Ya es miércoles. Punto de inflexión de la semana. No queda nada para el finde y aquí tenéis la penúltima entrega de todo esto (14/15). Todo empieza a cuadrar. Verdades que salen a la luz y alguien en medio de una mierda que no es suya. Mala suerte. Disfrutadla. El viernes acabamos con todo esto de una manera que os va a gustar. Palabra.
Me encanta. Joder, me encanta. La
situación es ridícula. Estás sentado en el asiento trasero del
coche. Las manos esposadas por debajo de las rodillas, por si te da
por hacer el héroe y quieres vengar a los que llevamos en el
maletero. No creo que lo hagas, pero prefiero ser prevenida. Sophie
conduce con clase. No hay prisa. Ella sabe dónde nos lleva, y con
eso es suficiente. No hay que hacer demasiadas preguntas a alguien
que está conduciendo. Ya lo decía un letrero de letras negras en el
autobús amarillo del colegio: No molestar al conductor. Y,
aunque no lo creas, soy una chica obediente.
Me giro hacia ti. Tienes cara de
pasmado. Deja que te cuente una historia mientras los kilómetros se
suceden, así te hago el viaje más ameno. Sophie es mi madre. Sí,
has oído bien. Sophie es mi madre. Era una puta que hacía la calle.
Una arrastrada. Tendría más o menos mi edad, veintipocos, cuando el
malnacido de O´hara la violó. Sí. Así fue. Una noche en la que
estaba más borracho de lo habitual. Había salido de la comisaría a
celebrar Dios sabe qué, y el caso es que ella se cruzó en su
camino. Como ya te he dicho la violó. La obligó a hacer cosas
horribles y se quedó embarazada. La magia de la vida, que no
entiende de brutalidad. ¿Ves? El egoísmo que tenemos de adultos lo
llevamos en los genes, desde que no somos más que una puta manada de
espermatozoides a la caza de un óvulo que fecundar.
Ella calló. No dijo nada hasta
que ocultarlo era una estupidez. Tuvo que dejar la calle. Empezó a
extorsionar al sargento, y éste, asustado, la obligó a abortar. El
pagaría los honorarios y la mantendría a cambio de silencio. Ella
aceptó. Acudió a una clínica clandestina, pero no pudo. El miedo
se apoderó de ella. Acordó con el médico darle gato por liebre. Yo
nací. Ella me abandonó, pero se comportó como una madre. O´hara
le montó la mierda esa del motel de carretera. Se la follaba de vez
en cuando y ella fue recopilando fotos y pruebas contra él y los
demás polis corruptos con los que se codeaba para sacarles más
pasta. El negocio no daba para mucho y lo poco que ganaba lo mandaba
al orfanato. Nunca me faltó de nada. Crecí y acabé por
descarriarme. La mala vida me llamaba. Soy un caso perdido. Lo sé.
Quería ser una estrella de cine. Cantante. Y antes de saber qué
hacía, acabé trabajado de puta en un tugurio. Ella se enteró. No
sé cómo, pero se enteró. Ya sabes, las madres son medio brujas.
Trató de sacarme de ese mundo, pero no quise. Discutimos. Nos
dijimos cosas horribles, pero eso no viene al caso. Yo seguí
ejerciendo, y ella tejiendo una tupida red. O´hara cayó en mis
garras. Se encariñó conmigo. Yo le dejaba hacer. Suena sucio, pero
cuando no hay esperanza de comer caliente a diario una se rebaja a lo
que sea. Y de esta manera fui escalando en el mundo de la noche, las
putas de postín y las drogas. Y aquí nos tienes, encanto. Ella
libre de las ataduras del motel, O´hara y su gente. Yo, dispuesta a
alejarme de directores de cine que lo único que quieren es una
mamada en el asiento trasero de su coche a cambio de prometerme
papeles que ya han prometido a otras quince antes que a mí por lo
mismo. Tenemos más de veinte de los grandes. Una vida por delante,
demasiadas cosas que contarnos y, lo siento encanto, tú no estás
invitado a las confidencias entre madre e hija.
Sophie pone el intermitente y
abandonáis la carretera. Entráis en un área de descanso. No hay ni
un alma. Todo esta oscuro. Sientes miedo, pero una voz en tu cabeza
te dice que pronto descubrirás lo que es el verdadero miedo, que
nada tiene que ver con el hormigueo que te recorre la nuca.
Sophie y yo nos bajamos del
coche. Nos alejamos unos pasos. Fumamos. Trato de intervenir en tu
futuro, encanto. En serio. No quiero que te mudes al otro barrio
pensando que te he traicionado. Pero mamá es como es. Acumula
demasiado rencor. No ha tenido una vida fácil. Dice que no hay nada
que hacer. Tú solo te has metido en la boca del lobo. Si no te
hubieras pasado de listo, dice, habrías tenido otro final. Me encojo
de hombros. ¿Qué le voy a hacer? A fin de cuentas es mi madre.
Tiramos los cigarros. Nos
acercamos al coche. Tu cara es un poema, encanto. Cuando tienes
miedo, te pones un poco feo. Pero no te enfades. Total, te va a dar
igual. Mamá saca la pistola de Vlad. La miras aterrado. Abre la
puerta. Tratas de forcejear. Pero la posición en la que te
encuentras no te deja demasiada libertad de movimientos. Te tumbas en
el asiento, en posición fetal. Lloriqueas. Mamá no se anda con
tonterías. Te sacude un culatazo en la cabeza. Pierdes el
conocimiento. Te quitamos las esposas y entra las dos te metemos en
el asiento del conductor. Saco un poco de coca del bolso. Mamá me
mira frunciendo el ceño. Me da igual, ya se lo explicaré: es de una
amiga, que se lo estoy guardando. Espolvoreo el salpicadero. Cogemos
la pasta y nos vamos. Entre los matorrales hay otro coche
esperándonos. Me despido de ti lanzándote un beso. No me lo
devuelves, arisco. Arranco el motor y nos largamos de allí como si
nada hubiera pasado. Un poco más adelante pararemos en alguna
gasolinera, avisaremos a la poli y se descubrirá el pastel. No creo
que se molesten demasiado en buscar huellas cuando encuentren la
sorpresita del maletero. Mucha suerte encanto. Prometo escribirte
cuando lleguemos a nuestro nuevo destino. O, pensándolo mejor, no
creo que vivas lo suficiente como para leer nada; así que mejor
ahorro tinta y sellos. La próxima vez que me folle a alguien lo haré
tumbada boca arriba, así podrás verme desde el cielo y sabrás
cuánto te echo de menos.
Un beso y mucha suerte, encanto.
Ciao.
Cuando abres los ojos no sabes
donde estás ni qué ha pasado. La cabeza te da vueltas y te sientes
como si la orquesta del desfile del 4 de julio estuviera afinando
entre tus parietales. Ves luces de colores que se acercan a toda
velocidad. Tratas de bajar del coche, pero las piernas no te
responden. Escuchas frenazos cerca. No opones resistencia. Levantas
las manos, aturdido. Tratas de decir algo, pero eres incapaz de
articular palabra. Dos polis te apuntan. Uno desde la ventanilla del
copiloto y otro desde tu puerta, que no sabes porqué, pero está
abierta. Un tercero se pasea alrededor del coche, caminando como el
sheriff de una peli barata. Sin prisa, acariciando la culata de su
38. Se dirige al maletero. Lo abre. Lanza una exclamación y llama a
sus compañeros. El que tienes al lado te da con el cañón en la
frente, lo justo para atontarte para que no te dé por jugar a los
cien metros lisos a oscuras,o arrancar el motor y salir de allí a
toda hostia.
Tu campo visual se limita a
puntos de colores metálicos y una extraña neblina que te rodea. La
cabeza es una puta tortura. Matarías por un analgésico, o, mejor
aún, un buen chute de codeína. Las palabras de uno de los polis
rompen tus pensamientos, retumbando en la noche.
- ¡Es O´hara! ¡Hijo de puta!
Te vas a arrepentir de haber nacido.
Baja el portón del maletero de
un golpe. La suspensión del Cadillac vota como si hubiera alguien
montándoselo en plan salvaje en el asiento trasero. Les oyes
acercarse a toda prisa. La misma voz que que antes te decía que
pronto descubrirías lo que era de verdad el miedo, te dice ahora:
ves cómo tenía razón.
Una mano que no ves de dónde
viene te estampa la cara contra el volante. Lanzas puñetazos por
instinto de supervivencia. Te sacan a hostias del coche. Caes al
suelo. Logras ponerte de rodillas y enganchar dos golpes a uno de
ellos, un uno-dos más desesperado que pugilístico. Él se queja y
grita. Al parecer le has hecho daño. No sabes dónde le has dado,
pero lo por lo que chilla le ha tenido que doler bastante. Tratas de
buscar otro objetivo. Un golpe en la nuca te hace caer de boca contra
el suelo. El paladar te sabe a tierra y sangre. Se ensañan contigo.
Uno de ellos pide la calma. Los golpes cesan. Te pones boca arriba,
tratando de respirar.
- Hagámoslo de manera legal-
dice tu salvador.
- ¿Qué quieres decir?- pregunta
uno al que sólo le ves los zapatos y los bajos de los pantalones.
- Llevémoslo al médico. Digamos
que lo encontramos así, en mitad de la carretera. Que le den el alta
y acabamos con él sin contemplaciones.
- ¡Ha degollado a O´hara!
- Por eso. Los de Asuntos
Internos están detrás nuestra. De esta manera salvamos el pellejo.
Recibimos el aviso de lo de O´hara. Veníamos para acá y nos
encontramos a este desgraciado tirado en la carretera. Nada
vinculante. Y así podemos darle pasaporte sin problemas.
- ¿Y las huellas en el coche?
- Quemémoslo.
- ¿Con O´hara dentro?
- No creo que le importe mucho a
estas alturas.
- Eres un genio, Joe.
- Tengo más experiencia, chico.
Y sé a qué médico llevarle.
Los dos se ríen. El que aún no
ha hablado, el mismo al que has sacudido, se acerca a ti. Te pisa la
cabeza. Tu nuca rebota contra el suelo y pierdes el conocimiento.
Hora de echarse un sueñecito y reponer fuerzas.
-Continuará-
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