Y llegó el viernes... y de la mano del viernes una nueva entrega más. Nuestros personajes siguen sus andanzas sin saber a dónde les dirigen sus pasos y sus actos. De momento. Es cuestión de tiempo que el malo se comporte como el malo y el héroe haga de héroe, que le cosan a balazos vamos.
Pero mientras tanto, aquí os dejo un nuevo capítulo (6/15). Disfrutadlo. Difundidlo. Difamadlo. O pasad de él. Como mejor os venga. Pero recordad: El lunes nueva entrega.
El viaje sigue su curso. El
paisaje pasa veloz, perdiéndose entre el humo que escupe el tubo de
escape. Tú sigues dormido. La cabeza apoyada en la ventanilla. Tu
respiración condensándose en el cristal en forma de vaho. El ceño
fruncido. Sueños convulsos hacen que tartamudees cosas incoherentes.
Fotogramas del tiempo que has pasado entre rejas. El patio de la
cárcel. Miradas que se cruzan. Tíos peligrosos, de esos que una
palabra suya vale más que mil imágenes. Músculos en tensión.
Agitación. Paranoias. Habladurías de chivatazos. Rencillas.
Delaciones anónimas a cambio de un cartón de Marlboro. Carceleros
haciendo la vista gorda o ayudando a repartir estopa. Armas
improvisadas. Sed de sangre. Olor a orina y excrementos. Miedo.
Sophie, suponiendo que sea su
verdadero nombre, va a lo suyo. Conduce con soltura. Parece tener
experiencia en esto de las fugas improvisadas. La vista fija en el
asfalto. Las manos descansando sobre el volante. El horizonte
alejándose de vosotros, al tiempo que vosotros os alejáis del
LoveSpring. El cuentakilómetros marcando una velocidad algo superior
al límite permitido. El motor contento, ronroneando como un tigre,
juguetón y letal al mismo tiempo.
De vez en cuando te mira de
reojo. No queda ni rastro del rollito de mujer solitaria y necesitada
de horas antes. Su rostro muestra determinación. Si ahora mismo
pudieras verla, no darías crédito a su trasformación. El día y la
noche. El tema de quemar el motel y salir de allí gastando ruedas,
al parecer no era más que el señuelo que ha dejado caer para
engatusar a algún pardillo con el que emprender la huida. El cazador
cazado. La vieja historia de siempre.
Te despiertas sobresaltado. Ella
aparta la vista de la carretera y te mira. Su rostro vuelve a ser el
de siempre. Un mohín de cansancio eterno tras días, semanas y meses
de soledad compartida con sus recuerdos.
- ¿Estás bien?- pregunta,
esbozando una sonrisa forzada que se traduce en un cúmulo de arrugas
junto a sus ojos.
- Sí, sí. Estoy bien-
respondes, tratando de saber dónde estáis.
No conoces la zona y eso te jode.
Cuando pasaste por este mismo paisaje lo hiciste en un furgón de
presos y en esos vehículos el confort y las vistas brillan por su
ausencia. Sólo un grupo de tíos engrilletados dentro de una jaula
de acero custodiados al otro lado de una ventanilla por un poli con
cara de tener pocas luces.
- Queda poco- dice, como si
acabara de leerte el pensamiento-. En un par de horas habremos
llegado. Una vez allí ya me dirás dónde quieres que vayamos.
Contratiempo. No te habías
parado a analizar las cosas despacio. ¿A quién acudir? Conoces a
gente de sobra. Buenos amigos que morirían por salvarte el pescuezo,
e hijos de puta que te matarían sin dudarlo. Los contactos se
mantienen, pero medio año a la sombra hace que el amigo se convierta
en enemigo por desconfianza y miedo, casi con la misma facilidad que
el enemigo pasa a ser ejecutor simplemente porque los federales le
han estado dando por el culo y han soltado tu nombre como quien no
quiere la cosa.
- Dame un cigarro- dices,
tratando de ganar tiempo.
Saca los dos últimos. Te los da,
estruja el paquete y lo tira por la ventanilla. Los enciendes a la
vez, así rollito pareja feliz. Le pasas el suyo. Das unas caladas y
reflexionas sobre qué coño vais a hacer cuando estéis en Las
Vegas.
- Tengo que pensarlo. Hay varias
opciones.
Ella da una chapada al cigarro y
te mira, como diciendo: vamos, que no tienes ni puta idea.
Pero la desconfianza no pasa de
una mirada rápida. Sonríe echando el humo por la nariz y dice:
- Vale. Aún tenemos tenemos
tiempo. En la próxima gasolinera paramos. Tenemos que echar
gasolina, Y, si hay suerte, podremos comer algo. Estoy hambrienta.
Tu estómago ruge, como
corroborando sus palabras. Las huidas improvisadas es lo que tienen.
No hay tiempo para coger una cesta de mimbre, un mantelito a cuadros
rojos y un par de sándwiches al estilo Kentucky para montar un
jodido picnic ante la puesta de sol.
- Está bien. Yo también tengo
hambre. Así podremos descansar un poco, que falta nos hace- dices,
apoyando una vez más la cabeza en la ventanilla y el cigarrillo
colgando de la comisura de la boca a lo Humphrey Bogart.
Más tarde. El depósito del
coche lleno. Sophie y tú sentados ante una mesa de restaurante de
carretera. Estilo cutre. Asientos de polipiel de color verde.
Camareras jóvenes en patines, luciendo pierna. Tus ojos estrábicos
ante tanta tentación. Olor a fritanga. Camioneros de aspecto rudo.
Camisas a cuadros y olor a sudor y tabaco. Delante de vosotros dos
platos vacíos. El suyo, con restos de una ensalada. El tuyo, con la
ternilla de un filete duro y correoso como su puta madre. Se os
acerca una camarera.
- ¿Algo más?- pregunta, con una
libreta en una mano y un boli en la otra, dispuesta a tomar nota de
vuestra comanda.
La miras con amargura. Te habría
gustado más que os hubiera vuelto a atender la jovencita de pelo
rubio y ojos azules que ha estado tonteando contigo hace un rato.
Pero no. No ha habido suerte. Es la jefa de camareras. Una mujer de
rostro amarillento y cuarteado, con un ridículo moño de color caoba
que desentona con el ridículo uniforme de color esmeralda que viste,
y del que cuelga una chapa con su nombre: Betty.
- Un café- dices, mirando a
Sophie.
- Yo no quiero nada, gracias-
responde, apoyando los codos sobre la mesa-. Bueno, sí. ¿Hay
teléfono?
- Al lado de los baños. Espero
que tengas monedas, porque no damos cambio para llamadas- aclara con
voz grave, de fumadora empedernida y enfisema pulmonar incipiente.
- No hay problema. Ahora vengo.
No te marches sin mí- bromea.
La camarera se va con andares
castrenses. Al parecer, los patines tienen fecha de caducidad en la
vida laboral de las camareras de carretera,y el seguro médico de la
empresa no debe incluir riesgos innecesarios. Sophie te da un beso y
te deja solo. En el hilo musical suena una canción melancólica que
habla de un viaje sin retorno. Un amor perdido. La Capital del Vicio
y una buena racha en las cartas; la puerta a una nueva vida llena de
lujos cantada en estilo country. Ya estáis en el condado de Clark.
La interestatal que cruza SpringValley ha quedado atrás. El calor
del desierto y el aroma del pecado y el vicio flotan en el ambiente.
En la mirada de los hombres lujuriosos que miran con descaro a las
camareras, prometiéndolas algo que jamás podrán ofrecer más allá
de un polvo rápido en el almacén y en la sonrisa burlona con que
éstas rechazan los ofrecimientos pero cogen la propina.
Miras por la ventana. La tensión
se ha ido acumulando en ti a medida que la distancia con Las Vegas
iba menguando. Aparcado en mitad del parking, el Cadillac. Las llaves
y la pasta, en el bolso de Sophie, en el asiento que tienes enfrente.
Ella, de espaldas. Con el auricular pegado a la mejilla como una
jodida animadora hablando con el capitán del equipo para concertar
una cita. Un hombre gordo se acerca al cuarto de baño. Es el momento
perfecto. Levantarte, coger la pasta y las llaves. Conducir de un
tirón hasta llegar a tu destino, y si quiere saber algo de tu
paradero, que te busque o contrate un sabueso. Dinero no le va a
faltar. En cuento cobre la pasta de la aseguradora, puede que sea
ella quien dé por terminada vuestra sociedad. Ninguno de los dos
pensáis que la compañía mutua vaya a ser para siempre. No hace
falta que os case un tío disfrazado de cantante en ninguna capilla
prefabricada entre dos casinos para que os deis cuenta de ello,
cuando la convivencia sea una puta mierda y una legión de mocosos se
encargue de joderos vivos dando por el culo a la hora de la siesta.
No. Lo vuestro tiene fecha de caducidad. A lo sumo, de consumo
preferente. Pero futuro ninguno.
El gordo de los aseos sigue en el
lugar adecuado. Parece ser que hay cola para entrar. Coges aire. Te
levantas. El bolso pesa más de lo que aparenta. Lo coges y te
dispones a salir de allí sin tratar de llamar la atención. Pero la
camarera llega con tu café.
- ¿Ibas a algún lado, vaquero?-
pregunta con malicia, al parecer la idea de dejar lastre en ese
restaurante no debe ser nueva para ella.
- No. Que va. Quería estirar las
piernas- ironizas.
Deja el café en la mesa. Pagas
la cuenta. Te sientas y remueves ese agua sucia que denominan café
americano. Das un sorbo. Estás de mala hostia, pero decides
tomártelo con filosofía. El viaje es largo. Ya habrá tiempo para
aligerar el equipaje y acabar con todo esto de una puta vez, piensas
mirando a Sophie antes de acabar el café de un trago y encender un
cigarrillo.
-Continuará-
No hay comentarios:
Publicar un comentario