parpadea y sonríe. Las cosas parecen empezar a cuadrar. Bosteza. Bebe un trago de cerveza caliente y enciende un cigarro.
- Tienes cara de cansado- dice con voz pastosa, mientras trata de arreglarse el pelo mirándose en el espejo retrovisor-. ¿Quieres que conduzca?
- ¿Cuánto queda hasta Las Vegas?
- Bastante. Aún nos quedan unos cuantos kilómetros por delante.
No respondes. Te enciendes un cigarrillo usando el suyo a modo de mechero. Pones el intermitente y os detenéis en el arcén. Al bajar de coche tu cuerpo cruje. Está dolorido y entumecido. Cambiáis de posición. Ahora eres tú el que se acomoda en el asiento del copiloto. Apoyas la cabeza en la ventanilla y cierras los ojos. Es hora de descansar y buscar la solución al problema que lleva dándote demasiado tiempo vueltas por la cabeza: una vez que que termines tu trabajo en Las Vegas, ¿qué vas a hacer con ella?, ¿cumplirás tu palabra y empezarás de cero a su lado?, o, en su defecto, ¿optarás por invitar a los carroñeros del desierto a que se den un festín con su cuerpo a media tarde?

Antes de que puedas optar por una u otra opción, caes en un profundo sueño. El cansancio materializándose en la necesidad de descansar. Tampoco es que te importe mucho lo que pueda pasarla en un futuro inmediato. Ya habrá tiempo para pensarlo. O si no, siempre puedes sentirte creativo y tratar de improvisar sobre la marcha. Hay veces que hay que dejar un cabo suelto por si las cosas se tuercen y uno acaba necesitando una coartada. Nunca se sabe.

-Continuará-

2 comentarios:

  1. ¡Me gusta! Buena escritura y buena historia. Gracias

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    1. Muchas gracias! Espero que lo que viene siga teniendo tan buena acogida y siga gustando.
      Un saludo

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