viernes, 27 de mayo de 2016

GIve me five

Hace mucho que no cuelgo ningún relato. Ahí va uno. La escena es un poco "opresiva": un hampón interrogando a otro. Violencia. Dolor. Silencio. Hasta que el bricolaje humano surte efecto y acaba por cantar. Un poco rollo Tarantino me han dicho que parece la historia. Ya me diréis qué os parece. Sed malos y disfrutar del finde.

Seamos francos. Si tu vida fuera una novela, podría decirse que el cabrón que te creó se despachóde lo lindo contigo. No en plan personaje dickensiano que pasa hambre y penurias en un ambiente fabril e insalubre. Más bien lo contrario. Puso a tu alcance aquello que te gustaba y atraía como la mierda a las moscas. Lujos. Vicios. Tías. Fiestas. Pasta. Drogas. Y claro, te veías en tu salsa. Siempre te gustó ser el gallo del corral y ese ambiente era tu ambiente. Te gustaba y te dejabas querer. Con casi dos metros de altura, 120 kilos de peso y demasiada pericia y conocimientos en el noble arte de eliminar adversarios, pronto encontraste el camino perfecto para ser el macho alfa que partía el bacalao en los bajos fondos. Aunque claro, por todos es sabido que tanto se pasea la víctima ante el visor del francotirador, que éste, antes o después, aprieta el gatillo y le acaba por volar la tapa de los sesos, borrándole del mapa en décimas de segundo. O dicho en términos que resultan más prosaicos, podríamos decir que quien acaba por pasarse de listo tentando a la suerte se convierte en el candidato perfecto a jugar a la ruleta rusa con seis balas esperándole en el tambor del revólver, a ganarse un curso subvencionado por la mafia de submarinismo con zapatos de cemento para contemplar cómo la erosión marina se adueña de los restos de Pearl Harbor o, dependiendo de lo inspirado que esté el ejecutor, descubrir mil maneras de soñar con que todo acabe y la tortura llegue a su fin.
Y en esas estamos. Tú, a punto de empezar a despedirte uno a uno de los dedos de tu mano izquierda. Y yo, sonriente. Trabajando. Satisfecho. Un cigarrillo apagado en la comisura de la boca y unas tenazas en la mano. Ya lo dijo Michael Corleone: son negocios, nada  personal. Me pagan por hacerte la manicura estilo mafia. Es lo que hay. Sin rencores ni malos rollos. ¿Preparado? Empecemos entonces.

1
Éste encontró un huevo...

Si la cara es el espejo del alma, la tuya realmente ha conocido tiempos mejores. Mírate. Las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada. Sudando como un gordo en la cinta de correr de un gimnasio lowcost y el miedo anclado en la mueca que no logras disimular del todo. Sabes lo que te espera. Tú solito te lo has buscado. Has ido de listo, jugando demasiado fuerte y claro, las consecuencias son las que son. Un banco puede desahuciarte para saldar una deuda; la gente para la que trabajo puede meterle una bala en la cabeza a tu hijo pequeño a modo de prórroga de una cuenta pendiente.Vendetta cruzada lo llamarían los sicilianos. Pero vamos, que no te estoy contando nada nuevo. Tienes un nombre. Una reputación. Eres una puta leyenda en los bajos fondos de la zona. Un pez gordo que mordió el anzuelo equivocado. Uno más. Un nuevo inquilino del fondo de un pantano o el afortunado que acaba de ganar una parcela de un metro cuadrado en los cimientos de un chalet de lujo en mitad de una urbanización a medio construir.
¿Te gustan mis dotes de adivino? Parece que no, pero me la trae floja. Es mi trabajo y a él me empleo en cuerpo y alma, a torturar estudiando hasta qué punto puede el cuerpo humano aguantar el sufrimiento. Pero con estilo. Nada de sangre a borbotones, plásticos para no ensuciar el suelo de cemento ni cinta aislante y esas mierdas de golfo amateur. Lo mío es arte. Mis herramientas son tres: unas tenazas, un soplete y un cubo de agua; el resto no es más que atrezo de carnicero aficionado.
Te aguanto la mirada, desafiante. Tú haces lo mismo durante unos segundos. Parece ser que tienes un par de huevos o no tienes miedo al dolor; pero no, sólo era un simulacro. Agachas la cabeza. Tengo que empezar por enseñarte modales. Te agarro del pelo y tiro para atrás. Tu barbilla se eleva. Plas. Bofetón. Carne roja en la mejilla. Mensaje sencillo y directo: chulerías las justas. Aquí mando yo.
Me alejo un par de pasos. Te miro rollo director de cine vanguardista, haciendo encuadres con los dedos de las manos. Perfecto. Resulta patético, no sé si lo sabes, pero te acabas de mear. El suelo es poroso y lo absorbe rápido, pero queda un cerco oscuro que te delata. Empiezo a pensar que quizá se me haya ido la mano un poco con el tema de la codeína. No me preocupa demasiadoque te pase algo rollo sobredosis y esas mierdas, sólo que me jodería mucho que por ahorrar unpoco en cuerdas y esposas para tenerte quietecito mientras trabajo, los putos opiáceos te inhiban el dolor y no sientas nada. Aunque ya da igual. Sólo es cuestión de esperar. Me enciendo un cigarro y me siento en una silla, frente a ti. A mi lado, una mesa con todo lo que necesito para hacerte hablar. No hay prisa.
Más tarde. Ya empiezas a comportarte de una manera un tanto más racional. No es que te haya dado por ponerte a gritar o a forcejar por escapar, pero tus pupilas empiezan a responder a estímulos. Te acerco un cigarro encendido a los ojos. Pestañeas y apartas la cabeza mientras balbuceas cosas incoherentes. Perfecto. Me vale. Es hora de empezar a ganarse el pan.
Cojo tu mano izquierda. ¿Sabes por qué? Soy diestro y me resulta más fácil. Técnicas del oficio. No opones demasiada resistencia. Mejor. Siempre es mejor empezar esto sin demasiadas complicaciones. Estiro tu dedo meñique. Las mandíbulas de las tenazas se adaptan a su grosor a la perfección. Clac. Un sonido seco, como de madera al partirse y medio dedo que cae al suelo. Un corte limpio, profesional, a la altura de la segunda falange. Pones cara de qué coño ha pasado. La adrenalina pronto diluirá la droga de tus venas y empezaras a sufrir de verdad. Pero lo que de verdad importa, la esencia de todo esto, ya lo vas pillando: esto no es un juego.
Sangras de lo lindo. Más de lo que esperaba, la verdad. Pareces un viejo descalabrado y pasado de Sintrom o un cerdo a medio degollar, según se mire. Actúo de oficio. Enciendo el soplete. Cauterización primitiva. Riesgo de infección alto, rozando lo seguro. Aunque posiblemente mueras antes de que las bacterias hagan su trabajo. Por eso no te preocupes.
El olor es desagradable. Abres la boca, como si fueras a  gritar, pero no. Vuelves a cerrarla. Te fijas en el muñón humeante que era tu dedo y pierdes el conocimiento. Tiempo para tomarme un descanso. 
2
Éste lo coció...

El agua fría te hace volver en ti. Te rodea un penetrante olor a quemado. Donde antes tenías un dedo meñique ahora tienes un muñón humeante que apesta a barbacoa. Miras fijamente al frente. Si las miradas matasen, casi que debería empezar a tomarme en serio esto de acabar contigo cuanto antes. Pero no. No es el caso, así que te jodes. Yo sigo vivito y coleando. Y tú, mutilado.
Un incómodo silencio nos rodea. No voy a romper la magia del momento y pareces demasiado aturdido aún como para comprender qué es lo que está pasando y lo que está por pasar.
— ¿Qué quieres?— preguntas, al fin.
Enciendo un cigarro. Despacio. Sin prisa. Me encanta este rollito de prisionero y carcelero que nos estamos marcando. Suena muy cinematográfico.
— Información. Me pagan por saber dónde esta la pasta. Jodiste a las personas equivocadas — pausa. Calada. Humo en tu cara—. ¿Creías que dar el palo en uno de los locales de los rusos no te iba a traer problemas? Sinceramente, creía que eras más inteligente.
Callas. Bajas la mirada y mueves los brazos. Te sorprende descubrir que no estás atado. Sólo sentado en una silla de plástico blanca en un sótano desierto. Una idea parece surcar tu mente a la velocidad de una bala. Te leo el pensamiento sin problemas. Niego con la cabeza y te doy un manotazo en el muñón. Una mueca de dolor crispa tu cara. Al parecer la bala que zumbaba en tus ideas ha errado el tiro. Tratas de guardar la compostura, pero duele. Lo sé.
— ¿Dónde está la pasta de los rusos?
Tienes los ojos inundados de lágrimas, pero guardas la compostura. Me gusta tu estilo. Aunque tus silencios no tanto. Cojo tu mano izquierda una vez más. Forcejeas. Te invito a no oponer resistencia. Parece ser que hay una barrera idiomática entre nosotros que resulta insalvable. Mal asunto. Me pongo un poco bruto. Lo siento, pero mis jefes quieren recibir en pocas horas un paquete de dedos amputados; y ya sabes, eso se traduce en dinero. Tengo una hipoteca quepagar, pasar la manutención de los niños a mi ex.... esas cosas.
Te pego un bofetón con el dorso de la mano. Plas. Tu atención se centra en el golpe y desatiendes la mano. Aprovecho la cobertura. Movimiento profesional. Clac. Si tenías previsto casarte, el tema de la alianza nupcial parece que vas a tener que llevarla colgando del cuello como una puta criatura de Tolkien; aunque poniéndonos un poco pedantes y culturetas de Starbucks y iPhone, podríamos decir que todo apunta a que vas a desaparecer sin necesidad de anillo mágico y que en lugar de ir a tomar por culo a salvar la Tierra Media, vas a ir a otro sitio un poco más siniestro e improvisado entre bolsas de plástico y paletadas de cal viva. Pero mejor sigamos, que estoy creativo y motivado.

3
                  Éste lo peló...

Por la cara que pones, la cosa debe doler de cojones. Nunca me han calcinado una herida, he tenido la suerte de estar siempre al otro lado del soplete. Pero los resultados parecen avalar mi teoría.
— ¿Dónde está la pasta?— pregunto.
Callas. Tienes pinta de estar catatónico o en estado de shock. Me importa una mierda. Te pongo en antecedentes, para refrescarte la memoria y dejar que catalogues hasta dónde quieres llegar con esto del suplicio. Aunque, francamente, tu suerte está echada.
— A ver. ¿De verdad creías que te ibas a ir de rositas? Llevas demasiado tiempo en el negocio como pasar que eso sólo pasa en las novelas baratas y las películas. En la vida real, los listillos como tú suelen tener un destino bastante distinto al de los personajes planos y los actores que sobreactúan. Ya sabes... la gente habla. Sólo es cuestión de saber qué resortes tocar o a quien de su familia apuntar con un revólver. Todos tenemos un precio. Y ésa es mi especialidad. Llegar al fondo de la cuestión. Sólo tienes que tener un poco de paciencia y verás cómo tengo razón.
— Yo... yo....— balbuceas como un retrasado mental o un jodido yonqui con el mono.
— ¿Tú qué? La cagaste. Un local lleno de pasta. Una tentación de la hostia. Un atraco. Risas. Colegas dando el cante largando más de lo que debían. Los jefes cabreados. Yo haciendo mi trabajo. Investigar y encontrarte. Ya ves, a la larga todo se resume a lo mismo. Tiempo y empeño.
— Yo... yo...
A la mierda. No estoy aquí para jugar a las adivinanzas. Dile adiós a tu dedo corazón y volvamos a empezar. ¡Clac!

4
        Éste le echó la sal...

Parece ser que empiezas a ver que esto va en serio. ¿Ya estás dispuesto a colaborar? Probemos.
— ¿Dónde está la pasta? Dilo y esto acabará pronto— puntualizo esto último dándote un leve apretón mano-muñón.
Gritas. Ya no hay ni rastro de calmantes en tu sangre. Esto parece que se pone interesante. Veamos a qué nos conduce.
— Te lo voy a repetir una vez más. Esto no pinta bien para ti. Colabora, joder— hago una pausa, sopesando alguna idea que te ayude a decirme lo que quiero oír—. Voy a aceptar que no eras la cabeza pensante de toda esta mierda. Salta a la vista que esto te viene grande. Perfecto. No hay más que verte para saber que te faltan luces para montar algo así. Da igual. Me importa una mierda quién esté detrás de todo esto. Eso es cosa de los jefes. Sólo dime dónde está la pasta.
Sonríes. Tus ojos tienen un brillo febril. Definitivamente te estás quedando medio ido con todo esto. Suspiro y repito la pregunta.
— ¿Dónde está la pasta?
Te miras la mano o lo que queda de ella. Sí, joder. Parece un puto filete recién salido de laplancha. Vuelves a sonreír. No en plan arrogante de tío curtido en mil batallas que sabe que despuésde que hable no le queda otra cosa que ser ejecutado. No. Tu sonrisa es más la de un  demente de los de psiquiátrico americano de los años 50, babeante y zumbado bajo la atenta mirada de un gabinete psiquiátrico que toma nota de la respuesta de un paciente con daños neuronales irreversibles fruto de una terapia de choque demasiado agresiva.
Al fin abres la boca. Parece que quieres decir algo, pero tu voz suena ronca. Me acerco a ti. Cuando nuestras cabezas están cerca, me sacudes un cabezazo. Clonc. ¡Hijo de puta! Me has pillado por sorpresa, no me lo esperaba. El susto pasa rápido. Todo en orden. No hay sangre. Nada que temer por mi parte. Ahora es mi turno. Hora de devolver el golpe. A la mierda las tenazas. Cojo tu dedo índice y lo retuerzo. El hueso cruje. La mano te tiembla. Miras con gesto incrédulo cómo tus falanges ahora se doblan señalando al revés. Bonito, ¿verdad? Una puta obra de arte. Estoy por amputarte la mano y venderla como una jodida poesía perecedera.
— ¿Ya?— pregunto, masajeándome la frente— ¿Quieres más?
Nada. Joder. Eres terco como una puta mula. Esto no te va a llevar a ningún lado. Yo de ti colaboraría, pero tú mismo...
Me pongo en pie. Me duele la espalda. Camino a tu alrededor como un buitre describiendo círculos sobre un cadáver. Tengo un pie dormido y cojeo. Mi móvil suena. Los jefes. Mierda.
— Da?
La conversación es breve. La caja sigue sin cuadrarles. Quieren resultados. A la mierda mi escultura dactilar. Tenía previsto entretenerme un rato buscándole un nombre profundo, una puta metáfora de la vida. Algo así como “señalando el camino equivocado” o “a KontraKorriente”. Pero va a ser que no. Hora de volver al bricolaje básico de los bajos fondos. Tenazas y soplete. El resto ya lo conoces.

5
        … Y este picaro gordo se lo comió

Has vuelto a perder el conocimiento. Es acojonante cómo el cerebro es capaz de apagarse cuando el dolor es insoportable. Te dejo dormir un rato. No tengo prisa y estoy de mala hostia. Los jefes se han puesto pesados y eso no me gusta. Mato el tiempo colocando los dedos amputados en el suelo, señalándote. Así cuando te haga despertar te sentirás señalado por la culpabilidad. Fumo. Pienso. Echo en falta una revista o algo para hacer más amena la espera. Hace poco, hablando con otro hijo de puta como yo, me habló de una revista especializada en esto del crimen. Fiat Lux, o algo así se llamaba. No me acuerdo muy bien, ya iba demasiado ciego cuando dijo el nombre. Pero de haber sabido que ibas a parecer una puta princesa Disney durmiendo a la espera del beso del príncipe azul o a que un cabrón te arranque de los brazos de Morfeo con un cubo de agua fría, me habría pillado algún ejemplar. Lástima tener que improvisar y no poder organizarlo todo con antelación.
Estoy hasta la polla. Hora de resucitarte, rollo Lázaro levántate y anda en versión, cabrón despiértate y sufre. Agua fría. Boqueas, sobresaltado, como un pez fuera del agua. Guardo silencio, dejando que tus pensamientos se ordenen. No dejas de mirarte la mano. Sí, ya lo sé. Te he chamuscado un poco más de lo necesario. No parabas de moverte, qué esperas. Un trasquilón en el flequillo, quemaduras de segundo grado en la mano... viene a ser lo mismo. Vuelvo a intentarlo. A ver si tras consultarlo con la almohada estás más colaborador.
— Esta bien— dices. Al parecer sí que te lo has pensado mejor—. Espera un momento.
Desconfío. No me acerco mucho. Aún me duele la frente.
— ¿Habéis pillado a alguien más?
Claro que hemos trincado al resto de la banda, pero me lo callo. Ahora soy yo quien juega a hacerse el misterioso.
— Bueno, tampoco va a cambiar mucho las cosas— hablas rápido. Debes tener prisa por congraciarte conmigo y que te vea un médico—. Si te digo dónde está la pasta, ¿qué gano?
— Dime dónde está primero.
— Quiero garantías— tu fama de tío duro parece ser que es cierta—. Si no, no diré nada.
— Muerto no creo que vaya a servirte de mucho.
Pareces pensártelo. Encoges los hombros y empiezas a cantar. Yo a caminar una vez más a tu alrededor, haciendo resonar mis pasos sobre el suelo. Tomo nota de todo. Mi móvil vuelve a sonar. Los jefes otra vez. Me tienen hasta los huevos. No se lo cojo. Ya habrá tiempo para hablar después. Estoy trabajando. Tú sigues a lo tuyo, haciendo inventario. Dónde está. Cúanto es... Perfecto.
Bastantes billetes. Terminas y enmudeces. Parece ser que quieres ahorrar saliva. Sabía elección. Dejo que el silencio se prolongue unos minutos. Me coloco delante tuya. Una automática y una sonrisa cínica en los labios. Me miras sin entender qué está pasando. Como diciendo, enróllate un poco que acabo de cantarte todo lo que sé del asunto.
— Muchas gracias. Es justo lo que quería saber.
Después, aprieto el gatillo. PUM PUM. Tu cara desaparece en un visto y no visto. Dudo entre terminarte la manicura para que los jefes no se huelan nada raro. O callar y quedarme la pasta. Irles con el cuento de lo siento mucho, pero el hijo de puta no ha cantado. Pero qué coño, que les follen. Que se dediquen a ahogar las penas en vodka. Hay demasiados billetes de 500 esperándome. Primero, coger la pasta y desaparecer. Después, ya veremos qué precio le ponen a mi cabeza en caso de que me encuentren. Es hora de tomarse unas vacaciones y empezar a vivir la vida a lo grande. Carpe Diem. Ya habrá tiempo para tener miedo y cansarse de huir. Vivamos el presente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario