Es miércoles y aquí estamos. Con una reseña calentita que soltar. No me voy a enrollar demasiado. Sólo decir que el miércoles que viene volveré a dejarme caer por aquí con un relato bastante potente (por lo que me han dicho mis betas) y poco más. Disfrutad esto que os dejo y ya sabéis, si os mola: difundid, que en esta ocasión es por una buena causa que nada tiene que ver con mi desinflado ego de escritor de género negro.
Debo
confesar que no soy muy amigo de esto de las reseñas. Creo que como
lector, cada uno debe dejarse llevar por sus propias inclinaciones o
gustos, sin que opiniones ajenas puedan condicionar futuras lecturas,
pero en esta ocasión haré una excepción. Que nadie espere una
crítica mordaz y concisa porque aquí no la va a encontrar. No soy
crítico literario. Lo mío es más humilde, no paso de lector y
aprendiz de escritor. Los juicios de valor y las clases magistrales
de recursos estilísticos, en qué acierta o falla el escritor, la
intensidad de la trama y demás zarandajas se las dejo a los
especialistas en estas lides que, al parecer, abundan demasiado en
Internet. No sé si por el anonimato que confiere la Red ante la
posibilidad de soltar mierda por la boca dándoselas de experto en
algo, o porque realmente la universidad de este país está
francamente jodida y los pobres catedráticos tienen que ganarse el
pan trabajando como mercenarios literarios online.
Sea como sea, ahí va mi reseña
de un libro que desde un principio me sedujo por varias razones. La
primera es que, pienso, la literatura de este país debe empezar a
renovarse. Pasó la época de las vacas de oro y las editoriales
tendrán que empezar a mover el mercado antes o después. Por eso
suelo leer autores no consagrados (entre los cuales no me incluyo,
aún me quedan muchas tazas de café para considerarme autor).
Prefiero decir pobrecico con la ilusión que habrá puesto en todo
esto a encontrarme con el
quincuagésimo tocho del autor del momento y leer por quincuagésima
vez la misma novela en la que lo único que cambia, si es que algo
cambia, es el escenario y, con un poco de suerte, alguno de los
personajes (que cada uno
saque sus propias conclusiones al respecto).
Otra
de las razones por las que me he lanzado a esto de reseñar Kryptos
es porque me ha dado la gana. Así de sencillo. Conozco al autor, los
dos estamos en nómina de la misma agencia literaria y me dije, antes
de reseñar a otro, empecemos por el amigo Blas que
a fin de cuentas si no le
gusta lo que ponga siempre puedo esperarme a alguna presentación y
redimirme con un par de cervezas.
Y
por último, y tal vez ésta se la razón de más peso, se trata de
un libro con fines solidarios. Sí, así es. Todas las ganancias que
genera la obra van íntegras para la ONG Educo, encargada de
gestionar becas de comedor para niños,
y es que, nos guste o no, en este país a día de hoy hay familias
que pasan hambre. Triste, pero cierto. Así que si esto que escribo
sirve para que Kryptos se mueva y ayude a esos niños
que se van a la cama con la tripa vacía puedan hacerlo con el buche
lleno, pues mejor que mejor.
Y
dicho esto, podemos ir metiéndonos en faena (temblad autores, que
empieza el baile).
Debo
confesar que a la vez que leía Kryptos estaba metido en otro
proyecto (éste personal) que incluía estudiarme cual retoño
Escribir un Thriller
de André Jute; así que la cosa me venía que ni pintada. Desguacé
el libro del señor Ruiz Grau y compañía con un sumo deleite y el
colmillo retorcido (permítaseme la expresión revertiana) dispuesto
a disfrutarlo y, seamos objetivos, tratar de poner en práctica algo
de lo aprendido de la mano de A. Jute. Y la verdad es que fue una
pasada. Muchos dirán que la trama es lineal o compleja, que hay
“casualidades” que no son muy creíbles y bla bla bla bla
(catedráticos de lectores Amazon seamos serios, por favor. Busquen a
alguien que le interesen sus palabras y déjennos al resto
tranquilos). Bajo mi punto de vista la novela es un novelón. Atrapa,
que de eso se trata este negocio. Te mantiene en tensión desde la
primera página hasta la de agradecimientos. Se trata de un thriller,
y todos sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol. Sigue la
estructura de este tipo de escritos (por otro lado, normal, ¿no?)
haciendo que el lector se vaya adentrando en un mundo que pasa rápido
ante sus ojos, obligándole a esperar el desenlace. Aquí el colmillo
retorcido (permítaseme otra vez la expresión revertiana) volvió a
salir a flote. El giro final empieza a entreverse en las últimas
veinte páginas, pero no amigos. No es oro todo lo que reluce, y el
amigo Blas y sus secuaces ya tienen tablas en esto. Cuando uno sonríe
confiado, diciendo el malo es fulano o mengano, se queda con cara de
gilipollas al ver cómo la trama escapa por unos derroteros
inesperados para acabar dando con un final que, por lo menos a mi, me
obligó a exclamar un: cabrón, me la ha colado.
Por
lo demás poco hay que decir. La acción abunda, quitando el aliento.
La idea principal (nacida en Twitter) es muy acertada. Y los
personajes están conseguidos. Nada de descripciones eternas
detallando al milímetro las motas de color dorado que brillan al sol
en las pupilas verdes del personaje principal. No. Los autores
emplean de manera magistral la caracterización “pasiva” de los
personajes, esto es, dando mayor peso a su caracterización desde un
punto de vista externo y psicológico que perderse en un mar de
adjetivos y enunciados que aburren y no son más que pura paja que
añadir en copia-pega cada vez que uno de los personajes empieza a
ganar peso en el texto.
Por
otro lado, y para terminar, voy a ser
sincero, debo confesar que echo de menos el trinomio que marca todos
mis escritos: drogas-dinero-muerte. Aunque mejor dejémoslo así, no
sea que a estos tres monstruos se les ocurra meterse en estos
berenjenales y un servidor
acabe vendiendo bocadillos de mortadela en la puerta de un colegio en
lugar de seguir dándole a esto de la tecla.
Espero
que este tostón que he soltado así de buena mañana sirva para
algo, porque, omitiendo alguna errata o error de puntuación (eso
también lo tienen las novelas del Grupo Planeta) es una novela que
realmente merece la pena. Y teniendo en cuenta el fin solidario que
sigue, más aún.