lunes, 31 de octubre de 2016

Spoiler

Deja que te cuente algo. No. No hace falta que te despiertes. Sigue durmiendo. Solamente presta atención.

Siempre he estado ahí. Desde el comienzo de los Tiempos. Mucho antes de que sobre la superficie de la Tierra la vida comenzase a desarrollarse, yo ya estaba presente. Esperando, paciente a que llegase mi momento. La hora de expandir mis alas, soplar mi gélido aliento y desaparecer sonriente y satisfecha. Sí, así es. He visto nacer y crecer Imperios. Los he visto sucumbir, desaparecer para siempre en el polvo de la Historia.

He viajado sobre campos de batalla. Cabalgué bajo un sol de justicia en el desierto a lomos de la cruz roja de los Templarios, y en el filo de las espadas sarracenas. He estado en la bala del francotirador que hace puntería en la cabeza de un niño en la cola del mercado, y en el ánima de un cañón antiaéreo de ochenta y ocho milímetros que abre fuego hacia el cielo en mitad de la noche. He campado a mis anchas por escenas aterradoras. Estuve en la mirada perdida de criaturas huérfanas en Varsovia, en el llanto y quejidos del soldado que agonizaba en Stalingrado con las vísceras fuera, sobre un océano de hielo que le rodeaba y ralentizaba su muerte. Estuve en el objetivo de Robert Capa en el Día D, en la selva codo a codo con el vietcong y el miedo de una columna de prisioneros rumbo al paredón. Avancé junto a las hordas bárbaras que hundieron el Imperio Romano. Crecí y florecí en la Edad Media, manifestándome en forma de plagas, enfermedades, miedos y fanatismos religiosos. Lamí el cuerpo de los infieles, al mismo tiempo que las llamas purificaban su alma y reducían sus heréticas formas a cenizas. De la misma manera que oí crujir sus miembros a cada vuelta del potro en frías y húmedas celdas, restallando tendones y astillando huesos mientras me limitaba a esperar. Ese es mi trabajo. Esperar entre bambalinas la hora de actuar.

Viajé a lomos de Little Boy en las bodegas del Enola Gay. Estuve presente en los ojos del gladiador fatigado después del combate. En las llamas trémulas del primer fuego controlado por el hombre. En las hambrunas que diezman la población mundial. Fui testigo del exorcismo de Almansa, corregí los cálculos y el método empírico de Unabomber. Habito en el odio y el fanatismo del camicace que estalla entre una muchedumbre desarmada e inocente. He estado en la mirada del familiar que tras una lenta agonía dice adiós a este mundo, y también he estado a tu lado amigo mío. Desde siempre. Desde el día en que dos azotes y el llanto dieron paso a tu vida. En tu mirada nerviosa ante el primer beso y en las lágrimas del primer adiós mientras el cuerpo de un ser querido era devuelto a la tierra en una caja de madera. Incluso aquella vez que el vecino del tercero comprobó que fumar mata. Sí. ¿Lo recuerdas? Se vació las venas con el filtro de un cigarrillo carbonizado. Entonces nos vimos. Tú entrabas en el portal. Yo salía. Fin de nuestra primera toma de contacto.

Pero deja que siga. Me he deleitado y sentida halagada en la barbarie humana. En lo dantesco- y en ocasiones lo soez- que acompaña a todo acto desesperado y fanático. Gestos heroicos, valientes y cobardes. Gritos aterrados, lágrimas congeladas para siempre en unos ojos muertos, y por supuesto miedo. Miedo a lo desconocido y a todo cuanto me rodea.

A buen entendedor pocas palabras bastan, dice un dicho popular casi tan viejo como yo, pero antes de dejar que despiertes aterrado en mitad de la noche. Ciego por el pánico, empapado en sudor y repitiendo una y otra vez algo tan estúpido como sólo ha sido un sueño, no hay que temer a los sueños; creo oportuno decirte mi nombre. Dejarte mi tarjeta de visita. Algo así como una breve presentación, ya que tarde o temprano nos conoceremos e intimaremos más- de eso no te quepa la menor duda-, y verás que no todo es tan frío y terrible como lo pintan. Es tu destino. El final de tu camino, de tu existencia en eso que llamáis vida. Y yo, soy la Muerte. La encargada de barrer los despojos que el tiempo deja en la cuneta, haciendo que viváis una fantasía en la que las voces de los que se fueron suenan como una melodía en vuestro recuerdo. Obviando aquello tan ligado a ellos, tan sumamente humano, que solamente sois capaces de recordarles como ángeles que por arte de magia se fueron al cielo.

Pero seré sincera. No hay cielos ni infiernos ni nada. Sólo oscuridad. Carroñeros que sacian su hambre con los cuerpos putrefactos de aquellos a los que amasteis, o cenizas vertidas al viento. Nada más.

Ahora, si me lo permites, creo que ha llegado la hora de irme. La noche, mi reino repleto de sombras aterradoras llega a su fin y yo debo marchar con ella. Disfruta del sabor amargo que te deja mi vista y recuerda, antes o después volveremos a vernos.


sábado, 27 de agosto de 2016

Cruce de intereses

La televisión está encendida aunque no le haces mucho caso. Estás pendiente del móvil. De fondo, una periodista joven, con pinta de estar en prácticas, mantiene el gesto serio. El titular suena contundente, con gancho. “El crimen del verano”. La cámara muestra un área de descanso perdida en la España profunda, allí donde los problemas de lindes y honores se arreglan con escopetas de postas en plena canícula.
Un niño pulula de un lado para otro. La cara distorsionada por aquello de no mostrar imágenes de menores. Junto a él van dos adultos. Gesto serio y ropa de médicos de ambulancia. Junto a la periodista aparece un notas con la cara blanca y la mirada perdida. Empieza a hablar:
― Íbamos camino de Sevilla y hemos parado aquí. Mi hijo estaba cansado y hemos salido a tomar el aire y… y… y hemos encontrado…
No termina de hablar. Se le quiebra la voz. Ojos brillantes. Lágrimas asomando y problemas de hiperventilación. Crisis de ansiedad a la vista. La cámara se mueve unos centímetros, enfocando a la periodista una vez más.
― Testimonio sobrecogedor de quien junto a su hijo de ocho años ha encontrado el cadáver…
Levantas la vista. La escena muestra varios coches de la Guardia Civil y un par de ambulancias. Está anocheciendo y las luces de las sirenas se entremezclan arrancando sombras nerviosas a su alrededor.
Te abres una cerveza. Un sorbo. La habitación en la que estás es austera y parece un horno. Un catre barato. Una televisión de tubos catódicos y una nevera de camping llena de hielo y latas de cerveza. Otro trago. Sofocas un eructo ácido. Vuelves a mirar el móvil. Nada. Sin novedades. La llamada que esperas no llega. Compruebas que la cobertura es óptima una vez más. De haber sabido cómo iba a acabar todo te habrías metido una revista en la maleta. Pero no pudo ser. Todo fue un visto y no visto. Un tío contactando contigo. Un sobre con bastantes billetes y otro con unas señas. El resto a tu elección. Improvisación. Eres un especialista en lo tuyo y ya se sabe, el duende del artista no entiende de restricciones.
― El cuerpo iba indocumentado, pero, según fuentes policiales, todo apunta a un ajuste de cuentas relacionado con el narcotráfico…
Sonríes. Gesto torcido. Ajustes de cuentas... Sabes un poco de qué va la movida.
Te duele la espalda. Te pones en pie. Hora de empezar a caminar de un lado a otro como un animal enjaulado. Tienes la ropa pegada al cuerpo. La humedad y la temperatura ahí dentro son asfixiantes.
Tratas de mantener la calma. Antes o después sonará tu móvil. Hora de acabar el trabajo. Un alijo cambiando de mano, o, mejor dicho, de maletero. Un par de horas conduciendo atento a controles de carretera y la entrega. Después, sólo calma y otro sobre repleto de billetes de cincuenta. Hora de darse una vida padre en algún paraíso tropical de estos en los que siempre es verano. Daiquiris. Fiestas a pie de playa. Tías de las que dejan con la boca abierta al más pintado. Gente del mundillo con la que establecer nuevos contactos. Todo llega, lo demás es cuestión de paciencia y cabeza fría.

Más tarde.
El reloj sigue avanzando. La cadena no debe tener mucha morralla rollo concurso o tertulianos con los que llenar las horas, y ahí sigue la periodista. Cercos de sudor en las axilas. Piel grasienta, gesto cansado. Y revuelo a sus espaldas.
― Nos comunican que acaban de encontrar un coche en las inmediaciones ― dice con voz ronca tras aclararse la garganta un par de veces.
Contienes la respiración y ahora eres tú el que tiene la boca seca. La cámara sigue avanzando. Un vehículo negro. Impactos de bala en el lado del conductor. El parabrisas hecho un Cristo. El maletero abierto. Un agente alumbrando en su interior. El corazón te late deprisa. Cierras los ojos repasando qué cabos sueltos has podido dejar como para que todo se vaya al carajo. No hay suerte. Tus reflexiones se cortan de raíz. Tu móvil suena.
― Acabamos de verlo en televisión. Buen trabajo. Descansa un poco y mañana cerramos el trato― inconscientemente, al oír esto, miras a las bolsas de deporte que hay amontonadas en el suelo―. Ya sabes dónde.
Respondes con brevedad y cuelgas. Ahora sí que empieza el baile. Coges aire y te enciendes un cigarrillo. Quedan pocos y se te antoja que la noche se te va a hacer eterna. Marcas un número de memoria. Un tono. Dos. Al tercero responde una voz de hombre.
― Todo ha salido según lo previsto. Mañana haré la entrega. Quiero a los chicos preparados. Coches camuflados y uniformes bien visibles. No habrá ojos indiscretos así que no hay nada que temer. Después…

La comunicación es pésima. Mi compañero y yo tratamos de afinar un poco y grabarlo todo. Bingo. El ruido electrostático desaparece justo a tiempo para oírte decir que el perico ya tiene comprador. Sólo hay que hacer dos partes. La oficial y la que no llegará a comisaría.
Sonrío. Llevo demasiado tiempo deseando que llegue este momento. Me relamo como un malo de película Disney. Tantos meses de seguimiento y trabajo que llegan a su fin. En mi cabeza una certeza. La cocaína no va a ser lo único que no llegará a comisaría. A los que se la has jugado han puesto precio a tu pellejo y ando falto de fondos. Por muy de Asuntos Internos que sea tengo que comer y pasar la manutención a mi ex. Y un sobresueldo no viene nada mal, la verdad. Yo les pongo tras tu pista. Ellos hacen el resto. Y mi compañero y yo poniendo cara de sorpresa cuando lleguemos a la zona y encontremos tu cadáver. Así es la vida. A veces, a la hora de cazar malos hay que ponerse en contacto con los que son peores. Justica poética podíamos llamarlo, o simplemente vender el culo al mejor postor.


viernes, 27 de mayo de 2016

GIve me five

Hace mucho que no cuelgo ningún relato. Ahí va uno. La escena es un poco "opresiva": un hampón interrogando a otro. Violencia. Dolor. Silencio. Hasta que el bricolaje humano surte efecto y acaba por cantar. Un poco rollo Tarantino me han dicho que parece la historia. Ya me diréis qué os parece. Sed malos y disfrutar del finde.

Seamos francos. Si tu vida fuera una novela, podría decirse que el cabrón que te creó se despachóde lo lindo contigo. No en plan personaje dickensiano que pasa hambre y penurias en un ambiente fabril e insalubre. Más bien lo contrario. Puso a tu alcance aquello que te gustaba y atraía como la mierda a las moscas. Lujos. Vicios. Tías. Fiestas. Pasta. Drogas. Y claro, te veías en tu salsa. Siempre te gustó ser el gallo del corral y ese ambiente era tu ambiente. Te gustaba y te dejabas querer. Con casi dos metros de altura, 120 kilos de peso y demasiada pericia y conocimientos en el noble arte de eliminar adversarios, pronto encontraste el camino perfecto para ser el macho alfa que partía el bacalao en los bajos fondos. Aunque claro, por todos es sabido que tanto se pasea la víctima ante el visor del francotirador, que éste, antes o después, aprieta el gatillo y le acaba por volar la tapa de los sesos, borrándole del mapa en décimas de segundo. O dicho en términos que resultan más prosaicos, podríamos decir que quien acaba por pasarse de listo tentando a la suerte se convierte en el candidato perfecto a jugar a la ruleta rusa con seis balas esperándole en el tambor del revólver, a ganarse un curso subvencionado por la mafia de submarinismo con zapatos de cemento para contemplar cómo la erosión marina se adueña de los restos de Pearl Harbor o, dependiendo de lo inspirado que esté el ejecutor, descubrir mil maneras de soñar con que todo acabe y la tortura llegue a su fin.
Y en esas estamos. Tú, a punto de empezar a despedirte uno a uno de los dedos de tu mano izquierda. Y yo, sonriente. Trabajando. Satisfecho. Un cigarrillo apagado en la comisura de la boca y unas tenazas en la mano. Ya lo dijo Michael Corleone: son negocios, nada  personal. Me pagan por hacerte la manicura estilo mafia. Es lo que hay. Sin rencores ni malos rollos. ¿Preparado? Empecemos entonces.

1
Éste encontró un huevo...

Si la cara es el espejo del alma, la tuya realmente ha conocido tiempos mejores. Mírate. Las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada. Sudando como un gordo en la cinta de correr de un gimnasio lowcost y el miedo anclado en la mueca que no logras disimular del todo. Sabes lo que te espera. Tú solito te lo has buscado. Has ido de listo, jugando demasiado fuerte y claro, las consecuencias son las que son. Un banco puede desahuciarte para saldar una deuda; la gente para la que trabajo puede meterle una bala en la cabeza a tu hijo pequeño a modo de prórroga de una cuenta pendiente.Vendetta cruzada lo llamarían los sicilianos. Pero vamos, que no te estoy contando nada nuevo. Tienes un nombre. Una reputación. Eres una puta leyenda en los bajos fondos de la zona. Un pez gordo que mordió el anzuelo equivocado. Uno más. Un nuevo inquilino del fondo de un pantano o el afortunado que acaba de ganar una parcela de un metro cuadrado en los cimientos de un chalet de lujo en mitad de una urbanización a medio construir.
¿Te gustan mis dotes de adivino? Parece que no, pero me la trae floja. Es mi trabajo y a él me empleo en cuerpo y alma, a torturar estudiando hasta qué punto puede el cuerpo humano aguantar el sufrimiento. Pero con estilo. Nada de sangre a borbotones, plásticos para no ensuciar el suelo de cemento ni cinta aislante y esas mierdas de golfo amateur. Lo mío es arte. Mis herramientas son tres: unas tenazas, un soplete y un cubo de agua; el resto no es más que atrezo de carnicero aficionado.
Te aguanto la mirada, desafiante. Tú haces lo mismo durante unos segundos. Parece ser que tienes un par de huevos o no tienes miedo al dolor; pero no, sólo era un simulacro. Agachas la cabeza. Tengo que empezar por enseñarte modales. Te agarro del pelo y tiro para atrás. Tu barbilla se eleva. Plas. Bofetón. Carne roja en la mejilla. Mensaje sencillo y directo: chulerías las justas. Aquí mando yo.
Me alejo un par de pasos. Te miro rollo director de cine vanguardista, haciendo encuadres con los dedos de las manos. Perfecto. Resulta patético, no sé si lo sabes, pero te acabas de mear. El suelo es poroso y lo absorbe rápido, pero queda un cerco oscuro que te delata. Empiezo a pensar que quizá se me haya ido la mano un poco con el tema de la codeína. No me preocupa demasiadoque te pase algo rollo sobredosis y esas mierdas, sólo que me jodería mucho que por ahorrar unpoco en cuerdas y esposas para tenerte quietecito mientras trabajo, los putos opiáceos te inhiban el dolor y no sientas nada. Aunque ya da igual. Sólo es cuestión de esperar. Me enciendo un cigarro y me siento en una silla, frente a ti. A mi lado, una mesa con todo lo que necesito para hacerte hablar. No hay prisa.
Más tarde. Ya empiezas a comportarte de una manera un tanto más racional. No es que te haya dado por ponerte a gritar o a forcejar por escapar, pero tus pupilas empiezan a responder a estímulos. Te acerco un cigarro encendido a los ojos. Pestañeas y apartas la cabeza mientras balbuceas cosas incoherentes. Perfecto. Me vale. Es hora de empezar a ganarse el pan.
Cojo tu mano izquierda. ¿Sabes por qué? Soy diestro y me resulta más fácil. Técnicas del oficio. No opones demasiada resistencia. Mejor. Siempre es mejor empezar esto sin demasiadas complicaciones. Estiro tu dedo meñique. Las mandíbulas de las tenazas se adaptan a su grosor a la perfección. Clac. Un sonido seco, como de madera al partirse y medio dedo que cae al suelo. Un corte limpio, profesional, a la altura de la segunda falange. Pones cara de qué coño ha pasado. La adrenalina pronto diluirá la droga de tus venas y empezaras a sufrir de verdad. Pero lo que de verdad importa, la esencia de todo esto, ya lo vas pillando: esto no es un juego.
Sangras de lo lindo. Más de lo que esperaba, la verdad. Pareces un viejo descalabrado y pasado de Sintrom o un cerdo a medio degollar, según se mire. Actúo de oficio. Enciendo el soplete. Cauterización primitiva. Riesgo de infección alto, rozando lo seguro. Aunque posiblemente mueras antes de que las bacterias hagan su trabajo. Por eso no te preocupes.
El olor es desagradable. Abres la boca, como si fueras a  gritar, pero no. Vuelves a cerrarla. Te fijas en el muñón humeante que era tu dedo y pierdes el conocimiento. Tiempo para tomarme un descanso. 
2
Éste lo coció...

El agua fría te hace volver en ti. Te rodea un penetrante olor a quemado. Donde antes tenías un dedo meñique ahora tienes un muñón humeante que apesta a barbacoa. Miras fijamente al frente. Si las miradas matasen, casi que debería empezar a tomarme en serio esto de acabar contigo cuanto antes. Pero no. No es el caso, así que te jodes. Yo sigo vivito y coleando. Y tú, mutilado.
Un incómodo silencio nos rodea. No voy a romper la magia del momento y pareces demasiado aturdido aún como para comprender qué es lo que está pasando y lo que está por pasar.
— ¿Qué quieres?— preguntas, al fin.
Enciendo un cigarro. Despacio. Sin prisa. Me encanta este rollito de prisionero y carcelero que nos estamos marcando. Suena muy cinematográfico.
— Información. Me pagan por saber dónde esta la pasta. Jodiste a las personas equivocadas — pausa. Calada. Humo en tu cara—. ¿Creías que dar el palo en uno de los locales de los rusos no te iba a traer problemas? Sinceramente, creía que eras más inteligente.
Callas. Bajas la mirada y mueves los brazos. Te sorprende descubrir que no estás atado. Sólo sentado en una silla de plástico blanca en un sótano desierto. Una idea parece surcar tu mente a la velocidad de una bala. Te leo el pensamiento sin problemas. Niego con la cabeza y te doy un manotazo en el muñón. Una mueca de dolor crispa tu cara. Al parecer la bala que zumbaba en tus ideas ha errado el tiro. Tratas de guardar la compostura, pero duele. Lo sé.
— ¿Dónde está la pasta de los rusos?
Tienes los ojos inundados de lágrimas, pero guardas la compostura. Me gusta tu estilo. Aunque tus silencios no tanto. Cojo tu mano izquierda una vez más. Forcejeas. Te invito a no oponer resistencia. Parece ser que hay una barrera idiomática entre nosotros que resulta insalvable. Mal asunto. Me pongo un poco bruto. Lo siento, pero mis jefes quieren recibir en pocas horas un paquete de dedos amputados; y ya sabes, eso se traduce en dinero. Tengo una hipoteca quepagar, pasar la manutención de los niños a mi ex.... esas cosas.
Te pego un bofetón con el dorso de la mano. Plas. Tu atención se centra en el golpe y desatiendes la mano. Aprovecho la cobertura. Movimiento profesional. Clac. Si tenías previsto casarte, el tema de la alianza nupcial parece que vas a tener que llevarla colgando del cuello como una puta criatura de Tolkien; aunque poniéndonos un poco pedantes y culturetas de Starbucks y iPhone, podríamos decir que todo apunta a que vas a desaparecer sin necesidad de anillo mágico y que en lugar de ir a tomar por culo a salvar la Tierra Media, vas a ir a otro sitio un poco más siniestro e improvisado entre bolsas de plástico y paletadas de cal viva. Pero mejor sigamos, que estoy creativo y motivado.

3
                  Éste lo peló...

Por la cara que pones, la cosa debe doler de cojones. Nunca me han calcinado una herida, he tenido la suerte de estar siempre al otro lado del soplete. Pero los resultados parecen avalar mi teoría.
— ¿Dónde está la pasta?— pregunto.
Callas. Tienes pinta de estar catatónico o en estado de shock. Me importa una mierda. Te pongo en antecedentes, para refrescarte la memoria y dejar que catalogues hasta dónde quieres llegar con esto del suplicio. Aunque, francamente, tu suerte está echada.
— A ver. ¿De verdad creías que te ibas a ir de rositas? Llevas demasiado tiempo en el negocio como pasar que eso sólo pasa en las novelas baratas y las películas. En la vida real, los listillos como tú suelen tener un destino bastante distinto al de los personajes planos y los actores que sobreactúan. Ya sabes... la gente habla. Sólo es cuestión de saber qué resortes tocar o a quien de su familia apuntar con un revólver. Todos tenemos un precio. Y ésa es mi especialidad. Llegar al fondo de la cuestión. Sólo tienes que tener un poco de paciencia y verás cómo tengo razón.
— Yo... yo....— balbuceas como un retrasado mental o un jodido yonqui con el mono.
— ¿Tú qué? La cagaste. Un local lleno de pasta. Una tentación de la hostia. Un atraco. Risas. Colegas dando el cante largando más de lo que debían. Los jefes cabreados. Yo haciendo mi trabajo. Investigar y encontrarte. Ya ves, a la larga todo se resume a lo mismo. Tiempo y empeño.
— Yo... yo...
A la mierda. No estoy aquí para jugar a las adivinanzas. Dile adiós a tu dedo corazón y volvamos a empezar. ¡Clac!

4
        Éste le echó la sal...

Parece ser que empiezas a ver que esto va en serio. ¿Ya estás dispuesto a colaborar? Probemos.
— ¿Dónde está la pasta? Dilo y esto acabará pronto— puntualizo esto último dándote un leve apretón mano-muñón.
Gritas. Ya no hay ni rastro de calmantes en tu sangre. Esto parece que se pone interesante. Veamos a qué nos conduce.
— Te lo voy a repetir una vez más. Esto no pinta bien para ti. Colabora, joder— hago una pausa, sopesando alguna idea que te ayude a decirme lo que quiero oír—. Voy a aceptar que no eras la cabeza pensante de toda esta mierda. Salta a la vista que esto te viene grande. Perfecto. No hay más que verte para saber que te faltan luces para montar algo así. Da igual. Me importa una mierda quién esté detrás de todo esto. Eso es cosa de los jefes. Sólo dime dónde está la pasta.
Sonríes. Tus ojos tienen un brillo febril. Definitivamente te estás quedando medio ido con todo esto. Suspiro y repito la pregunta.
— ¿Dónde está la pasta?
Te miras la mano o lo que queda de ella. Sí, joder. Parece un puto filete recién salido de laplancha. Vuelves a sonreír. No en plan arrogante de tío curtido en mil batallas que sabe que despuésde que hable no le queda otra cosa que ser ejecutado. No. Tu sonrisa es más la de un  demente de los de psiquiátrico americano de los años 50, babeante y zumbado bajo la atenta mirada de un gabinete psiquiátrico que toma nota de la respuesta de un paciente con daños neuronales irreversibles fruto de una terapia de choque demasiado agresiva.
Al fin abres la boca. Parece que quieres decir algo, pero tu voz suena ronca. Me acerco a ti. Cuando nuestras cabezas están cerca, me sacudes un cabezazo. Clonc. ¡Hijo de puta! Me has pillado por sorpresa, no me lo esperaba. El susto pasa rápido. Todo en orden. No hay sangre. Nada que temer por mi parte. Ahora es mi turno. Hora de devolver el golpe. A la mierda las tenazas. Cojo tu dedo índice y lo retuerzo. El hueso cruje. La mano te tiembla. Miras con gesto incrédulo cómo tus falanges ahora se doblan señalando al revés. Bonito, ¿verdad? Una puta obra de arte. Estoy por amputarte la mano y venderla como una jodida poesía perecedera.
— ¿Ya?— pregunto, masajeándome la frente— ¿Quieres más?
Nada. Joder. Eres terco como una puta mula. Esto no te va a llevar a ningún lado. Yo de ti colaboraría, pero tú mismo...
Me pongo en pie. Me duele la espalda. Camino a tu alrededor como un buitre describiendo círculos sobre un cadáver. Tengo un pie dormido y cojeo. Mi móvil suena. Los jefes. Mierda.
— Da?
La conversación es breve. La caja sigue sin cuadrarles. Quieren resultados. A la mierda mi escultura dactilar. Tenía previsto entretenerme un rato buscándole un nombre profundo, una puta metáfora de la vida. Algo así como “señalando el camino equivocado” o “a KontraKorriente”. Pero va a ser que no. Hora de volver al bricolaje básico de los bajos fondos. Tenazas y soplete. El resto ya lo conoces.

5
        … Y este picaro gordo se lo comió

Has vuelto a perder el conocimiento. Es acojonante cómo el cerebro es capaz de apagarse cuando el dolor es insoportable. Te dejo dormir un rato. No tengo prisa y estoy de mala hostia. Los jefes se han puesto pesados y eso no me gusta. Mato el tiempo colocando los dedos amputados en el suelo, señalándote. Así cuando te haga despertar te sentirás señalado por la culpabilidad. Fumo. Pienso. Echo en falta una revista o algo para hacer más amena la espera. Hace poco, hablando con otro hijo de puta como yo, me habló de una revista especializada en esto del crimen. Fiat Lux, o algo así se llamaba. No me acuerdo muy bien, ya iba demasiado ciego cuando dijo el nombre. Pero de haber sabido que ibas a parecer una puta princesa Disney durmiendo a la espera del beso del príncipe azul o a que un cabrón te arranque de los brazos de Morfeo con un cubo de agua fría, me habría pillado algún ejemplar. Lástima tener que improvisar y no poder organizarlo todo con antelación.
Estoy hasta la polla. Hora de resucitarte, rollo Lázaro levántate y anda en versión, cabrón despiértate y sufre. Agua fría. Boqueas, sobresaltado, como un pez fuera del agua. Guardo silencio, dejando que tus pensamientos se ordenen. No dejas de mirarte la mano. Sí, ya lo sé. Te he chamuscado un poco más de lo necesario. No parabas de moverte, qué esperas. Un trasquilón en el flequillo, quemaduras de segundo grado en la mano... viene a ser lo mismo. Vuelvo a intentarlo. A ver si tras consultarlo con la almohada estás más colaborador.
— Esta bien— dices. Al parecer sí que te lo has pensado mejor—. Espera un momento.
Desconfío. No me acerco mucho. Aún me duele la frente.
— ¿Habéis pillado a alguien más?
Claro que hemos trincado al resto de la banda, pero me lo callo. Ahora soy yo quien juega a hacerse el misterioso.
— Bueno, tampoco va a cambiar mucho las cosas— hablas rápido. Debes tener prisa por congraciarte conmigo y que te vea un médico—. Si te digo dónde está la pasta, ¿qué gano?
— Dime dónde está primero.
— Quiero garantías— tu fama de tío duro parece ser que es cierta—. Si no, no diré nada.
— Muerto no creo que vaya a servirte de mucho.
Pareces pensártelo. Encoges los hombros y empiezas a cantar. Yo a caminar una vez más a tu alrededor, haciendo resonar mis pasos sobre el suelo. Tomo nota de todo. Mi móvil vuelve a sonar. Los jefes otra vez. Me tienen hasta los huevos. No se lo cojo. Ya habrá tiempo para hablar después. Estoy trabajando. Tú sigues a lo tuyo, haciendo inventario. Dónde está. Cúanto es... Perfecto.
Bastantes billetes. Terminas y enmudeces. Parece ser que quieres ahorrar saliva. Sabía elección. Dejo que el silencio se prolongue unos minutos. Me coloco delante tuya. Una automática y una sonrisa cínica en los labios. Me miras sin entender qué está pasando. Como diciendo, enróllate un poco que acabo de cantarte todo lo que sé del asunto.
— Muchas gracias. Es justo lo que quería saber.
Después, aprieto el gatillo. PUM PUM. Tu cara desaparece en un visto y no visto. Dudo entre terminarte la manicura para que los jefes no se huelan nada raro. O callar y quedarme la pasta. Irles con el cuento de lo siento mucho, pero el hijo de puta no ha cantado. Pero qué coño, que les follen. Que se dediquen a ahogar las penas en vodka. Hay demasiados billetes de 500 esperándome. Primero, coger la pasta y desaparecer. Después, ya veremos qué precio le ponen a mi cabeza en caso de que me encuentren. Es hora de tomarse unas vacaciones y empezar a vivir la vida a lo grande. Carpe Diem. Ya habrá tiempo para tener miedo y cansarse de huir. Vivamos el presente.

lunes, 23 de mayo de 2016

Fuera de foco



La luz del amanecer se cuela por debajo de la puerta. Es una sensación extraña. Has perdido la noción del tiempo. Llevas más horas de las que eres capaz de recordar en esa habitación. Rodeado de ese olor a humedad y sudor. Las esposas te han hecho heridas en las muñecas. Te duelen los músculos de la espalda y las piernas de estar sentado. La cara mejor ni mencionarla. La imaginas como un trozo de carne macerado a golpes. A tu lado, los dos tíos que llevan contigo desde que empezó todo. Pasamontañas. Ropa militar. Aire castrense. Golpes. Acento eslavo. Y siempre la misma pregunta. ¿Dónde está la pasta? Tú, negando todo. Un trinomio que parece no gustarles: preguntanegativa-golpe. Y vuelta a empezar. Ellos tomándose su tiempo. Fumando y bebiendo cerveza. Dejando que el miedo haga su trabajo y tu cabeza empiece a funcionar. Búsqueda de respuestas. Tratas de hilvanar tus últimos movimientos. Nada. No hay por dónde cogerlo. No sabes de qué te hablan y tratas de hacérselo comprender. Nuevo golpe. De lleno. En la frente. La barrera idiomática parece algo insalvable.
Empiezan a hablar entre ellos. De espaldas a ti. No entiendes nada salvo algún que otroniet acompañado de aspavientos. El plan de pensiones que habías contratado empiezas a dudar que lo vayas a disfrutar. Uno de ellos resopla. El otro se encoge de hombros. Se colocan detrás tuya. El condicionamiento en plan perro de Pavlov hace efecto. Te encoges antes de que el golpe llegue. Te pilla de refilón. El otro se ríe. Oyes pasos. Te quedas solo. El pánico aflora, clavándose en tus nervios como alfileres debajo de las uñas. El tiempo pasa. Un minuto. Luego otro. Y otro...
No te das cuenta, pero estás llorando. Tienes los pómulos inflamados, acorchados. Y no sientes nada. Pero las lágrimas ruedan por tus mejillas hasta caer sobre tus piernas. A juzgar por el charco que hay debajo de tu asiento te has meado varias veces, pero no sabes cuándo. Bastante tenías con no perder el conocimiento ni ahogarte cuando te pusieron una toalla en la cara y empezaron a echarte agua por encima.
Frente a ti sigue el mismo punto rojo que llevas viendo desde que te quitaron la bolsa de lona de la cara y te esposaron a la silla. No sabes qué es. Las ideas que pasan por tu cabeza tampoco ayudan mucho. Lo más recurrente: un francotirador apuntándote con un láser a la cara. Suena demencial, pero ¿qué ha sidonormal en las últimas horas?
Oyes pasos detrás de ti. Tus amiguetes de cautiverio han vuelto. Se les oye más animados. Las suelas de sus botas militares arañan el suelo de cemento y el chirrido se te clava en los oídos. Te humedeces los labios. Así, a ojo, te faltan un par de dientes. Miras en tu regazo pero no ves nada. El Ratoncito Pérez se los ha debido llevar de estraperlo. Eso, o los que tienes delante van a hacerse un collar rollo Cocodrilo Dundee con ellos.
Te miran. Ahora van a cara descubierta. No hace falta tener un máster en esto del mundo de las extorsiones y el secuestro para saber lo que significa. No temen que les vayas a identificar en una rueda de reconocimiento. Mal asunto. Uno de ellos deja una bolsa a tus pies. El otro se enciende un cigarro. Da una calada y te echa el humo en la cara. Toses. Intentas decir algo, pero no te salen las palabras. El otro vuelve a preguntarte. ¿Dónde está la pasta? ¿Cuántas veces has oído la misma cantinela? La misma que ellos han escuchado la tuya: ¿qué pasta? No sé de qué me habláis. Esto debe ser un error.
Pero no hay golpe. En su lugar aparece un 38 brillando de manera amenazadora. Te apuntan con él a la cara. Entre ceja y ceja. Se te seca la boca y el corazón te late desbocado, golpeando en tus sienes.
El tacto del cañón es áspero. Lo aprieta con fuerza contra tu frente. Suplicas con la mirada, mientras repites una y otra vez no, no, por favor.
Su dedo índice aprieta levemente el gatillo. Ves cómo el tambor empieza a alejarse de su posición de equilibrio. Un nudo en la boca del estómago te impide tragar saliva. En su lugar sientes náuseas. El dedo sigue avanzando. Sin prisas. El martillo sigue retrocediendo. Hasta que se escucha un clic metálico. Después, no pasa nada. El arma deja de ejercer presión. El que la empuña se aleja sonriendo. Vomitas sobre tus piernas. Todo a tu alrededor empieza a cobrar vida. Focos de plató televisivo te ciegan. Suenan aplausos y risas enlatadas. El punto rojo que veías es una cámara. De detrás aparece un tío con un traje caro y el pelo engominado. Miras a tu alrededor sin comprender nada.
Bienvenidos al últimoreallity que está causando furor en medio mundo exclama con una sonrisa que parece sacada de un anuncio de dentífrico. Sea un hampón por un día.
No entiendes nada. Entran dos azafatas que se te acercan y te quitan las esposas. Te cuesta mantener en pie. El presentador te mira y te hace un guiño.
Dígame, ¿qué se siente?
Tartamudeas. Los que te han sacudido se encogen de hombros. Como diciendo, chico nos pagan por esto. Las facturas hay que pagarlas. No era nada personal.
Parece que aún no ha asimilado del todo bien lo que ha pasado sigue diciendo. No hay prisa, amigo. Hampa TV seguirá en directo después de la publicidad. Mientras tanto, siéntese y descanse. A la vuelta de los anuncios le entregaremos su cheque como primer finalista del concurso sonrisa a la cámara y una voz enoffque anuncia: estamos fuera.
Las luces del plató mueren. Los aplausos enmudecen y tú te quedas solo en mitad de la nada, con ganas de preguntar a alguien cuándo se emite para verlo con los colegas y disfrutar de tu éxito televisivo.

Al final del camino


Hace horas que el amanecer es historia. Las mismas que llevas sentado al volante del Chevy Impala del 64 que has afanadoen plena huida. Cuando aún había esperanzas de que la cosa saliera bien. Un palo a gran escala en un almacén de heroína. Entrar. Achantar al personal. Fardos de jaco cambiando de dueño y si te he visto no me acuerdo.Tres mil dólares por algo que no iba a llevarte más de quince minutos. Pero no. La cosa se ha ido a la mierda desde el principio. Los de dentro haciéndose los héroes. La mierda vietnamita con la que trafican bien merece comerse un plomazo en el pecho. Y eso ha pasado. Fuego cruzado. Los tres que iban contigo han caído. De los de dentro no sabes muy bien cuántos van a ver crecer las flores desde abajo a partir de esta mañana. La cosa no estaba para jugar a los generales contando bajas después de la batalla. El tiempo apremiaba. Has trincado un maletín y has salido por piernas entre callejones sin saber a ciencia cierta si te seguían. Un coche aparcado en mitad de un solar. Nadie cerca. Ventanilla rota. Crash. Un puente. El motor que se quejaba pero que al final se ha empachado de combustible y salía de allí quemando ruedas. El viaje dando sus primeros pasos.

De vuelta al presente. El calor es sofocante. La única alternativa que se te ha pasado por la cabeza es huir hasta la frontera. Que le jodan a los que te contrataron. Tienes la mitad del dinero acordado. Con eso y el potro que llevas en el maletín te da para vivir unos meses de puta madre. Tequila. Mujeres. Drogas. Y cuando la mercancía empiece a agotarse, siempre puedes cortarla con cualquier mierda para aumentar tus ganancias. Pero eso es el futuro. Ahora toca lo que toca. El sudor. El cansancio. Las ventanillas bajadas. La arena del desierto que se te mete en la boca y rechina en tus muelas. Enciendes un cigarrillo. La mezcla de alquitrán y mierda en tu paladar es de todo menos agradable. Cambias de marcha. El motor ronronea feliz. Gas a fondo. Al otro lado del horizonte te espera la ansiada libertad.

Nuevos recuerdos. Flashazos. La huida desesperada. Sirenas a lo lejos, en ese punto de incertidumbre en el que no se sabe si te siguen a ti o han recibido un aviso y les pillas de paso. Nudo en la garganta. Sudor de manos. Necesidad de mantener la cabeza fría. Un desvío. Carreteras secundarias. Poco transitadas. El camino ideal para saber si los chicos de Hoover te pisan los talones. Una gasolinera. Parada necesaria. Un chicano aburrido que te atiende. Depósito lleno. Una caja de Budweiser congelada y paquetes de Lucky Strike. Conversación banal. El tiempo. El calor. Esas gilipolleces. Lo básico para que si alguien pregunta tu cara sea anónima. Un tío más que pasaba por allí. Pagó. Se fue. Nada del otro mundo. La antítesis a dártelas de misterioso y silencioso, rollo hampón de cine. Esos llaman demasiado la atención y no te conviene.

Más kilómetros. La noche cayendo. Temperaturas más agradables. Conducción menos agresiva. Casi como un padre de familia llevando a su prole de mocosos a un picnic el 4 de julio. En la radio sonando Paint it Black una y otra vez.  Latas de cerveza vacías en el asiento del copiloto. Ardor de estómago. Enciendes un Lucky. El segundo paquete que te fumas en lo que llevas de trayecto. Toses. El cansancio empieza a hacer mella. Dudas entre descansar un rato o seguir. Resoplas. A tu alrededor no hay nada. Sólo desierto. Arena y cactus. ¿Dónde vas a parar? Escupes por la ventanilla y pisas el acelerador. Sacudida hacia atrás. Una calada. Tanteas a tu lado en busca de otra cerveza. La abres. Psst. Está caliente. Sofocas un eructo. Acidez. Ya queda menos, piensas tratando de evitar la náusea.

Las horas pasan. El confort de las sombras da paso a un cielo anaranjado. En llamas. Como las imágenes que has visto en televisión. Rollo napalm. El tío Sam buscando a Charlie. Aldeas incendiadas y esas cosas que se hacen en favor de la libertad. Los ojos te escuecen. En el párpado derecho tienes un tic. Parece como si tu cara fuera un cadáver fresco a medio devorar por un enjambre de moscas. Te duele la cabeza. La resaca apunta maneras de ser épica. Arcadas. El depósito de gasolina está próximo a la reserva. No sabes dónde estás ni a qué distancia tienes la gasolinera más cercana. Más tensión en tu cabeza. La paranoia empieza a aparecer. No dejas de mirar por el retrovisor. Temes ver aparecer a los de las placas. Empieza a hacer calor. La monotonía del paisaje tampoco ayuda demasiado. Giras la cabeza a la derecha. Te ha parecido ver una sombra. Nada. Falsa alarma. Vuelves a la conducción. Una piedra en el camino. La suspensión cruje. El coche hace un extraño. Tratas de controlarlo. Pero no hay suerte. Vuelcas. Vueltas de campana. La hostia es de órdago. Cuando paras de girar respiras hondo. Sangras y no sabes por dónde. Te palpas. Cortes en la cara y las manos. Nada serio. El motor echa humo blanco y huele a quemado. Mala suerte. A varios kilómetros está el paso fronterizo usado por contrabandistas y narcos. Un punto no vigilado. La entrada a la libertad parece que se te cierra por momentos.

Bajas del coche. Ves borroso. Te acercas a la puerta del copiloto. El asfalto arde. Coges el maletín y empiezas a andar siguiendo la carretera. Tu sombra se proyecta frente a ti, alargada, como si quisiera huir de allí. Tropiezas. Caes de cara contra el suelo. Tratas de levantarte. Un buitre aparece de la nada. Le ves acercarse dando saltitos cómicos hacia ti. Sonríes. Te acomodas en la arena ardiente. Ha llegado la hora de descansar un rato y un poco de compañía no te hará sentir tan solo.

martes, 3 de mayo de 2016

De pasada

Paso por aquí de refilón. Sé que este blog anda un poco con telarañas desde hace tiempo (causa de fuerza mayor podríamos llamarlo), pero la literatura no decae. Varios proyectos me tienen bastante ocupado. Pero si me da tiempo, esta semana cuelgo relato nuevo y, si saco tiempo para corregirla, pronto habrá una nueva novela por entradas. Podíamos decir que guarda cierta correlación con la de Polvo de Nevada que ya deje por aquí hace tiempo (y que está en libre descarga); pero bueno, tiempo al tiempo.
Dicho esto vuelvo a mis tareas literarias.
Un saludo

jueves, 28 de abril de 2016

¿Qué haría hoy Don Quijote con los molinos?

― ¡Mamá ese señor habla muy raro!― exclama un niño de poco más de seis años, agarrando con fuerza el brazo de su progenitora, quien, con gesto serio mira al guía de la excursión organizada por El Círculo de Amigos de Alonso Quijano.
― ¡No temas zagal! Eso que ves no son más que gigantes que amedrentan tu alma― responde don Quijote, levantándose la visera del yelmo―. Yo acabaré con ellos. Míralos, míralos bien. Por más que muevan sus hercúleos brazos al aire, desafiando mi acero, pronto morderán el polvo y pagarán cara su arrogancia.
― Mi señor, no son gigantes― protesta Sancho, acercándose al escaso galope que su montura le permite.
― Si no son gigantes, amigo Sancho, ¿qué diantres son?
― No lo sé mi señor. No lo sé. Todo esto es― titubea el escudero, observando todo a su alrededor con desconfianza―, es extraño mi señor.
― No, amigo mío. Es magia. Esos demonios de gran envergadura no son más que gigantes que os han hablando el seso con algún extraño sortilegio. Mas no temáis mi fiel Sancho, cuando acabe con ellos verás las cosas de otra manera. El fruto de sus encantamientos desaparecerá y vuestro seso, amigo mío, volverá a funcionar. Ya lo veréis.
Dicho esto, don Quijote vuelve a bajarse la visera del yelmo, y emprende el galope cegado por la cólera que siente en el pecho.
― Malandrines, ya os enseñaré yo a embaucar a la gente con vuestros encantamientos― brama, alzando la lanza al viento.
Sancho, por su parte, se queda atrás mirando a su alrededor. No cree que todo aquello sea fruto de magias ni engaños de feria. El suelo se muestra negro y duro, con franjas gruesas y blancas que lo recorren. El aire es surcado por cuerdas de aspecto metálico en el que se posan los pájaros. Por no hablar de los carruajes que hay apostados junto a las extrañas estructuras hacia las que galopa a uña partida su amo: tienen un aspecto que asusta, de vivos colores y sin caballos. Francamente, aquello parece un sueño.
Ajeno a la elucubraciones del bueno de Sancho, un grupo de turistas observa, con la boca abierta y el teléfono móvil en alto, al extraño tipo que ataviado con armadura corre a lomos de un caballo famélico rumbo al desastre contra los molinos eólicos que, según el guía de la excursión, ocupan el mismo lugar que en su momento ocuparon los famosos molinos contra los que el personaje cervantino se batió en desigualdad de fuerzas.
El zumbido de las aspas accionando imanes y mecanismos internos resulta ensordecedor. Don Quijote aprieta los dientes, sintiendo que el sonido taladra su cerebro.
― ¡No gritéis botarates sin haber probado aún mi fuerza!― grita enloquecido ante el fragor de la batalla que está por emprender.
Su galopada se ve interrumpida por un sonido metálico. Clonc. La lanza se le ha partido en dos y fruto del impacto, Rocinante, asustado, se ha detenido en seco lanzando a su jinete por los aires.
A toda prisa Sancho se aproxima a él para auxiliarle. La muchedumbre, por su parte, se ríe a carcajadas hablando una extraña jerga que ni el hidalgo caballero ni su fiel escudero son capaces de comprender: twitter, Facebook, retwittear, hastag…
― Sancho, amigo mío, dime qué ha pasado― pregunta con voz ahogada por el dolor don Quijote.
― Ya le dije mi señor que no eran gigantes, sino molinos― responde éste, frunciendo el ceño con resignación.
― No amigo mío, no. No me refiero al cruel combate en el que he sido derrotad. Me refiero que a qué ha pasado con esa gente que me ve descalabrado y no corre en mi auxilio.
Sancho mira a la muchedumbre que empieza a desfilar frente a ellos con la mirada fija en las pantallas de sus smartphones.
― Papá, el señor ese se parece a don Quijote― dice un niño de unos diez años, mirando orgulloso a su progenitor.
― No hijo, no. El de los molinos era Alatriste, que lo escribió Quevedo hace muchos años. A mí me tocó leérmelo en el cole cuando tenía tu edad.
― ¿De verdad?― pregunta el chiquillo, sorprendido ante la fuente de saber que es su padre.
― Pues claro, hijo. Venga, vamos a darnos prisa que en un rato hay fútbol y no quiero perderme el partido. La liga está muy reñida este año.
― A fe que no lo sé, mi señor― dice Sancho una vez que se quedan a solas en la explanada―. Mis entendederas no dan para saber si es cosa de magia o no. Pero me temo que esto que hemos visto no es más que el principio de aquello que los sabios llaman el futuro.
― ¿Tú crees, amigo mío?― pregunta don Quijote, incorporándose con dificultad.
― Me temo que sí mi señor. Los tiempos cambian y nosotros ya no formamos parte de ellos― responde, dejándose caer con pesadez junto a él.
El sol comienza a declinar en el horizonte, arrancando unos últimos destellos de su armadura. Hace largo rato que ninguno de los dos habla. Sancho está mordiéndose un padrastro, mientras que don Quijote mira al horizonte con gesto cansado, acariciándose los bigotes, mientras que se pregunta qué serán aquellos nuevos tiempos de los que le ha hablado su escudero. ¿Qué futuro le espera a la humanidad en la que un hidalgo caballero como él, es ninguneado ante artilugios tecnológicos cuyo funcionamiento desconoce?