viernes, 13 de febrero de 2015

Sexto Acto o Road Movie

Y llegó el viernes... y de la mano del viernes una nueva entrega más. Nuestros personajes siguen sus andanzas sin saber a dónde les dirigen sus pasos y sus actos. De momento. Es cuestión de tiempo que el malo se comporte como el malo y el héroe haga de héroe, que le cosan a balazos vamos.
Pero mientras tanto, aquí os dejo un nuevo capítulo (6/15). Disfrutadlo. Difundidlo. Difamadlo. O pasad de él. Como mejor os venga. Pero recordad: El lunes nueva entrega.

El viaje sigue su curso. El paisaje pasa veloz, perdiéndose entre el humo que escupe el tubo de escape. Tú sigues dormido. La cabeza apoyada en la ventanilla. Tu respiración condensándose en el cristal en forma de vaho. El ceño fruncido. Sueños convulsos hacen que tartamudees cosas incoherentes. Fotogramas del tiempo que has pasado entre rejas. El patio de la cárcel. Miradas que se cruzan. Tíos peligrosos, de esos que una palabra suya vale más que mil imágenes. Músculos en tensión. Agitación. Paranoias. Habladurías de chivatazos. Rencillas. Delaciones anónimas a cambio de un cartón de Marlboro. Carceleros haciendo la vista gorda o ayudando a repartir estopa. Armas improvisadas. Sed de sangre. Olor a orina y excrementos. Miedo.
Sophie, suponiendo que sea su verdadero nombre, va a lo suyo. Conduce con soltura. Parece tener experiencia en esto de las fugas improvisadas. La vista fija en el asfalto. Las manos descansando sobre el volante. El horizonte alejándose de vosotros, al tiempo que vosotros os alejáis del LoveSpring. El cuentakilómetros marcando una velocidad algo superior al límite permitido. El motor contento, ronroneando como un tigre, juguetón y letal al mismo tiempo.
De vez en cuando te mira de reojo. No queda ni rastro del rollito de mujer solitaria y necesitada de horas antes. Su rostro muestra determinación. Si ahora mismo pudieras verla, no darías crédito a su trasformación. El día y la noche. El tema de quemar el motel y salir de allí gastando ruedas, al parecer no era más que el señuelo que ha dejado caer para engatusar a algún pardillo con el que emprender la huida. El cazador cazado. La vieja historia de siempre.
Te despiertas sobresaltado. Ella aparta la vista de la carretera y te mira. Su rostro vuelve a ser el de siempre. Un mohín de cansancio eterno tras días, semanas y meses de soledad compartida con sus recuerdos.
- ¿Estás bien?- pregunta, esbozando una sonrisa forzada que se traduce en un cúmulo de arrugas junto a sus ojos.
- Sí, sí. Estoy bien- respondes, tratando de saber dónde estáis.
No conoces la zona y eso te jode. Cuando pasaste por este mismo paisaje lo hiciste en un furgón de presos y en esos vehículos el confort y las vistas brillan por su ausencia. Sólo un grupo de tíos engrilletados dentro de una jaula de acero custodiados al otro lado de una ventanilla por un poli con cara de tener pocas luces.
- Queda poco- dice, como si acabara de leerte el pensamiento-. En un par de horas habremos llegado. Una vez allí ya me dirás dónde quieres que vayamos.
Contratiempo. No te habías parado a analizar las cosas despacio. ¿A quién acudir? Conoces a gente de sobra. Buenos amigos que morirían por salvarte el pescuezo, e hijos de puta que te matarían sin dudarlo. Los contactos se mantienen, pero medio año a la sombra hace que el amigo se convierta en enemigo por desconfianza y miedo, casi con la misma facilidad que el enemigo pasa a ser ejecutor simplemente porque los federales le han estado dando por el culo y han soltado tu nombre como quien no quiere la cosa.
- Dame un cigarro- dices, tratando de ganar tiempo.
Saca los dos últimos. Te los da, estruja el paquete y lo tira por la ventanilla. Los enciendes a la vez, así rollito pareja feliz. Le pasas el suyo. Das unas caladas y reflexionas sobre qué coño vais a hacer cuando estéis en Las Vegas.
- Tengo que pensarlo. Hay varias opciones.
Ella da una chapada al cigarro y te mira, como diciendo: vamos, que no tienes ni puta idea.
Pero la desconfianza no pasa de una mirada rápida. Sonríe echando el humo por la nariz y dice:
- Vale. Aún tenemos tenemos tiempo. En la próxima gasolinera paramos. Tenemos que echar gasolina, Y, si hay suerte, podremos comer algo. Estoy hambrienta.
Tu estómago ruge, como corroborando sus palabras. Las huidas improvisadas es lo que tienen. No hay tiempo para coger una cesta de mimbre, un mantelito a cuadros rojos y un par de sándwiches al estilo Kentucky para montar un jodido picnic ante la puesta de sol.
- Está bien. Yo también tengo hambre. Así podremos descansar un poco, que falta nos hace- dices, apoyando una vez más la cabeza en la ventanilla y el cigarrillo colgando de la comisura de la boca a lo Humphrey Bogart.

Más tarde. El depósito del coche lleno. Sophie y tú sentados ante una mesa de restaurante de carretera. Estilo cutre. Asientos de polipiel de color verde. Camareras jóvenes en patines, luciendo pierna. Tus ojos estrábicos ante tanta tentación. Olor a fritanga. Camioneros de aspecto rudo. Camisas a cuadros y olor a sudor y tabaco. Delante de vosotros dos platos vacíos. El suyo, con restos de una ensalada. El tuyo, con la ternilla de un filete duro y correoso como su puta madre. Se os acerca una camarera.
- ¿Algo más?- pregunta, con una libreta en una mano y un boli en la otra, dispuesta a tomar nota de vuestra comanda.
La miras con amargura. Te habría gustado más que os hubiera vuelto a atender la jovencita de pelo rubio y ojos azules que ha estado tonteando contigo hace un rato. Pero no. No ha habido suerte. Es la jefa de camareras. Una mujer de rostro amarillento y cuarteado, con un ridículo moño de color caoba que desentona con el ridículo uniforme de color esmeralda que viste, y del que cuelga una chapa con su nombre: Betty.
- Un café- dices, mirando a Sophie.
- Yo no quiero nada, gracias- responde, apoyando los codos sobre la mesa-. Bueno, sí. ¿Hay teléfono?
- Al lado de los baños. Espero que tengas monedas, porque no damos cambio para llamadas- aclara con voz grave, de fumadora empedernida y enfisema pulmonar incipiente.
- No hay problema. Ahora vengo. No te marches sin mí- bromea.
La camarera se va con andares castrenses. Al parecer, los patines tienen fecha de caducidad en la vida laboral de las camareras de carretera,y el seguro médico de la empresa no debe incluir riesgos innecesarios. Sophie te da un beso y te deja solo. En el hilo musical suena una canción melancólica que habla de un viaje sin retorno. Un amor perdido. La Capital del Vicio y una buena racha en las cartas; la puerta a una nueva vida llena de lujos cantada en estilo country. Ya estáis en el condado de Clark. La interestatal que cruza SpringValley ha quedado atrás. El calor del desierto y el aroma del pecado y el vicio flotan en el ambiente. En la mirada de los hombres lujuriosos que miran con descaro a las camareras, prometiéndolas algo que jamás podrán ofrecer más allá de un polvo rápido en el almacén y en la sonrisa burlona con que éstas rechazan los ofrecimientos pero cogen la propina.
Miras por la ventana. La tensión se ha ido acumulando en ti a medida que la distancia con Las Vegas iba menguando. Aparcado en mitad del parking, el Cadillac. Las llaves y la pasta, en el bolso de Sophie, en el asiento que tienes enfrente. Ella, de espaldas. Con el auricular pegado a la mejilla como una jodida animadora hablando con el capitán del equipo para concertar una cita. Un hombre gordo se acerca al cuarto de baño. Es el momento perfecto. Levantarte, coger la pasta y las llaves. Conducir de un tirón hasta llegar a tu destino, y si quiere saber algo de tu paradero, que te busque o contrate un sabueso. Dinero no le va a faltar. En cuento cobre la pasta de la aseguradora, puede que sea ella quien dé por terminada vuestra sociedad. Ninguno de los dos pensáis que la compañía mutua vaya a ser para siempre. No hace falta que os case un tío disfrazado de cantante en ninguna capilla prefabricada entre dos casinos para que os deis cuenta de ello, cuando la convivencia sea una puta mierda y una legión de mocosos se encargue de joderos vivos dando por el culo a la hora de la siesta. No. Lo vuestro tiene fecha de caducidad. A lo sumo, de consumo preferente. Pero futuro ninguno.
El gordo de los aseos sigue en el lugar adecuado. Parece ser que hay cola para entrar. Coges aire. Te levantas. El bolso pesa más de lo que aparenta. Lo coges y te dispones a salir de allí sin tratar de llamar la atención. Pero la camarera llega con tu café.
- ¿Ibas a algún lado, vaquero?- pregunta con malicia, al parecer la idea de dejar lastre en ese restaurante no debe ser nueva para ella.
- No. Que va. Quería estirar las piernas- ironizas.
Deja el café en la mesa. Pagas la cuenta. Te sientas y remueves ese agua sucia que denominan café americano. Das un sorbo. Estás de mala hostia, pero decides tomártelo con filosofía. El viaje es largo. Ya habrá tiempo para aligerar el equipaje y acabar con todo esto de una puta vez, piensas mirando a Sophie antes de acabar el café de un trago y encender un cigarrillo.


-Continuará-

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