miércoles, 25 de marzo de 2015

Kryptos

Es miércoles y aquí estamos. Con una reseña calentita que soltar. No me voy a enrollar demasiado. Sólo decir que el miércoles que viene volveré a dejarme caer por aquí con un relato bastante potente (por lo que me han dicho mis betas) y poco más. Disfrutad esto que os dejo y ya sabéis, si os mola: difundid, que en esta ocasión es por una buena causa que nada tiene que ver con mi desinflado ego de escritor de género negro.

Debo confesar que no soy muy amigo de esto de las reseñas. Creo que como lector, cada uno debe dejarse llevar por sus propias inclinaciones o gustos, sin que opiniones ajenas puedan condicionar futuras lecturas, pero en esta ocasión haré una excepción. Que nadie espere una crítica mordaz y concisa porque aquí no la va a encontrar. No soy crítico literario. Lo mío es más humilde, no paso de lector y aprendiz de escritor. Los juicios de valor y las clases magistrales de recursos estilísticos, en qué acierta o falla el escritor, la intensidad de la trama y demás zarandajas se las dejo a los especialistas en estas lides que, al parecer, abundan demasiado en Internet. No sé si por el anonimato que confiere la Red ante la posibilidad de soltar mierda por la boca dándoselas de experto en algo, o porque realmente la universidad de este país está francamente jodida y los pobres catedráticos tienen que ganarse el pan trabajando como mercenarios literarios online.
Sea como sea, ahí va mi reseña de un libro que desde un principio me sedujo por varias razones. La primera es que, pienso, la literatura de este país debe empezar a renovarse. Pasó la época de las vacas de oro y las editoriales tendrán que empezar a mover el mercado antes o después. Por eso suelo leer autores no consagrados (entre los cuales no me incluyo, aún me quedan muchas tazas de café para considerarme autor). Prefiero decir pobrecico con la ilusión que habrá puesto en todo esto a encontrarme con el quincuagésimo tocho del autor del momento y leer por quincuagésima vez la misma novela en la que lo único que cambia, si es que algo cambia, es el escenario y, con un poco de suerte, alguno de los personajes (que cada uno saque sus propias conclusiones al respecto).
Otra de las razones por las que me he lanzado a esto de reseñar Kryptos es porque me ha dado la gana. Así de sencillo. Conozco al autor, los dos estamos en nómina de la misma agencia literaria y me dije, antes de reseñar a otro, empecemos por el amigo Blas que a fin de cuentas si no le gusta lo que ponga siempre puedo esperarme a alguna presentación y redimirme con un par de cervezas.
Y por último, y tal vez ésta se la razón de más peso, se trata de un libro con fines solidarios. Sí, así es. Todas las ganancias que genera la obra van íntegras para la ONG Educo, encargada de gestionar becas de comedor para niños, y es que, nos guste o no, en este país a día de hoy hay familias que pasan hambre. Triste, pero cierto. Así que si esto que escribo sirve para que Kryptos se mueva y ayude a esos niños que se van a la cama con la tripa vacía puedan hacerlo con el buche lleno, pues mejor que mejor.

Y dicho esto, podemos ir metiéndonos en faena (temblad autores, que empieza el baile).
Debo confesar que a la vez que leía Kryptos estaba metido en otro proyecto (éste personal) que incluía estudiarme cual retoño Escribir un Thriller de André Jute; así que la cosa me venía que ni pintada. Desguacé el libro del señor Ruiz Grau y compañía con un sumo deleite y el colmillo retorcido (permítaseme la expresión revertiana) dispuesto a disfrutarlo y, seamos objetivos, tratar de poner en práctica algo de lo aprendido de la mano de A. Jute. Y la verdad es que fue una pasada. Muchos dirán que la trama es lineal o compleja, que hay “casualidades” que no son muy creíbles y bla bla bla bla (catedráticos de lectores Amazon seamos serios, por favor. Busquen a alguien que le interesen sus palabras y déjennos al resto tranquilos). Bajo mi punto de vista la novela es un novelón. Atrapa, que de eso se trata este negocio. Te mantiene en tensión desde la primera página hasta la de agradecimientos. Se trata de un thriller, y todos sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol. Sigue la estructura de este tipo de escritos (por otro lado, normal, ¿no?) haciendo que el lector se vaya adentrando en un mundo que pasa rápido ante sus ojos, obligándole a esperar el desenlace. Aquí el colmillo retorcido (permítaseme otra vez la expresión revertiana) volvió a salir a flote. El giro final empieza a entreverse en las últimas veinte páginas, pero no amigos. No es oro todo lo que reluce, y el amigo Blas y sus secuaces ya tienen tablas en esto. Cuando uno sonríe confiado, diciendo el malo es fulano o mengano, se queda con cara de gilipollas al ver cómo la trama escapa por unos derroteros inesperados para acabar dando con un final que, por lo menos a mi, me obligó a exclamar un: cabrón, me la ha colado.
Por lo demás poco hay que decir. La acción abunda, quitando el aliento. La idea principal (nacida en Twitter) es muy acertada. Y los personajes están conseguidos. Nada de descripciones eternas detallando al milímetro las motas de color dorado que brillan al sol en las pupilas verdes del personaje principal. No. Los autores emplean de manera magistral la caracterización “pasiva” de los personajes, esto es, dando mayor peso a su caracterización desde un punto de vista externo y psicológico que perderse en un mar de adjetivos y enunciados que aburren y no son más que pura paja que añadir en copia-pega cada vez que uno de los personajes empieza a ganar peso en el texto.
Por otro lado, y para terminar, voy a ser sincero, debo confesar que echo de menos el trinomio que marca todos mis escritos: drogas-dinero-muerte. Aunque mejor dejémoslo así, no sea que a estos tres monstruos se les ocurra meterse en estos berenjenales y un servidor acabe vendiendo bocadillos de mortadela en la puerta de un colegio en lugar de seguir dándole a esto de la tecla.


Espero que este tostón que he soltado así de buena mañana sirva para algo, porque, omitiendo alguna errata o error de puntuación (eso también lo tienen las novelas del Grupo Planeta) es una novela que realmente merece la pena. Y teniendo en cuenta el fin solidario que sigue, más aún.

viernes, 20 de marzo de 2015

Sigo vivo

Es viernes y tenemos un pseudoeclipse solar que, por lo menos en mi barrio, no se puede ver porque está nublado. Lástima...
Hoy no hay relatos ni nada de eso. Entro para decir que sigo vivo y que para la semana que viene estoy preparando una reseña bastante maja de un libro con fines solidarios. Para los interesad@s en saber de qué hablo dejo la portada para que vayan echando un ojo: 


Y ¿qué fines solidarios tiene esto de Kryptos? Sencillo. TODAS las ganancias que genere van destinadas a la ONG Educo para becas de comedor. ¿Necesitáis algo más para dar el paso y comprarlo? Ahí va. Se trata de un thriller bastante potente y que engancha. Acción por los cuatro márgenes de cada página y la necesidad de seguir leyendo a ver qué se está cociendo entre los personajes que pululan en sus líneas. 
De momento, hasta ahí es cuanto puedo decir. La reseña estará lista para el miércoles que viene, así que os toca esperar, o, en su defecto, poneros en contacto con el autor y que sea él quien os lo cuente:
Y dicho esto, vuelvo a mis quehaceres criminales-literarios.
Nos vemos el miércoles

viernes, 6 de marzo de 2015

Última Entrega con Sorpresa

Viernes!!! Y la novela que os he traído llega a su fin. Después de pensarlo mucho, he tomado una decisión, a ver qué os parece: en lugar de colgar el último capítulo, pues os cuelgo la novela entera en formatos mobi, epub y pdf, para que cada uno pueda leerlo tranquilamente con la extensión que mejor le venga.
¿Qué hay que hacer? Nada. Simplemente pinchar el enlace y elegir el formato que mejor os venga. Gratis y por la cara. ¿Qué más se puede pedir? 15 capítulos revisados y corregidos (me he quitado de en medio alguna erratilla que había por ahí escondida) calentitos, recién impresos como aquel que dice.
Disfrutadlos y sólo os pido una cosa. Bueno, dos:
Poned algún comentario diciendo qué os ha parecido, y si os gusta, ya sabéis, difundidla.
Mil gracias!

La semana que viene nos volvemos a ver. Tengo algún que otro proyecto por ahí y creo que va siendo hora de darle salida.

miércoles, 4 de marzo de 2015

Décimo Cuarto Acto o Hasta la Vista Encanto

Ya es miércoles. Punto de inflexión de la semana. No queda nada para el finde y aquí tenéis la penúltima entrega de todo esto (14/15). Todo empieza a cuadrar. Verdades que salen a la luz y alguien en medio de una mierda que no es suya. Mala suerte. Disfrutadla. El viernes acabamos con todo esto de una manera que os va a gustar. Palabra.

Me encanta. Joder, me encanta. La situación es ridícula. Estás sentado en el asiento trasero del coche. Las manos esposadas por debajo de las rodillas, por si te da por hacer el héroe y quieres vengar a los que llevamos en el maletero. No creo que lo hagas, pero prefiero ser prevenida. Sophie conduce con clase. No hay prisa. Ella sabe dónde nos lleva, y con eso es suficiente. No hay que hacer demasiadas preguntas a alguien que está conduciendo. Ya lo decía un letrero de letras negras en el autobús amarillo del colegio: No molestar al conductor. Y, aunque no lo creas, soy una chica obediente.
Me giro hacia ti. Tienes cara de pasmado. Deja que te cuente una historia mientras los kilómetros se suceden, así te hago el viaje más ameno. Sophie es mi madre. Sí, has oído bien. Sophie es mi madre. Era una puta que hacía la calle. Una arrastrada. Tendría más o menos mi edad, veintipocos, cuando el malnacido de O´hara la violó. Sí. Así fue. Una noche en la que estaba más borracho de lo habitual. Había salido de la comisaría a celebrar Dios sabe qué, y el caso es que ella se cruzó en su camino. Como ya te he dicho la violó. La obligó a hacer cosas horribles y se quedó embarazada. La magia de la vida, que no entiende de brutalidad. ¿Ves? El egoísmo que tenemos de adultos lo llevamos en los genes, desde que no somos más que una puta manada de espermatozoides a la caza de un óvulo que fecundar.
Ella calló. No dijo nada hasta que ocultarlo era una estupidez. Tuvo que dejar la calle. Empezó a extorsionar al sargento, y éste, asustado, la obligó a abortar. El pagaría los honorarios y la mantendría a cambio de silencio. Ella aceptó. Acudió a una clínica clandestina, pero no pudo. El miedo se apoderó de ella. Acordó con el médico darle gato por liebre. Yo nací. Ella me abandonó, pero se comportó como una madre. O´hara le montó la mierda esa del motel de carretera. Se la follaba de vez en cuando y ella fue recopilando fotos y pruebas contra él y los demás polis corruptos con los que se codeaba para sacarles más pasta. El negocio no daba para mucho y lo poco que ganaba lo mandaba al orfanato. Nunca me faltó de nada. Crecí y acabé por descarriarme. La mala vida me llamaba. Soy un caso perdido. Lo sé. Quería ser una estrella de cine. Cantante. Y antes de saber qué hacía, acabé trabajado de puta en un tugurio. Ella se enteró. No sé cómo, pero se enteró. Ya sabes, las madres son medio brujas. Trató de sacarme de ese mundo, pero no quise. Discutimos. Nos dijimos cosas horribles, pero eso no viene al caso. Yo seguí ejerciendo, y ella tejiendo una tupida red. O´hara cayó en mis garras. Se encariñó conmigo. Yo le dejaba hacer. Suena sucio, pero cuando no hay esperanza de comer caliente a diario una se rebaja a lo que sea. Y de esta manera fui escalando en el mundo de la noche, las putas de postín y las drogas. Y aquí nos tienes, encanto. Ella libre de las ataduras del motel, O´hara y su gente. Yo, dispuesta a alejarme de directores de cine que lo único que quieren es una mamada en el asiento trasero de su coche a cambio de prometerme papeles que ya han prometido a otras quince antes que a mí por lo mismo. Tenemos más de veinte de los grandes. Una vida por delante, demasiadas cosas que contarnos y, lo siento encanto, tú no estás invitado a las confidencias entre madre e hija.
Sophie pone el intermitente y abandonáis la carretera. Entráis en un área de descanso. No hay ni un alma. Todo esta oscuro. Sientes miedo, pero una voz en tu cabeza te dice que pronto descubrirás lo que es el verdadero miedo, que nada tiene que ver con el hormigueo que te recorre la nuca.
Sophie y yo nos bajamos del coche. Nos alejamos unos pasos. Fumamos. Trato de intervenir en tu futuro, encanto. En serio. No quiero que te mudes al otro barrio pensando que te he traicionado. Pero mamá es como es. Acumula demasiado rencor. No ha tenido una vida fácil. Dice que no hay nada que hacer. Tú solo te has metido en la boca del lobo. Si no te hubieras pasado de listo, dice, habrías tenido otro final. Me encojo de hombros. ¿Qué le voy a hacer? A fin de cuentas es mi madre.
Tiramos los cigarros. Nos acercamos al coche. Tu cara es un poema, encanto. Cuando tienes miedo, te pones un poco feo. Pero no te enfades. Total, te va a dar igual. Mamá saca la pistola de Vlad. La miras aterrado. Abre la puerta. Tratas de forcejear. Pero la posición en la que te encuentras no te deja demasiada libertad de movimientos. Te tumbas en el asiento, en posición fetal. Lloriqueas. Mamá no se anda con tonterías. Te sacude un culatazo en la cabeza. Pierdes el conocimiento. Te quitamos las esposas y entra las dos te metemos en el asiento del conductor. Saco un poco de coca del bolso. Mamá me mira frunciendo el ceño. Me da igual, ya se lo explicaré: es de una amiga, que se lo estoy guardando. Espolvoreo el salpicadero. Cogemos la pasta y nos vamos. Entre los matorrales hay otro coche esperándonos. Me despido de ti lanzándote un beso. No me lo devuelves, arisco. Arranco el motor y nos largamos de allí como si nada hubiera pasado. Un poco más adelante pararemos en alguna gasolinera, avisaremos a la poli y se descubrirá el pastel. No creo que se molesten demasiado en buscar huellas cuando encuentren la sorpresita del maletero. Mucha suerte encanto. Prometo escribirte cuando lleguemos a nuestro nuevo destino. O, pensándolo mejor, no creo que vivas lo suficiente como para leer nada; así que mejor ahorro tinta y sellos. La próxima vez que me folle a alguien lo haré tumbada boca arriba, así podrás verme desde el cielo y sabrás cuánto te echo de menos.
Un beso y mucha suerte, encanto.
Ciao.

Cuando abres los ojos no sabes donde estás ni qué ha pasado. La cabeza te da vueltas y te sientes como si la orquesta del desfile del 4 de julio estuviera afinando entre tus parietales. Ves luces de colores que se acercan a toda velocidad. Tratas de bajar del coche, pero las piernas no te responden. Escuchas frenazos cerca. No opones resistencia. Levantas las manos, aturdido. Tratas de decir algo, pero eres incapaz de articular palabra. Dos polis te apuntan. Uno desde la ventanilla del copiloto y otro desde tu puerta, que no sabes porqué, pero está abierta. Un tercero se pasea alrededor del coche, caminando como el sheriff de una peli barata. Sin prisa, acariciando la culata de su 38. Se dirige al maletero. Lo abre. Lanza una exclamación y llama a sus compañeros. El que tienes al lado te da con el cañón en la frente, lo justo para atontarte para que no te dé por jugar a los cien metros lisos a oscuras,o arrancar el motor y salir de allí a toda hostia.
Tu campo visual se limita a puntos de colores metálicos y una extraña neblina que te rodea. La cabeza es una puta tortura. Matarías por un analgésico, o, mejor aún, un buen chute de codeína. Las palabras de uno de los polis rompen tus pensamientos, retumbando en la noche.
- ¡Es O´hara! ¡Hijo de puta! Te vas a arrepentir de haber nacido.
Baja el portón del maletero de un golpe. La suspensión del Cadillac vota como si hubiera alguien montándoselo en plan salvaje en el asiento trasero. Les oyes acercarse a toda prisa. La misma voz que que antes te decía que pronto descubrirías lo que era de verdad el miedo, te dice ahora: ves cómo tenía razón.
Una mano que no ves de dónde viene te estampa la cara contra el volante. Lanzas puñetazos por instinto de supervivencia. Te sacan a hostias del coche. Caes al suelo. Logras ponerte de rodillas y enganchar dos golpes a uno de ellos, un uno-dos más desesperado que pugilístico. Él se queja y grita. Al parecer le has hecho daño. No sabes dónde le has dado, pero lo por lo que chilla le ha tenido que doler bastante. Tratas de buscar otro objetivo. Un golpe en la nuca te hace caer de boca contra el suelo. El paladar te sabe a tierra y sangre. Se ensañan contigo. Uno de ellos pide la calma. Los golpes cesan. Te pones boca arriba, tratando de respirar.
- Hagámoslo de manera legal- dice tu salvador.
- ¿Qué quieres decir?- pregunta uno al que sólo le ves los zapatos y los bajos de los pantalones.
- Llevémoslo al médico. Digamos que lo encontramos así, en mitad de la carretera. Que le den el alta y acabamos con él sin contemplaciones.
- ¡Ha degollado a O´hara!
- Por eso. Los de Asuntos Internos están detrás nuestra. De esta manera salvamos el pellejo. Recibimos el aviso de lo de O´hara. Veníamos para acá y nos encontramos a este desgraciado tirado en la carretera. Nada vinculante. Y así podemos darle pasaporte sin problemas.
- ¿Y las huellas en el coche?
- Quemémoslo.
- ¿Con O´hara dentro?
- No creo que le importe mucho a estas alturas.
- Eres un genio, Joe.
- Tengo más experiencia, chico. Y sé a qué médico llevarle.
Los dos se ríen. El que aún no ha hablado, el mismo al que has sacudido, se acerca a ti. Te pisa la cabeza. Tu nuca rebota contra el suelo y pierdes el conocimiento. Hora de echarse un sueñecito y reponer fuerzas.

-Continuará-

lunes, 2 de marzo de 2015

Décimo Tercer Acto o Langosta con Sorpresa

Buenos días! Es lunes! La semana vuelve a arrancar y aquí estamos, a falta de tres capítulos para acabar la historia (13/15). La cosa empieza a cuadrar definitivamente. Un parking, dos fiambres, una automática apuntándote... ¿Qué más se puede pedir?
Disfrutad esta entrega, ya no queda nada y el viernes habrá sorpresa. Lo prometo.

Cena con glamour. El restaurante esta lleno de gente estirada. Un cuarteto de cuerda en un escenario ameniza la velada. Camareros con pinta de haberse escapado de una mansión victoriana se esmeran en cumplir con su trabajo. Dando el coñazo de mesa en mesa con sus: desea algo más el señor. Le traigo algo. Está todo a su gusto...
Te sientes incómodo y violento. Una colección de cubiertos que no sabes ni para qué sirven, parecen gritarte a pleno pulmón: éste no es tu sitio, escoria. Casi que preferías la mierda de comida de la cárcel. Allí, al menos todo sabía igual, como el rancho del ejército, y no te perdías en florituras y mariconadas francesas que no sabes qué coño significan.
Sophie parece tan perdida como tú. Los dos vais muy monos, muy arreglados. Ella vestida como una estrella de cine. Tú, como un empresario putero adicto a la farlopa y las chicas jóvenes. Miréis donde miréis, desentonáis. Por otro lado, habláis poco. Lo vuestro hace aguas. Al principio no le molaba mucho la idea de ir al Dinner Imperium. Prefería reservar habitación en el Flamingo o algún otro hotel levantado por la mafia para blanquear dinero, pasar un buen rato en la cama y cenar algo antes de echar una partida a la la ruleta. La idea era seductora, tenía su aquél. Pero lo acordado con Vlad era otra cosa bastante distinta.
Y en eso estáis.
Ella, suspirando como una heroína de Holywood y tú a la espera de librarte de ella. La situación te desborda. Para empezar habéis pedido langosta americana especialidad de la casa y en la puta vida habéis comido algo parecido. Vamos, que no sabéis si os gusta o no. Pero hay algo más humillante aún: con qué jodido tenedor se come esa mierda color naranja que parece un puto cangrejo hiperdesarrollado a consecuencia de las bombas atómicas que el Tío Sam tiró en Japón. Así que la cena permanece intacta en el plato. Lo único que habéis picoteado un poco es la guarnición, tras dudar si era algo comestible o un simple adorno estilo atrezo gourmet. Lo que sí que corre de lo lindo es el alcohol. A fin de cuentas con algo habrá que llenar el estómago.
Te distraes mirando a la gente que pasa. A la tías con trajes de noche brillantes y tíos con trajes cortados a medida. Sientes una mezcla de asco y envidia malsana. Asco porque no son tan distintos a la chusma con la que convives, lo único que es que sus negocios tienen el beneplácito de la sociedad, o a demasiados polis en el bolsillo como para que se haga público cualquier escándalo que ponga a un constructor en la picota. Y envidia malsana, porque algún día te gustaría ser como ellos. Todo el mundo en los bajos fondos aspira a eso. Regularizar sus negocios. Aunque ya se sabe. Una minoría llega a viejo en ese ambiente. Y sólo los privilegiados logran envejecer para materializar sus sueños y ser enterrados en suelo santo, en lugar de acabar buceando con zapatos de cemento.
Sophie en cambio parece una niña pequeña en una tienda de dulces. Contigo es tan cariñosa como un perro de presa enseñándote los dientes; pero por lo demás parece disfrutar con lo que ve. Con el ambiente. Sabe que no encaja. Tiene dinero y sabe que con eso basta para abrirse un hueco en la jetset de Las Vegas. Esos soplapollas de brillantina en el pelo que recurren a la gente como tú, son los mismos que encantados le enseñarían modales y la presentarían en sociedad, mientras tuviera dinero, claro. En Las Vegas todo tiene un precio. Y si no pagas, no eres nadie.
Miras la hora. Quedan cinco minutos para el encuentro en el aparcamiento.
- Deberíamos irnos ya. Podemos reservar habitación en cualquier hotel. Cogemos el coche y te llevo donde quieras, cariño- dices en tono de novio arrepentido, apoyando las manos sobre las suyas.
Te mira y sonríe. Sus ojos brillan. No sabes si de felicidad o a causa del alcohol.
- Espera que acabe la canción. Es mi favorita- responde, moviendo la cabeza al son de la versión de Frank Sinatra que está interpretando el cuarteto en el escenario.
Pides la cuenta. Es necesario agilizar los trámites. Pagáis. La música cesa. Salís. Una oleada de miradas os vigilan recelosas. En la calle os besáis. Todo muy bonito. La pareja ideal vuelve a funcionar. Camináis hasta el parking, cogidos de la cintura. Le pides la llave del coche. La busca en el bolso. Miras a tu alrededor. Vlad te da una ráfaga de luces. Asientes. Señal recibida. Hace frío. Huele a cemento y humedad. Tratas de centrarte en hacer lo que tienes que hacer. Cualquier pensamiento o estímulo, a estas alturas, sobra.
- Las debes de tener tú. No están en el bolso.
Palmeas en la pernera derecha del pantalón. Un sonido metálico tintinea, como un casquillo cayendo al suelo en una habitación desierta.
- Sí, perdona. No me había dado cuenta.
Sacas la llave y te agachas. Se escuchan pasos. Sophie emite un grito agudo. Asunto resuelto. Hora de erguirte. Zanjar el negocio. Coger la pasta y salir de allí.
Dejas la llave metida en la cerradura. Enciendes un cigarro y contemplas el panorama.
Frente a Sophie ves al sargento O´hara y Vlad. Un poco detrás la pelirroja de hace dos días. Te mira y sonríe, como diciendo hola encanto. La miras fijamente. Después a Sophie. No puede ser, joder, piensas.
- Hola Sophie- dice O´hara, cogiéndola de la muñeca con fuerza. Ella forcejea. Al parecer le está haciendo daño-. Acompáñame y no opongas resistencia. Va a ser mejor para ti.
Vlad saca un revólver y la apunta. Ves peligrar tu fuente de ingresos. Te acercas a ellos.
- Ni un paso más- te advierte O´hara.
Te detienes en seco y levantas las manos.
- Esto no es lo que acordamos, James- dice Sophie con voz melosa, idéntica a la de la pelirroja que no pierde detalle de lo que pasa-. Me das la pasta y te digo doy están las pruebas.
- No las tienes encima, ¡guarra!- grita, dándola un sonoro bofetón.
Sonríe. Abres los ojos como si acabaras de ver levantarse de la tumba al mismísimo George Washington.
Chico listo, encanto. Además de follar bien, eres inteligente. Contigo acerté de pleno, pienso al ver cómo vas encajando las piezas.
Vlad se mueve a cámara lenta. Apoya el cañón del revólver en la sien de O´hara. El sargento se convierte en un ser de aspecto decrépito. La piel de su cara se ha convertido en una máscara blanquecina en la que resaltan unas profundas bolsas violáceas que rodean sus ojos.
- Suéltala o eres hombre muerto, hijo de puta- dice, sin ningún deje o acento eslavo.
- Joder, Vlad ¿cúando has aprendido a hablar así?- pregunto contrariada.
- Esto es la Ciudad del Pecado. Todos tenemos secretos- responde, apretando con fuerza el cañón, mientras te mira de reojo.
- Podemos dejar eso para luego- interviene Sophie.
No sabes qué hacer ni qué coño está pasando. Intentas decir algo, pero prefieres callar. Todos parecen demasiado entretenidos y temes que romper el encanto del momento desemboque en un tiro en la frente.
- ¡Encanto!- te llamo. Me miras. Sigues alucinando. Me encanta- Échame una mano.
Te tiro una lona encerada y te ordeno que la pongas en el suelo. A los pies de O´hara. Vlad te mira, como diciendo: son negocios tío, sólo eso.
- No nos pongamos nerviosos. En el coche hay veinte de los grandes. No he podido reunir más, y falta por cobrar el seguro del motel- la voz del sargento O´hara resulta patética. Un torturador acojonado que trata de congraciarse con quienes consideraba sus víctimas.
Un sonoro bofetón le hace callar. Sophie está liberando la tensión acumulada y como consecuencia el policía se está comiendo una somanta de hostias en toda regla. Vlad la mira, dejándola hacer, como diciendo, lo mejor es que lo suelte todo y se tranquilice.
- Encanto, toma.
Es maravilloso saber que me vas a obedecer sin rechistar. No se si es por el poder que tengo sobre los hombres o porque te estoy apuntando con una automática a la altura de las pelotas.
- ¡Acaba con él!- te ordeno. El cañón del arma asciende de tu entrepierna a la cabeza.
Me miras extrañado. Joder, encanto. ¿No sabes qué hacer con un cuchillo de esas dimensiones? Siempre hay algo que acaba por estropear al hombre más maravilloso. Fin del cuento de hadas. Siempre es lo mismo, ya sea por una polla ridículamente pequeña, una eyaculación antes de tiempo o que en el fondo es corto de entendederas. A ver si esto te aclara un poco las ideas. Amartillo el arma. Das un respingo. Lo has pillado. Coges a la cabeza de O´hara por detrás y le rebanas el pescuezo. Un chorro de sangre empapa el traje de gala de Sophie. Ella jadea excitada. Vlad aparta la vista. O´hara agoniza como un cerdo en la matanza, tendido en la lona, ahogándose con su propia sangre. Convulsiona unos segundos que deben antojársele eternos y muere.
Me miras con los ojos inyectados en sangre. Sueltas el cuchillo y observas el cuerpo de O´hara besando la lona, nunca mejor dicho.
- ¡No ha terminado!- grita Sophie.
Te fijas en ella. Luego en mí. Joder, sí. Es lo que estás pensando. Haz la pregunta que te hierve en la cabeza o cállate. Pero deja de pensar de una puta vez.
Das un paso hacia Sophie. Las manos te chorrean sangre. Pareces un yonqui con el mono. Vlad te apunta. Retumba un disparo. Te llevas las manos a la cabeza y te tirás al suelo. El ruso cae a tu lado sujetándose las tripas.
- ¡Vamos! Levántate de una vez, encanto- te grito, ajusticiando a Vlad que me mira con ojos de perro apaleado. Pum. Ya no sufre-. Guarda estos fiambres en el maletero. Es hora de irse.
Mansamente obedeces. Me encanta. Los hombres sois tan simples... Sophie me mira. Sonríe orgullosa, como lo haría una madre que mirara a una hija a la que hace años que abandonó y que acaba de salvarla la vida. Cosas de familia. Los lazos entre padres e hijos es lo que tienen. Hoy por ti. Mañana por mí. Y mientras tanto, tú que vas a comerte un marrón que no es tuyo. Te jodes. Estabas en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. El resto ya lo irás descubriendo tú solito.

-Continurá-

viernes, 27 de febrero de 2015

Décimo Segundo Acto o Empieza el Baile

Viernes!!! La semana agoniza y aquí tenéis una nueva entrega (12/15). Ya queda poco. Paciencia. Las cosas empiezan a casar. Disfrutadla y aguantad un poco. El próximo viernes todo habrá acabado y os llevaréis una grata sorpresa. Palabra.

A la hora acordada estás en el aparcamiento del Desert Arizona. No hay un alma. Te sientes como en una puta peli del oeste. Faltan las pelotas rodantes y que el reloj del campanario marque las doce y empiece el tiroteo. Enciendes un cigarro. Miras tus dedos amarillentos. Has perdido la cuenta de cuánto has fumado en las últimas horas, pero a juzgar por las flemas que escupes, deduces que bastante. Das una calada, apoyándote contra la pared. Es triste acudir andando a una cita de este calibre, pero Sophie no te ha dejado el coche. Ha sido tajante al respecto. Si ella no iba, el coche tampoco. La situación bastante ridícula. Ella enfadada. Tú, pasando del tema. Parecía una puta pelea de enamorados, pero sin reconciliación en la cama. Para darle más énfasis te has largado dando un portazo. Ella ha roto a llorar, o eso crees. A fin de cuentas no estabas para comprobarlo, ni te has quedado a escuchar desde el pasillo. Te has limitado a decir a la señora Shamarovich que la vigilase. Si salía de la habitación, que te llamara a la hamburguesería. Cinco pavos cambiando de mano y asunto resuelto. El dinero compra voluntades, corrompe jurados y, no iba a ser una excepción, hace que una entrañable casera desdentada el mejor de los espías.
Con cinco minutos de retraso, ves llegar el coche de Vlad. Un Chevy de color granate de 1937, destartalado y con cercos de óxido en el capó. Aparca lejos. Pero aún así, intuyes una segunda cabeza dentro. A juzgar por el peinado, podría tratarse de una tía. No tienes tiempo para pensar más. Vlad se baja del coche con esfuerzo y avanza hacia ti. Está más gordo que la última vez que os visteis. Parece que el negocio le va bastante bien. Llega a tu altura y te sonríe. Su dentadura sigue siendo pésima y el aliento le apesta a alcohol.
- ¿Tienes lo que te pedí?- preguntas, aguantándole la mirada.
Se carcajea. La papada le baila bajo el sol, empapada en sudor como si acabara de salir de una jodida sauna.
- Tranquilo. En el coche tengo el contacto de O´hara. ¿Vienes con nosotros?
- Primero lo mío.
- ¿La pasta?
- Primero el arma y la dirección. Cuando acabe el negocio, pago- respondes, tajante.
- Sin dinero no hay negocio. Esto es América, no la Unión Soviética.
- Tienes mi palabra, Vlad. Cuando...
- Niet!- niega con el dedo como un niño gordo rechazando un plato de coles de bruselas-. La pasta o no hay trato.
- No hay trato- le miras fijamente-. Pero por ninguna de las dos partes.
- Ven con nosotros. Hablemos de negocios- vuelve a señalar el coche.
Ahora te toca a ti negar con la cabeza. Vlad se encoge de hombros. Estáis en tablas y tú tienes las de perder. O´hara podría encontrarte sin problemas gracias a Vlad, y cargarte el marrón del motel o lo que le salga de los huevos. Eres un puto ex presidiario y él un pasma. Mala pareja de baile. Una nueva calada. Larga. Necesitas pensar con calma. En el horizonte se empiezan a formar nubes negras y amenazadoras.
- Quiero garantías...
- Eso háblalo con O´hara o con su chica. Vamos a dar un paseo y hablamos.
- Está bien- te resignas, tirando la colilla al suelo-. Cuéntame.

Te veo desde dentro del coche y eres un bombón, encanto. Llevo esperando a alguien como tú toda mi vida. Fuerte. De mirada dura. Con ese puntito de tipo peligroso que tanto me pone. No al estilo del gasta fichas de casino o el matón de seguridad. No. Tú destilas chulería, experiencia. Estoy como loca por bajarme de aquí, escapar de este pestazo a alcohol, tabaco y vete tú a saber qué más y llevarte a mi habitación. Pasaríamos un buen rato. Nos lo montaríamos bastante bien los dos solos. Tengo bebida, droga y lo que me pidas... Pero tengo que esperar. Ahí está el puto Vlad hablando contigo. Jodido cerdo ruso. No sé como puedes mantener una conversación tan larga con él. Yo ya habría vomitado tres veces. No le hagas caso, encanto. Mírame a mí. Estoy por salir desnuda para que me veas. Me enciendo sólo con mirarte. Aquí dentro hace mucho calor. Me sobra la ropa. ¿Quieres jugar a quitármela con los dientes?

- Entendido, Vlad. 48 horas y tendré el arma. Tú 500 pavos. O´hara lo que anda buscando y todos contentos, ¿hecho?
- Da!
Os estrecháis la mano. Pacto entre caballeros. Todo está hablado. La fiesta empezará pronto. Cena en el Dinner Imperium, uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. Sophie estará contenta. Tú también. Los dos felices. En el parking, cambio de planes. Ella se llevará una sorpresa. Tú la bolsa con la pasta. O´hara satisfecho. Todos salís ganando. Has tratado de alargar un poco la situación hasta haber pillado la manteca del seguro, pero no ha podido ser. Tres de los grandes, quitando la parte de Vlad, siguen siendo una buena cantidad. La suficiente para terminar lo que has ido a hacer en Las Vegas y buscarte la vida en la Costa Este. El cómo, es lo de menos. Tu currículum y tu fama te preceden. No será demasiado complicado hacerse un hueco en el hampa allá donde vayas.
Empieza a llover. Primero con sutileza, como si la lluvia temiera interrumpir vuestro apretón de manos. Para, a continuación, jarrear, como diciendo: a mí que cojones me importan vuestras mierdas.
- ¿No me vas a presentar a tu acompañante?- preguntas, tratando de guarecerte de la lluvia bajo el techo de cinc del aparcamiento.
Vlad se ríe. Asiente y te dice que sin problema.
- Sólo un detalle- aclara-. Delante de ella estoy retirado y soy un paleto moscovita.
No preguntas el por qué. Él sabrá las razones y no te apetece ponerte a preguntar.
- Sin problema- dices, dándole una palmada en la espalda-. ¿Sigue habiendo teléfono ahí dentro?- preguntas, señalando la hamburguesería, aunque sabes perfectamente la respuesta.
Vlad dice que sí con la cabeza. Le dices que espere un minuto y entras.

Cinco minutos más tarde. Después de una conversación acalorada con Sophie. Nuevas amenazas de coger el dinero y desaparecer. La promesa de una cena en dos días en el restaurante más caro de la ciudad. Una calma tensa entre los dos. Una tregua. Ella fingiendo preocupación por lo que te pueda pasar. Tú, quitando hierro al asunto. Y una despedida fría que suena como una sentencia a muerte, cuelgas el teléfono. Te sientes ridículo. Definitivamente parecéis una jodida pareja en crisis. Y todo por decir que llegarás tarde y que no te espere levantada.
Sales de la cafetería contrariado e incómodo. Odias que te controlen, y la detestas por ello. Pero, por otro lado, sabes que de no haber sido por Sophie aún estarías de camino hacia Las Vegas, o, peor aún, metido en líos.
Fuera, empapado hasta las cejas, Vlad sigue donde le has dejado. Te saluda con un ademán. La papada le chorrea. Todo él rezuma agua. Parece una puta fiera acuática recién sacada del océano. Te señala el coche. Os encamináis a él en silencio. Algo te dice que, una vez más,la Ciudad del Pecado se dispone a abrir sus puertas de par en par para que pases un buen rato.

No ha estado nada mal, encanto. Nada mal. Todo ha transcurrido muy rápido. Tú y yo despidiéndonos de Vlad. Mi habitación. Mis fotografías tiradas por el suelo. El desagradable momento de ver el vómito sobre la moqueta. La cama sin hacer. El servicio de habitaciones cumple con su trabajo: no entrar, a no ser que yo se lo pida. Después de esta primera impresión, momento de asaltar el mueble bar. Y al tema. Has descubierto cosas que ni tú mismo conocías, ¿verdad? Esa reticencia a que te acariciara la próstata, y luego, lo de siempre: más, querías más de ese placer oscuro y desconocido.
Aunque tú también has estado a la altura de lo que esperaba. Tu cabeza entre mis piernas. La manera que has tenido de penetrarme. En fin, parecía que los habíamos nacido para esto: follar como potros, complaciéndonos mutuamente. De todos los amantes que he tenido, créeme, eres de los mejores. Lástima lo que está por pasarte. Pero así es la vida. Sales de un lugar húmedo y oscuro llamado útero, para acabar en otro similar llamado tumba. Lo que hagas mientras haya luz depende de ti. A eso se resume todo. Así que por muy bueno que seas en la cama, no me preocupa demasiado lo que te espera a la vuelta de la esquina. La vida sigue, y mientras me queden fuerzas seguiré haciendo lo que más me gusta: acostarme con tíos como tú. Recibir atenciones y cariños. Corresponderlos si lo creo oportuno y necesario para salirme con la mía, y, claro, acabar cobrando mi recompensa.
Pero mírate. Estás tan mono dormido, encanto. Parece que no hubieras roto un plato en la vida. El ceño fruncido, como si que pensaras en problemas sin solución. Me paseo desnuda a tu alrededor. Me siento caliente. Tengo ganas de más. ¿Te importa si me siento delante tuya y me masturbo? Si despiertas por mis gritos, será un bonito recuerdo que llevarte a la tumba. Y si no, pues será un secreto, uno más, entre esta habitación y yo.


-Continará-

miércoles, 25 de febrero de 2015

Décimo Primer Acto u On the Road

Miércoles!!!! Y una nueva entrega. Ésta es breve, cortita que la semana empieza a pesar y no creo que haya ánimos para lecturas largas (11/15). Disfrutadla. Nos vemos el viernes...

James O´hara conduce a toda velocidad. Lleva demasiadas horas al volante. Antefaminas y café. Las pupilas dilatadas. La boca seca con regusto a alquitrán. Las manos crispadas en el volante. Las mandíbulas apretadas. Un gramo de cocaína en el bolsillo como último recurso para cuando el subidón se vaya a tomar por el culo. El tiempo apremia. No le ha sido difícil convencer a los de arriba. Todos están metidos en la misma mierda hasta las cejas. Si él caía, el resto era carne de presidio y prensa sensacionalista. Conspiración. Amenazas encubiertas. Un diálogo breve por su parte y sus superiores dándole luz verde. El resto: kilómetros que pasan rápidos bajo las cuatro ruedas de su Buick super 8 de 1947. Ocho cilindros en línea sacrificando caballos que hacen chirriar las ruedas en cada curva.
El tiempo parece volar en paralelo al coche. Una idea fija en su cabeza: acabar con Sophie y sus chantajes. Las herramientas a usar son dos: una automática y pasta procedente del almacén de pruebas. El plan, sencillo: engatusarla. Hacerla morder el anzuelo. El dinero a cambio de las pruebas que le incriminan. Después, un viaje breve en el maletero por gentileza de los chicos de la comisaría que parecen algo molestos con ella. Destino, un lugar libre de curiosos, lejos de su jurisdicción. Dos tiros a quemarropa. Eliminar pruebas y un nuevo caso para que los federales se ganen el pan.

Un cartel pasa rápido, como una bala zumbando sobre su cabeza. Bienvenidos al condado de Clark. Ya queda menos. O´hara se mete un chicle en la boca. La siente reseca y pastosa. Mastica de manera mecánica. No le sabe a nada. La tensión se palpa dentro del coche. Agarra el volante con fuerza. Los nudillos blancos. Los ojos brillantes, amenazadores. En el horizonte se perfila su destino. Casi puede palparlo. Respira excitado. La caza ha empezado.
-Continuará-

lunes, 23 de febrero de 2015

Décimo Acto o Cadena de Favores

Lunes! Una semana más que empieza, y no podía ser de otra manera: aquí tenemos una nueva entrega. Pronto, muy pronto todas las piezas casarán ente sí. De momento, dejemos que la trama siga su camino (10/15). Disfrutadla y el miércoles nos vemos.

Hablar con Vlad me desagrada por dos razones. La primera es que no le entiendo nada. Parece ser que cuando emigró a Estados Unidos, se dejó en casa la capacidad de aprender un idioma sin que cada palabra que pronunciara no fuera una violación gramatical. Y la segunda es que ese jodido gordo seboso es un maldito pervertido. No me cuesta demasiado imaginármelo desnudo, ciego a vodka, y poniéndosela morcillona mientras habla conmigo. Su respiración honda y profunda, en ocasiones me hace temer que la exploración de su zona genital va más allá del mero palpamiento para adentrarse en el onanismo salvaje. Y eso es algo desagradable y que me hace sentir sucia. Pero O´hara quiere resultados y hay que trabajar.
Después del baño y un largo coqueteo ante el espejo para arreglar los estragos que el alcohol y sus efectos secundarios han dejado en mi cara, descuelgo el teléfono. La habitación apesta a vómito. Enciendo un cigarrillo. El olor a humo y tabaco gana intensidad y la atmósfera se hace algo más respirable.
-¿Da?- pregunta Vlad al segundo tono.
- Soy yo- respondo con sequedad. Detesto cuando se pone a hablar en su idioma. Me hace sentir el blanco de una conspiración prosoviética-. Tengo trabajo para ti.
- Un placerr ayudarrte prreciosa- su voz suena pastosa. Casi puedo oler su apestoso aliento de borracho. Doy una calada para calmar mi sobreexcitado olfato-. Perro ya estoy rretirrado.
¿Vlad retirado? Ya, claro. Y yo soy virgen, no te jode. Le necesito. Es la única persona qe conoce los putos bajos fondos en su totalidad. Quién entra. Quién sale. Quien acaba entre rejas y quien acaba viendo crecer arbustos desde abajo. Voy a tener que jugar mis cartas. Es hora de que la gatita guarde las uñas y deje que le acaricien el lomo un poco.
- ¿Retirado? Eres muy joven para retirarte, encanto.
- Yo tenner ahorra mujerr embarrazada y no querrer prroblemas. Nuevo Vlad. Ya no más chico loco.
- Encanto- suspiro con sensualidad. Hasta yo misma me pongo cachonda al oírme-. Si tu me haces este favor, yo puedo compensarte...
Escucho cómo se cierra una puerta. La voz de Vlad ahora suena más lasciva. Al parecer su mujer embarazada no es más que una coartada para evitar problemas. No para contar con que se la mame a cambio de cierta información.
- ¿Qué querrer?
- Necesito que encuentres a una persona.
- Esto serr Las Vegas. No puto parrque de atracciones con venta de billetes.
- Se trata de una mujer.
- Vlad te escucha, prreciosa.
La palabra preciosa va acompañada de una fuerte inspiración. Le tengo donde quiero tenerle. Con las manos en la masa. Sólo hay que calentarle un poco más y a la hora de devolver el favor, que sea O´hara el que se ponga de rodillas entre las piernas de Vlad. Una tiene más caché. Una cosa es follarse a un botones con acné porque me apetezca, y otra muy distinta pagar un favor a ese degenerado de la manera que él espera.
- Dice llamarse Sophie. No sabemos si viene sola o acompañada. Tiene un Cadillac rosa. Por lo que me han dicho- trato de recordar lo que O´hara me ha dicho- debe tener unos cuarenta años. El resto de datos son innecesarios. Puede haber cambiado de aspecto. Ya sabes, las mujeres somos así.
- Sí. Prreciosas. Yo tratarr de encontrar, pero no serr fácil.
- Quiero resultados mañana, Vlad. Si no, no hay trato.
- Yo intentar preciosa...
No le doy tiempo a más. Cuelgo. Doy una última calada y desmenuzo la colilla en un cenicero de cristal tallado. Mi parte del trabajo, de momento, está hecho. Es medio día. Me visto para la ocasión y bajo al salón del hotel, a la caza de algún octogenario lujurioso que me invite a comer a cambio de nada. Pero no te pongas celoso, encanto. Sigo esperándote. No te dejes engañar. El miedo. El vómito. Las lágrimas. Todo forma parte de la escena, y ésta ha pasado. Pronto nos veremos y descubrirás que soy algo más que una niña mimada a la que le gusta coquetear con el alcohol y los barbitúricos. Confía en mí. No te arrepentirás.

- ¿Da?
- Hola Vlad, soy yo- dices llamando desde una cabina pública. En una mano, un perrito caliente con extra de mostaza. En la otra, el auricular grasiento y manchado de carmín del teléfono-. He vuelto. Tenemos que vernos.
- Imposible amigo- responde. Ahora parece un ciudadano americano de tercera generación. Ni rastro del acento moscovita de hace pocos minutos-. Tengo un encargo.
- Venga, Vlad. No me jodas. Acabo de salir de la trena. Es algo rápido. No te va a costar nada y vas ganar mucho.
El dinero hace que la apatía de tu interlocutor desaparezca como por arte de magia. Te le imaginas con el símbolo del dólar dibujado en las pupilas.
- ¿Qué sería? Tengo otro encargo y me corre prisa.
- ¿De qué se trata?
- No puedo hablar. Ya sabes.
- Como quieras. Acabo de llegar a la ciudad. Voy a estar unos días donde siempre. Donde tu tía la Shamarovich- bromeas-. Si necesitas ayuda con tu encargo, ya sabes donde encontrarme.
- ¿Qué quieres?- te interrumpe en plena perorata de camaradería por tu parte. Al parecer las arengas del camarada Lenin sobre proletariado, solidaridad y esas soflamas políticas las dejó en su tierra al salir por piernas. Por lo que has oído, los chicos del NKVD iban tras él por algo relacionado con falsificación de divisa o derrotismo, o alguna pollada de esas. Vamos, que era carne de gulag, y claro, salió con lo puesto.
- Necesito dos cosas: una automática que no esté marcada y que me digas dónde coño puedo encontrar al hijo de puta que me mandó a la sombra.
Un pitido en la cabina te obliga a meter más monedas. La situación vista desde fuera resulta cómica. El auricular pegado a la mejilla, haciendo pinza con el hombro. Un brazo en alto con el dorso de la mano manchado de ketchup y mostaza. El momento idóneo para recibir un tiro por la espalda y ser el hazmerreír de los pringados muertos en situaciones ridículas.
- Te va a salir caro. Necesito tiempo para conseguirlo todo. Tengo otro encargo.
- Que le jodan al otro encargo. Tengo dos de los grandes en la habitación. ¿Quién te ha hecho el encargo?
- Una de las putas de James O´hara. ¿Sigues teniendo prisa?
Enmudeces. El último bocado del perrito se agita en tu estómago. Tratas de pensar a toda prisa. Casando piezas sueltas. Clac, clac. Empiezas a ser consciente de estar cavando tu propia tumba. James O´hara. El sargento James O´hara. Un hijo de puta de los que ya quedan pocos. En la cárcel tuviste algún careo con él. Algo pervertido y bizarro. Esposado al radiador de la sala de interrogatorios. Comiendo hostias como si no hubiera un mañana. Un puto sádico, cruel e inteligente. Siempre ha salido de rositas con todos los marrones que le han querido colocar los de Asuntos Internos. Pero... un momento. ¿Qué pinta O´hara en todo esto?
- ¿Sigues ahí, amigo?
Vlad habla, pero no le escuchas. Tu cabeza funciona a marchas forzadas, buscando la incógnita que le falta a la ecuación: la trena. O´hara. Las Vegas. O´hara. El LoveSpring en llamas. Jurisdicción de O´hara. Tu ajuste de cuentas. O´hara. Una huida a toda velocidad. O´hara. Conversación telefónica en el bar de carretera. O´hara. Sophie. O´hara. Ella queriendo pulirse la pasta pronto. La pensión. Su disgusto. O´hara. Un hotel. Vlad. Las putas de O´hara. ¡Clinc! Premio para el caballero: SOPHIE es la clave.
- Sí, Vlad. Aquí estoy. En dos horas en el aparcamiento de la hamburguesería Nevada Desert. Lleva el arma y la información que te he pedido.
- ¿Me has oído? O´hara está detrás de mi otro encargo.
- Que le follen. Trae lo que te pido, y a cambio tendrás lo que él te pide.
- ¿Seguro?
- Palabra.
- En ese caso, que sea en tres horas. Tengo que encontrar a alguien antes.
- Tres horas. Perfecto.
Cuelgas. Tiras lo que te queda de perrito al suelo. No sabes qué vincula a Sophie con el sargento O´hara, ni puta falta que te hace. Matas cuatro pájaros de un tiro. Consigues el arma y la dirección del cabrón al que vas a dar pasaporte. Te quitas a Sophie de en medio y te quedas la pasta por las molestias. La Ciudad del Pecado parece estar de tu lado. Una buena racha. ¿Quién en tu lugar no apostaría por el caballo ganador?
-Continuará-

viernes, 20 de febrero de 2015

Noveno Acto o De Vuelta a Casa

Ya estamos a viernes. El fin de semana está a la vuelta de la esquina y aquí os traigo una nueva entrega (9/15). Las cosas siguen fluyendo a su ritmo, paciencia que el desenlace está cerca. El lunes volveremos a vernos. Mientras tanto disfrutad esto que os dejo y, ya sabéis, difundid, difamad o pasad de mí.

Estás como en casa. Conoces Las Vegas como la palma de tu mano. 20 años en sus calles dan para mucho. Ver nacer fortunas. Arruinarse empresarios de renombre. Contemplar cómo abuelos con dinero se pulen la herencia de sus nietos entre coristas y putas de lujo. En fin, lo típico que podría esperarse en un lugar conocido como la Ciudad del Pecado.
Pero seamos francos. Eres carne de talego. El glamour y el lujo te llaman, pero donde te encuentras realmente en tu salsa es en el Paradise. Ese suburbio fuera de la ciudad en el que te has hospedado cuando las cartas han venido mal dada. Vamos, en la mayoría de los casos, cuando la pasta escaseaba y la tentación de los neones y los casinos era un reclamo irrefrenable para dar un palo y desaparecer una temporada. Un lugar perfecto. Donde nadie conoce a nadie y todos son mudos, ciegos y sordos cuando la pasma hace preguntas. Lecciones aprendidas bastante tiempo atrás: al que habla más de la cuenta se le deja de ver pronto. Un viaje en el maletero de un coche. Una dieta rica en plomo y la posibilidad de servir de abono para cactus en su propia parcela en el desierto. Un negocio redondo mantener el ecosistema del desierto de Nevada.
Cuando bajáis del coche, inspiras con fuerza el aire cargado de contaminación. Es el aroma en el que creciste al escapar de casa con quince años cumplidos. No a lomos de una motocicleta en plan rebelde sin causa. No. Lo hiciste por la puerta grande. Un coche robado y una automática en la guantera. Ya apuntabas maneras.
- ¿Dónde vamos a dormir?- pregunta Sophie, mirando a su alrededor extrañada- Esto no es lo que esperaba. Mi idea de empezar desde cero en Las Vegas era otra cosa.
Desde que salisteis del bar, su comportamiento parece haber cambiado. No es la misma. Su mirada es más fría. Su voz parece marcada por una determinación que no te gusta. No creíste en ningún momento la historia que te contó al colgar el teléfono. Aquello de que había estado hablando con la aseguradora y que le habían puesto trabas por la falta de no sabía qué documento, y que el pago se iba a demorar al menos una semana, te sonó a cuento chino. Y ahora, mirándola de soslayo, crees ver que ya no es la mujer solitaria y falta de cariño que parecía en un principio. No. Parece más bien alguien desconocido y peligroso.
- No. Esto no es lo que esperabas- dices con gesto cansado, apoyado en el capó del coche y fumando con parsimonia-. Pero si nos registramos en cualquier hotel de Las Vegas, la aseguradora del motel sospechará. Mejor esperar aquí, y una vez que hayamos cobrado la pasta, podremos darnos la vida que los dos queremos- concluyes, acariciándola con ternura las mejillas.
Ella sonríe y retira levemente la cara hacia atrás. Mala señal.
- Podemos registrarnos con tu nombre. O con nombre falso, ¿no?
Tragas saliva y el humo te hace toser. En cuanto que tu nombre aparezca en cualquier registro, es cuestión de minutos, o de horas si tienes suerte, que media ciudad sepa que estás allí; y en un día o dos, el otro medio estará buscando sicarios a cualquier precio para poder dormir sin tener que dejar un ojo abierto por lo que pueda pasar.
- ¿Mi nombre? Al salir del trullo hice autostop. Me paró un camionero. Me llevó hasta el LoveSpring. A las pocas horas, éste sufrió un curioso fenómeno de combustión espontánea. Y poco después aparezco en Las Vegas derrochando billetes. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán los federales en dejarse caer por aquí para mantener una conversación conmigo?- haces una pausa para dar una calada. Un Ford del 48 pasa a vuestro lado demasiado despacio. No te gusta-. Hazme caso. Será sólo una semana y después viviremos como reyes. Cuando hayan pagado los del seguro, no podrán probar nada. Todo será circunstancial y nadie querrá meterse en juicios sin pruebas.
Ella agacha la cabeza. El Ford desaparece dejando a su paso una densa humareda blanca. Miras a tu alrededor, desconfiado. Un instinto animal despierta en ti. Te sientes un depredador que ha detectado a un enemigo potencial en su propio territorio.
- Como quieras- dice al fin con un suspiro-. Espero que tengas razón en lo que dices, y pronto podamos disfrutar del dinero. Esto no es lo que tenía previsto, pero es mejor que ese maldito motel y la soledad de un día continuado en el siguiente.
La observas fijamente. Hay algo en todo esto que no te cuadra. Parece como si tuviese algún trastorno bipolar, o simplemente que esté como una puta cabra. Tan pronto es una mujer sumisa que delega todo en ti, como parece saber a la perfección qué terreno pisa. Das una última calada. Dejas caer la colilla. La aplastas contra en asfalto con la puntera del zapato y te acercas a ella, fingiendo una ternura que para nada sientes. Levantas su mentón y besas sus labios. Ella sonríe, asustada. Sus ojos vuelven a tener ese brillo marchito y lánguido de heroína de novela barata. Le devuelves la sonrisa. Coges su mano y tiras de ella.
- Conozco un sitio donde podemos dormir unos días. Es un lugar decadente y triste. Nadie nos buscará allí. Ya habrá tiempo para hoteles y suites del lujo. No tengamos prisa.

La pensión de la señora Shamorovich es tal y como la recuerdas. Sucia. Cochambrosa. Las paredes de papeles pintados de color crema, repletas de cercos de humedad, como el colchón de un viejo borracho manchado de orina y poluciones nocturnas. Conoces ese antro. Te has refugiado en él en más ocasiones de las que eres capaz de recordar. Podría decirse que, en cierto modo, te sientes como si esa mierda constituyera para ti un hogar. Nada ha cambiado desde la última vez, y es algo que agradeces.
- Buenos días, señora Shamarovich- dices al entrar.
La vieja Shamarovich levanta la vista del libro que finge leer y te dedica una sonrisa desdentada. Está sentada en una ridícula habitación frente a la puerta que hace las veces de recepción. El mobiliario lo constituyen una mesa llena de platos sucios y mugre. Una estantería desvencijada y un busto de Joseph Raymond McCarthy, para dejar claro que lo único que tiene en común con sus primos bárbaros de la URSS es el apellido. Selección natural. El fuerte prevalece. El débil desaparece. Y el mediocre se acerca al sol que más calienta. Adaptarse o morir. 
- Ya saber yo que volverrías por aquí- dice a modo de saludo con un terrible acento eslavo-. Ya saber yo, ya saber.
A continuación suelta una retahíla de palabras que no entiendes, pero por la manera en que os mira y la cara de malicia lujuriosa que pone, deduces que debe de ser algo relacionado con vosotros dos, una cama, posición horizontal y el crujir de un colchón de muelles herrumbroso y sucio.
- Queremos una habitación para dos, ¿podría ser?- pregunta Sophie, abrazando el bolso con fuerza contra su pecho.
Una pose de plena tranquilidad y confianza en la casera de este antro, piensas.
- Da! Yo tener habitación. Venir conmigo.
La seguís a lo largo de un pasillo estrecho que huele a orina y vómito hasta una puerta pintada de blanco con cercos de óxido en las bisagras. La vieja Shamarovich la abre.
- Prrimerro la pasta. No quierro sorprresas- puntualiza, mirándote fijamente-. Ser cinco pavos por serr dos. No haberr desayuno ni comida. Eso en bar de la esquina. Aquí solo dormir- una sonrisa cómplice escapa entre sus encías libres de dientes al decir esto último, al tiempo que extiende la mano con la palma hacia arriba.
Sophie paga y entra en la habitación. La vieja se marcha, contando el dinero en su lengua natal: odin, dva, tri...
La habitación es deprimente. Diminuta. Con una cama de matrimonio sucia y cochambrosa. De paredes cubiertas de moho y el techo descascarillado. Una bombilla colgando de un cable cubierto de pelusas y un interruptor de baquelita chamuscado. Eso es todo. La única ventana da a un parque poblado de drogadictos y vagabundos. Y un poco más allá, a lo lejos, se intuyen las siluetas de los casinos y el lujo de Las Vegas.
Sophie mira con tristeza el horizonte. Te acercas a ella y la rodeas por la cintura. La hostia de la ternura para alguien como tú. Un ramo de flores y una botella se te antojan como el súmmum del romanticismo, y no tienes pasta en la cartera para tonterías. Ella apoya la cabeza en tu hombro.
- Tranquila. Saldremos de este agujero dentro de poco- dices, separándote de ella.
- ¿Dónde vas? Su voz suena nerviosa, asustada.
- Voy a ver a un par de contactos. Tengo que empezar a agilizar los trámites para salir de esta mierda- recalcas lo de mierda pasando un dedo por la pared-. Volveré pronto.
- ¿Y yo?
Te encoges de hombros de manera elocuente: a mí qué me dices. Habla con la casera, a lo mejor te da lecciones de ruso a un precio módico.

Sophie frunce el ceño. Coloca los brazos en jarras. Tú, cierras la puerta al salir. No estás para numeritos de mujer histérica y despechada. Es la hora de hacer que la rueda de la venganza empiece a moverse. Y lo único que necesitas son unos cuantos centavos y una cabina de teléfono. De lo primero llevas en el bolsillo un par de pavos; lo segundo ya lo solucionarás. Total, no tienes demasiada prisa por volver a tu nidito de amor.


-Continuará-

miércoles, 18 de febrero de 2015

Octavo Acto o Un As en La Manga

Miércoles. Nueva entrega. La madeja sigue desenredándose, pero aún queda bastante por delante (8/15). ¿Qué pasará para que el protagonista acabe como ha acabado? Tiempo al tiempo. De momento, disfrutad con este nuevo capítulo. El viernes una nueva entrega...

Suena el teléfono en la habitación. Abro los ojos. Todo me da vueltas. Estoy demasiado borracha. Decenas de fotos mías, desnuda frente a un espejo en poses más o menos sugerentes, dan cuenta de cómo el alcohol se ha ido adueñando de mí. El timbre del teléfono me taladra el cerebro. Siento náuseas. Al fin lo encuentro. Me acerco a él gateando, más como un gato callejero que como la tigresa sensual que tanto me gusta ser. Sofoco una arcada. La acidez de un estómago resacoso trepa por mi garganta.
- ¿Sí?- pregunto, tratando de hacer que mi voz suene lo más normal posible.
- Tiene una llamada- dice la recepcionista del hotel. ¿Betty? ¿Lucy? No sé quién es exactamente, sólo sé que yo soy lo que siempre habría querido ser y me envidia por ello-. ¿Se la paso?
- ¿Ha dicho quién es o qué quería?
Me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, tratando de encontrar un punto de apoyo que haga que todo se detenga y del mundo deje de girar a mil quinientas revoluciones por minuto a mi alrededor.
- Lo siento, sólo ha dicho su nombre. Nada más.
- ¿Quién es?- una nueva arcada me hace tragar saliva antes de hablar.
- James O´hara. ¿le conoce?
James O´hara. El sargento James O´hara. Que me llame sólo puede significar una cosa: necesita algo de mí. Y si James O´hara necesita algo de alguien, ese alguien sólo puede hacer dos cosas: satisfacerle, o desaparecer del mapa.
- Sí, sí. Le conozco- digo al fin, atusándome el pelo de manera incosciente-. Pásamelo.
Cuelgo y espero a que la recepcionista pase la llamada. El teléfono vuelve a sonar, haciendo que cada timbrazo suene más agudo en mis sientes que el anterior. Al quinto descuelgo el auricular.
- Hola, O´hara- digo, tratando de sonar seductora, aunque mi estado anímico y físico sean cualquier cosa menos sensuales y seductores.
- No estoy para juegos ni gilipolleces. Tenemos un problema. Necesito que me hagas un encargo.
¿Estamos? ¿Él y yo? El mayor defecto de O´hara, como el de todos los hombres, es que le gusta pensar demasiado en plural, metiéndome dentro de su vida más de lo que estoy dispuesta a tolerar. Ya no estoy bajo sus redes. Soy libre. Hace tiempo que me libré de sus chantajes de poli malo de novela barata. Tengo mis propios contactos y puedo buscarle las cosquillas si me lo propongo. Aunque parece que él aún no ha caído en la cuenta y por eso sigue tratando de arrastrarme en su caída. Sin embargo, prefiero obviar este hecho y le sigo el juego. Ya tendremos tiempo de poner las cosas en su sitio cuando O´hara esté más calmado.
- ¿De qué se trata?
- Tienes que encontrar a alguien. ¿Tienes para apuntar unos datos?
- O´hara, encanto, soy una promesa del cine. No un detective, ¿cómo quieres que encuentre a alguien en Las Vegas?
Al otro lado O´hara da un trago y sofoca un eructo.
- Preciosa- dice con calma, midiendo sus palabras y sus silencios de una manera que me pone nerviosa-. Recuerda esto: eres una promesa del cine porque YO te presenté a las personas adecuadas. ¿Qué eras antes? Una puta más en un sórdido club de carretera. Si YO caigo, las personas que ahora te ríen las gracias y te consienten todas tus excentricidades y caprichos, no dudarán en darte la patada en ese culo respingón que tienes. ¿Me sigues?
No aguanto más. Las palabras de O´hara han acabado de revolverme el estómago. Vomito. La imagen debe ser dantesca. Desnuda. Con el auricular del teléfono en alto y la cabeza ente las piernas, con la boca abierta y finos hilos de baba cayendo sobre la moqueta, mezclándose con el vómito.
- Te sigo O´hara, te sigo- digo al fin, secándome la barbilla con la palma de la mano que tengo libre-.¿Qué quieres que haga?
El disfraz de chica ingenua que saca las garras para aprovecharse de la situación ha caído. Tengo verdadero pánico. No soy más que una puta cría de veinte años asustada. Quiero llorar. Gritar. Desahogarme. Pero no serviría de nada. O´hara es implacable. Muchas de sus chicas han acabado abiertas en canal como una res en el matadero. Aunque conmigo siempre ha sido distinto. Yo he sido su protegida. Supe camelármele hasta ser su niña mimada. Y ahora veo que no. Que todo era fachada. O´hara es letal cuando ha de serlo. Duro. Capaz de matar a palos a alguien en comisaría, o de hacerte saber que no eres más que una mierda cubierta de caramelo; y que si él cae, se encargará personalmente de hacer que lo único que quede a flote sea la mierda. Nada más.
- ¿Sigues ahí?
- Sí. Sigo aquí- susurro. Una mano invisible me ahoga y no puedo hablar más alto.
- Bien. En dos días estaré por allí. Iré a buscarte. Fingiremos ser una pareja normal. Tú, una chica encantadora y yo, un puto viejo pervertido deseoso de echarte un par de polvos antes de que me dé un infarto, como en los viejos tiempos. ¿Me sigues?
- Te sigo.
- Bien. Mientras tanto, estate atenta a lo que pase. Las Vegas no son Nueva York. Llama a quien tengas que llamar. Habla con quien tengas que hablar. Pero cuando llegue allí, necesito saber algo más sobre nuestro problema.
- ¿Quién es?
- Una mujer. Se llama Sophie. No sé si va sola o acompañada. En algún lugar tendrán que dormir. Investiga. Cuarenta años. Pelo caoba. Ojos claros. Tiene un Cadillac rosa...
- Las Vegas es un lugar de paso, no sé si...
- Quiero resultados.
Un sonido brusco me dice que el hijo de puta de James O´hara ha colgado. Me quedo con el auricular en la mano y la mirada perdida en mi vómito. Debo parecer una muñeca rota con la que nadie quiera jugar ya; pero no. No estoy rota, aún. Tengo que cumplir con el encargo de O´hara, o las cosas se van a poner muy difíciles para mí. Necesito pensar. Un baño reconfortante, un par de barbitúricos y mi cabeza estará lista para funcionar. Desde el suelo, mis fotografías me miran con lascivia. Cierro los ojos. Me pongo en pie y me dirijo al cuarto de baño a trompicones. El grifo escupe un chorro de agua caliente. El vaho empieza a empañar en el espejo. Me veo reflejada en él a través de una densa niebla. El brillo de una cuchilla de afeitar en el lavabo me hace guiños, hablándome de una vía rápida de acabar con todo. Siento un escalofrío. La acaricio. Su tacto es suave, afilado. Cierro los ojos una vez más y suspiro. Me meto en la bañera y dejo que el agua empape mi cuerpo. Me sumerjo entera. Aguanto la respiración hasta que el pecho me arde. Trato de aguantar un poco más. Vuelvo a la superficie, sofocada. El pelo cayéndome por la cara. Un nombre retumba en mis tímpanos. Él es la solución. Sonrío. Vuelvo a meter la cabeza bajo el agua. Puede que aún haya alguna esperanza.

-Continuará-