viernes, 30 de enero de 2015

Primer Acto o Prolegómenos

Y llegó el día D. La hora H se ha retrasado un poco más de lo deseado (sí, se me han pegado las sábanas). Pero aquí estamos. Preparados para empezar el viaje. No tengo mucho que contar. Durante las próximas semanas seguiremos con dos entradas con esto que os ofrezco ahora, más una aleatoria en la que, dependiendo del día, iré poniendo cosas según surjan, ya sean relatos, reseñas o lo que me dé la gana.
Pero bueno, dejémonos de charla banal y entremos en faena. Ahí os va: 1/15

La vida te ha enseñado bastantes cosas, pero ahora mismo piensas en dos lecciones magistrales que te han llevado a donde estás. La primera: las hostias duelen, tanto al que las da como al que las recibe. En el cine todo es muy bonito. Sonny Corleone sacudiendo de lo lindo a Carlo en un callejón. Golpes fingidos y de puta madre. Dicen corten, y todos tan colegas. Ahora bien, mírate las manos y dime cómo las tienes. Hinchadas y amoratadas. Pero así es la vida. Sencilla. Naces. Creces. Te encargas de joderla y mueres. No hay vuelta de hoja. Y, hablando de joderla, ahí está el segundo aprendizaje: si algo puede joderse, descuida que se va a joder de lo lindo; hasta que acabes metido en la mierda hasta el cuello, o, como es tu caso, esposado en la sala de espera de urgencias y con dos maderos al lado. La peña mirándote sin cortarse. Niñatos borrachos al borde del coma etílico que flipan de lo lindo con tus pintas. Padres con bebés en brazos tosiendo como fumadores crónicos o tuberculosos a punto de escupir un trozo de pulmón de un momento a otro, curioseando por encima del hombro a ver qué se cuece. En fin, que pareces una puta atracción de feria custodiada por dos centuriones con caras de pocos amigos.
Las esposas te aprietan las muñecas. Los dedos te hormiguean. No sabes si a consecuencia del politraumatismo como lo han denominado los médicos encargados de tomar tus datos a la entrada, o porque los grilletes te están cortando la circulación. Preguntas al tío que tienes al lado que si te las puede aflojar. Por preguntar no pierdes nada.
- Sí, claro- responde apretándote el dorso de la mano hasta que estás a punto de gritar como un cerdo a medio degollar-. ¿Quiere la princesa algo más?, ¿un café?, ¿una suite con vistas al mar? Deja de dar por el culo y cállate la puta boca, chaval. Te lo estoy diciendo de buenas, así que no me hagas cabrear antes de llegar a comisaría, hazme caso- te susurra al oído como si fueras una parejita haciéndose confesiones en un picnic en Central Park o entrando en faena un viernes por la noche al salir del cine.
Callas. Algo en tu cabeza te advierte que pasarte de listo va a suponer algo más que dos manos rotas y un ojo a la funerala tan pronto como lleguéis a los calabozos. Te estremeces sólo con pensar en el recibimiento que pueden haberte preparado. Tratas de distraerte. Mantener la cabeza ocupada en otras cosas que no s'ean tu incierto futuro. Una enfermera pasa por delante vuestra. Los tres la seguís con la mirada. No hace ni una semana que has salido del trullo y sabes que de no tener toda la sangre concentrada en las manos y el ojo hinchado, habrías tenido una erección más que vistosa y dolorosa. La idea te hace sonreír. Aspiras el aroma a perfume caro que ha dejado flotando a la deriva como un cadáver hinchado en las aguas mansas de un pantano mecidas por la brisa del amanecer.
- Sí, haces bien. Aspíralo porque vas a estar mucho tiempo mordiendo almohadas en el talego- te advierte el otro poli-. Nos vamos a encargar personalmente de ello, créeme.
Los dos se ríen. No le pillas la gracia al chiste. Les miras. Parecen una fotocopia el uno del otro, como si fabricaran polis en serie o algo por el estilo. Mandíbula cuadrada. Cuello de toro, mirada fría y amenazadora. Cabeza rapada. En resumidas cuentas, la estética de un hooligan cansado de abrir cráneos en las tabernas de Manchester que ha optado por pasarse al otro lado de la justicia.
Tratas de ser optimista. Tal vez te ingresen, o te enyesen algún hueso y pases la noche en observación. Y ya puestos a hacerse pajas mentales, quién sabe, con mucha suerte hasta puede que salgas por piernas en un descuido. Motivado por la idea miras a tu alrededor. Gatillazo emocional. La sala de espera te hace sentir como un jodido náufrago. La gente se hacina en los asientos más alejados de vosotros. Filas vacías a vuestro alrededor, como si fuerais una puta isla desierta en mitad del océano. Un nuevo flash de optimismo se abre paso en tu cabeza. Tu viejo sirvió en la Segunda Guerra Mundial en Okinawa o un sitio de esos perdidos en el Pacífico con nombre de salsa asiática, y volvió de una pieza. Es más, de una pieza, sano y con ganas de preñar a tu madre otras tres veces para aumentar su vasta prole. Quizá, obviando lo relacionado con la procreación, esa suerte tenga alguna marca genética y puedas salir de rositas de la que te ha caído, y de la que te espera fuera del hospital.
Desde tu silla ves a dos polis entrar en la sala de espera. Barrigudos y de andares cansados. Al parecer dejaron los anabolizantes y los batidos de proteínas por los donuts y los cafés; el ciclo evolutivo del buen poli: dejar de perseguir el crimen y jugarse el pellejo para sentarse en un coche patrulla, envejecer y resignarse. Sin mediar palabra se colocan delante tuya. Uno de ellos asiente. El otro gira el cuello en dirección a la puerta, hace un gesto y un tercero apaga la luz. En menos de un segundo se escucha un sonoro plash. Tú lo notas a la vez que lo escuchas en estéreo. Después, la luz vuelve a resucitar como si no hubiera pasado nada.
- ¡Lo siento!- se disculpa el poli que se ha quedado cerca de la puerta para dejaros a oscuras en lugar de jugar al divertido juego de sopapo-a-oscuras.
Los dos polis te miran con odio. Los que te custodian a ambos lados pasan del tema, van a lo suyo. Uno comprobando la marca que le han dejado los calcetines en las pantorrillas, y el otro aprovecha la cobertura para hurgarse entre los incisivos con una uña. Estás solo ante el peligro. Tragas saliva. Sientes la garganta reseca. Ni Okinawa ni pollas en vinagre, te acaba de quedar claro que las vas a pasar muy putas en cuanto salgas de allí. Un sudor frío te recorre la espalda. Un escalofrío te hace estremecer. Las esposas tintinean. Los polis barrigudos se van por donde han venido sin mediar palabra. Andares rufianescos, algo así del rollo sheriff de peli del oeste. Vuelves a quedar aislado del resto junto a tus compañeros de banco. Mal augurio.
Un par de médicos atraviesan la sala hablando de sus cosas, y pocos metros por detrás el servicio de limpieza empapa sus fregonas para dejar el suelo impoluto y desinfectado, como una jodida patena. Miras entre tus pies. Dos goterones de sangre reseca. No sabes si tuya o de otro paciente. Tampoco es que te importe demasiado. Lo mejor está por llegar, y eres consciente de ello. El poli que tienes a tu lado juguetea con una alianza de oro. Le miras y le envidias. Le imaginas viviendo una vida de película. Con una casa grande, con porche y jardín en las afueras. Una mujer atractiva que sale a recibirle en cuanto llega del trabajo. Olor a pastel de carne flotando en la cocina y una conversación banal antes de ir al dormitorio a consumar el matrimonio a oscuras en la posición del misionero.
La antítesis de tu existencia. Has pasado media vida en una pensión de mala muerte en la zona más jodida de un suburbio jodido. Tu dieta ha sido rica en hamburguesas, perritos calientes y esas mierdas que obstruyen arterias y producen diabetes. Y en relación a una mujer esperándote en casa, lo más parecido que has conocido es la casera, esa puta vieja rusa desdentada que a cambio de un par de polvos ha hecho siempre la vista gorda porque te retrases a la hora de pagar el alquiler.
Sientes asco y lástima de tí mismo a partes iguales. También algo de envidia y comprensión hacia los tíos que te custodian. Sabes que lo que te pase de ahora en adelante es algo que tienes más que merecido. ¿Síndrome de Estocolmo? Gilipolleces. Vives en Estados Unidos. La pena de muerte es un hecho y en cualquiera de los estados que te rodean sabes que fríen a la gente en la silla eléctrica prácticamente por aparcar en doble fila. ¿Qué puedes esperar después de meterte en el marrón que te has metido? ¿Irte como si nada con una regañina y un par de palmaditas en la espalda? Y una mierda. Toca afrontar la realidad, y sabes que los gimoteos y esas mariconadas no te van a servir de nada. No es un farol. Es la puta realidad.
Un consejo: aprieta los dientes que esto va a doler.
Pero mejor empecemos por el principio. ¿No crees?

-Continuará-


martes, 13 de enero de 2015

A modo de presentación

Que sí, que yá lo sé. Que esto de los blogs está más visto que el tebeo. Que hay demasiados. Que das una patada al suelo y salen quinientos, como los hipster estos modernitos de Starbucks y Apple. Pero como pasa con los unos y los otros, en el caso de los modernitos, muy pocos saben que la moda de barba de leñador canadiense y aspecto de bohemio despeinado tiene su origen en la Beat Generation (que se dice pronto) y en el de los blog pasa lo mismo.
Y es que este blog, no se va a limitar a reseñas de poca monta y cuatro relatos alabados por el grupo de amigos de turno que le comen la cabeza al junta letras del momento y éste ya se cree algo. No. Vamos a tratar de llevarnos bien y a disfrutar juntos de la experiencia. ¿Cómo? Para empezar, pongámonos cómodos. Es martes, la gente está cansada de currar, así que relajémonos y pongámonos cómodos como ya he dicho.
Una vez hecho esto, empieza la labor en conjunto. Vamos a empezar un link a mi colaboración en Fiat Lux. Y ahí es donde entra en juego la segunda parte del negocio, vosotr@s. ¿Qué tenéis que hacer? Nada. RT, compartir, difundir (o difamar) esta primera entrada del blog y habrá recompensa. ¿Cuál? Es un secreto, pero sí puedo asegurar que será algo que os quitará el sueño y os tendrá angustiados desde la primera palabra hasta el punto y final.
¿Jugamos?
PD. el enlace es:
http://revistafiatlux.com/ignacio-barroso-benavente-game-over/

PD2. Cuanto más se mueva esto por las redes, mejor será la recompensa (ahí lo dejo y de momento no puedo hablar mucho más)