lunes, 23 de mayo de 2016

Al final del camino


Hace horas que el amanecer es historia. Las mismas que llevas sentado al volante del Chevy Impala del 64 que has afanadoen plena huida. Cuando aún había esperanzas de que la cosa saliera bien. Un palo a gran escala en un almacén de heroína. Entrar. Achantar al personal. Fardos de jaco cambiando de dueño y si te he visto no me acuerdo.Tres mil dólares por algo que no iba a llevarte más de quince minutos. Pero no. La cosa se ha ido a la mierda desde el principio. Los de dentro haciéndose los héroes. La mierda vietnamita con la que trafican bien merece comerse un plomazo en el pecho. Y eso ha pasado. Fuego cruzado. Los tres que iban contigo han caído. De los de dentro no sabes muy bien cuántos van a ver crecer las flores desde abajo a partir de esta mañana. La cosa no estaba para jugar a los generales contando bajas después de la batalla. El tiempo apremiaba. Has trincado un maletín y has salido por piernas entre callejones sin saber a ciencia cierta si te seguían. Un coche aparcado en mitad de un solar. Nadie cerca. Ventanilla rota. Crash. Un puente. El motor que se quejaba pero que al final se ha empachado de combustible y salía de allí quemando ruedas. El viaje dando sus primeros pasos.

De vuelta al presente. El calor es sofocante. La única alternativa que se te ha pasado por la cabeza es huir hasta la frontera. Que le jodan a los que te contrataron. Tienes la mitad del dinero acordado. Con eso y el potro que llevas en el maletín te da para vivir unos meses de puta madre. Tequila. Mujeres. Drogas. Y cuando la mercancía empiece a agotarse, siempre puedes cortarla con cualquier mierda para aumentar tus ganancias. Pero eso es el futuro. Ahora toca lo que toca. El sudor. El cansancio. Las ventanillas bajadas. La arena del desierto que se te mete en la boca y rechina en tus muelas. Enciendes un cigarrillo. La mezcla de alquitrán y mierda en tu paladar es de todo menos agradable. Cambias de marcha. El motor ronronea feliz. Gas a fondo. Al otro lado del horizonte te espera la ansiada libertad.

Nuevos recuerdos. Flashazos. La huida desesperada. Sirenas a lo lejos, en ese punto de incertidumbre en el que no se sabe si te siguen a ti o han recibido un aviso y les pillas de paso. Nudo en la garganta. Sudor de manos. Necesidad de mantener la cabeza fría. Un desvío. Carreteras secundarias. Poco transitadas. El camino ideal para saber si los chicos de Hoover te pisan los talones. Una gasolinera. Parada necesaria. Un chicano aburrido que te atiende. Depósito lleno. Una caja de Budweiser congelada y paquetes de Lucky Strike. Conversación banal. El tiempo. El calor. Esas gilipolleces. Lo básico para que si alguien pregunta tu cara sea anónima. Un tío más que pasaba por allí. Pagó. Se fue. Nada del otro mundo. La antítesis a dártelas de misterioso y silencioso, rollo hampón de cine. Esos llaman demasiado la atención y no te conviene.

Más kilómetros. La noche cayendo. Temperaturas más agradables. Conducción menos agresiva. Casi como un padre de familia llevando a su prole de mocosos a un picnic el 4 de julio. En la radio sonando Paint it Black una y otra vez.  Latas de cerveza vacías en el asiento del copiloto. Ardor de estómago. Enciendes un Lucky. El segundo paquete que te fumas en lo que llevas de trayecto. Toses. El cansancio empieza a hacer mella. Dudas entre descansar un rato o seguir. Resoplas. A tu alrededor no hay nada. Sólo desierto. Arena y cactus. ¿Dónde vas a parar? Escupes por la ventanilla y pisas el acelerador. Sacudida hacia atrás. Una calada. Tanteas a tu lado en busca de otra cerveza. La abres. Psst. Está caliente. Sofocas un eructo. Acidez. Ya queda menos, piensas tratando de evitar la náusea.

Las horas pasan. El confort de las sombras da paso a un cielo anaranjado. En llamas. Como las imágenes que has visto en televisión. Rollo napalm. El tío Sam buscando a Charlie. Aldeas incendiadas y esas cosas que se hacen en favor de la libertad. Los ojos te escuecen. En el párpado derecho tienes un tic. Parece como si tu cara fuera un cadáver fresco a medio devorar por un enjambre de moscas. Te duele la cabeza. La resaca apunta maneras de ser épica. Arcadas. El depósito de gasolina está próximo a la reserva. No sabes dónde estás ni a qué distancia tienes la gasolinera más cercana. Más tensión en tu cabeza. La paranoia empieza a aparecer. No dejas de mirar por el retrovisor. Temes ver aparecer a los de las placas. Empieza a hacer calor. La monotonía del paisaje tampoco ayuda demasiado. Giras la cabeza a la derecha. Te ha parecido ver una sombra. Nada. Falsa alarma. Vuelves a la conducción. Una piedra en el camino. La suspensión cruje. El coche hace un extraño. Tratas de controlarlo. Pero no hay suerte. Vuelcas. Vueltas de campana. La hostia es de órdago. Cuando paras de girar respiras hondo. Sangras y no sabes por dónde. Te palpas. Cortes en la cara y las manos. Nada serio. El motor echa humo blanco y huele a quemado. Mala suerte. A varios kilómetros está el paso fronterizo usado por contrabandistas y narcos. Un punto no vigilado. La entrada a la libertad parece que se te cierra por momentos.

Bajas del coche. Ves borroso. Te acercas a la puerta del copiloto. El asfalto arde. Coges el maletín y empiezas a andar siguiendo la carretera. Tu sombra se proyecta frente a ti, alargada, como si quisiera huir de allí. Tropiezas. Caes de cara contra el suelo. Tratas de levantarte. Un buitre aparece de la nada. Le ves acercarse dando saltitos cómicos hacia ti. Sonríes. Te acomodas en la arena ardiente. Ha llegado la hora de descansar un rato y un poco de compañía no te hará sentir tan solo.

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