lunes, 31 de octubre de 2016

Spoiler

Deja que te cuente algo. No. No hace falta que te despiertes. Sigue durmiendo. Solamente presta atención.

Siempre he estado ahí. Desde el comienzo de los Tiempos. Mucho antes de que sobre la superficie de la Tierra la vida comenzase a desarrollarse, yo ya estaba presente. Esperando, paciente a que llegase mi momento. La hora de expandir mis alas, soplar mi gélido aliento y desaparecer sonriente y satisfecha. Sí, así es. He visto nacer y crecer Imperios. Los he visto sucumbir, desaparecer para siempre en el polvo de la Historia.

He viajado sobre campos de batalla. Cabalgué bajo un sol de justicia en el desierto a lomos de la cruz roja de los Templarios, y en el filo de las espadas sarracenas. He estado en la bala del francotirador que hace puntería en la cabeza de un niño en la cola del mercado, y en el ánima de un cañón antiaéreo de ochenta y ocho milímetros que abre fuego hacia el cielo en mitad de la noche. He campado a mis anchas por escenas aterradoras. Estuve en la mirada perdida de criaturas huérfanas en Varsovia, en el llanto y quejidos del soldado que agonizaba en Stalingrado con las vísceras fuera, sobre un océano de hielo que le rodeaba y ralentizaba su muerte. Estuve en el objetivo de Robert Capa en el Día D, en la selva codo a codo con el vietcong y el miedo de una columna de prisioneros rumbo al paredón. Avancé junto a las hordas bárbaras que hundieron el Imperio Romano. Crecí y florecí en la Edad Media, manifestándome en forma de plagas, enfermedades, miedos y fanatismos religiosos. Lamí el cuerpo de los infieles, al mismo tiempo que las llamas purificaban su alma y reducían sus heréticas formas a cenizas. De la misma manera que oí crujir sus miembros a cada vuelta del potro en frías y húmedas celdas, restallando tendones y astillando huesos mientras me limitaba a esperar. Ese es mi trabajo. Esperar entre bambalinas la hora de actuar.

Viajé a lomos de Little Boy en las bodegas del Enola Gay. Estuve presente en los ojos del gladiador fatigado después del combate. En las llamas trémulas del primer fuego controlado por el hombre. En las hambrunas que diezman la población mundial. Fui testigo del exorcismo de Almansa, corregí los cálculos y el método empírico de Unabomber. Habito en el odio y el fanatismo del camicace que estalla entre una muchedumbre desarmada e inocente. He estado en la mirada del familiar que tras una lenta agonía dice adiós a este mundo, y también he estado a tu lado amigo mío. Desde siempre. Desde el día en que dos azotes y el llanto dieron paso a tu vida. En tu mirada nerviosa ante el primer beso y en las lágrimas del primer adiós mientras el cuerpo de un ser querido era devuelto a la tierra en una caja de madera. Incluso aquella vez que el vecino del tercero comprobó que fumar mata. Sí. ¿Lo recuerdas? Se vació las venas con el filtro de un cigarrillo carbonizado. Entonces nos vimos. Tú entrabas en el portal. Yo salía. Fin de nuestra primera toma de contacto.

Pero deja que siga. Me he deleitado y sentida halagada en la barbarie humana. En lo dantesco- y en ocasiones lo soez- que acompaña a todo acto desesperado y fanático. Gestos heroicos, valientes y cobardes. Gritos aterrados, lágrimas congeladas para siempre en unos ojos muertos, y por supuesto miedo. Miedo a lo desconocido y a todo cuanto me rodea.

A buen entendedor pocas palabras bastan, dice un dicho popular casi tan viejo como yo, pero antes de dejar que despiertes aterrado en mitad de la noche. Ciego por el pánico, empapado en sudor y repitiendo una y otra vez algo tan estúpido como sólo ha sido un sueño, no hay que temer a los sueños; creo oportuno decirte mi nombre. Dejarte mi tarjeta de visita. Algo así como una breve presentación, ya que tarde o temprano nos conoceremos e intimaremos más- de eso no te quepa la menor duda-, y verás que no todo es tan frío y terrible como lo pintan. Es tu destino. El final de tu camino, de tu existencia en eso que llamáis vida. Y yo, soy la Muerte. La encargada de barrer los despojos que el tiempo deja en la cuneta, haciendo que viváis una fantasía en la que las voces de los que se fueron suenan como una melodía en vuestro recuerdo. Obviando aquello tan ligado a ellos, tan sumamente humano, que solamente sois capaces de recordarles como ángeles que por arte de magia se fueron al cielo.

Pero seré sincera. No hay cielos ni infiernos ni nada. Sólo oscuridad. Carroñeros que sacian su hambre con los cuerpos putrefactos de aquellos a los que amasteis, o cenizas vertidas al viento. Nada más.

Ahora, si me lo permites, creo que ha llegado la hora de irme. La noche, mi reino repleto de sombras aterradoras llega a su fin y yo debo marchar con ella. Disfruta del sabor amargo que te deja mi vista y recuerda, antes o después volveremos a vernos.