miércoles, 25 de marzo de 2015

Kryptos

Es miércoles y aquí estamos. Con una reseña calentita que soltar. No me voy a enrollar demasiado. Sólo decir que el miércoles que viene volveré a dejarme caer por aquí con un relato bastante potente (por lo que me han dicho mis betas) y poco más. Disfrutad esto que os dejo y ya sabéis, si os mola: difundid, que en esta ocasión es por una buena causa que nada tiene que ver con mi desinflado ego de escritor de género negro.

Debo confesar que no soy muy amigo de esto de las reseñas. Creo que como lector, cada uno debe dejarse llevar por sus propias inclinaciones o gustos, sin que opiniones ajenas puedan condicionar futuras lecturas, pero en esta ocasión haré una excepción. Que nadie espere una crítica mordaz y concisa porque aquí no la va a encontrar. No soy crítico literario. Lo mío es más humilde, no paso de lector y aprendiz de escritor. Los juicios de valor y las clases magistrales de recursos estilísticos, en qué acierta o falla el escritor, la intensidad de la trama y demás zarandajas se las dejo a los especialistas en estas lides que, al parecer, abundan demasiado en Internet. No sé si por el anonimato que confiere la Red ante la posibilidad de soltar mierda por la boca dándoselas de experto en algo, o porque realmente la universidad de este país está francamente jodida y los pobres catedráticos tienen que ganarse el pan trabajando como mercenarios literarios online.
Sea como sea, ahí va mi reseña de un libro que desde un principio me sedujo por varias razones. La primera es que, pienso, la literatura de este país debe empezar a renovarse. Pasó la época de las vacas de oro y las editoriales tendrán que empezar a mover el mercado antes o después. Por eso suelo leer autores no consagrados (entre los cuales no me incluyo, aún me quedan muchas tazas de café para considerarme autor). Prefiero decir pobrecico con la ilusión que habrá puesto en todo esto a encontrarme con el quincuagésimo tocho del autor del momento y leer por quincuagésima vez la misma novela en la que lo único que cambia, si es que algo cambia, es el escenario y, con un poco de suerte, alguno de los personajes (que cada uno saque sus propias conclusiones al respecto).
Otra de las razones por las que me he lanzado a esto de reseñar Kryptos es porque me ha dado la gana. Así de sencillo. Conozco al autor, los dos estamos en nómina de la misma agencia literaria y me dije, antes de reseñar a otro, empecemos por el amigo Blas que a fin de cuentas si no le gusta lo que ponga siempre puedo esperarme a alguna presentación y redimirme con un par de cervezas.
Y por último, y tal vez ésta se la razón de más peso, se trata de un libro con fines solidarios. Sí, así es. Todas las ganancias que genera la obra van íntegras para la ONG Educo, encargada de gestionar becas de comedor para niños, y es que, nos guste o no, en este país a día de hoy hay familias que pasan hambre. Triste, pero cierto. Así que si esto que escribo sirve para que Kryptos se mueva y ayude a esos niños que se van a la cama con la tripa vacía puedan hacerlo con el buche lleno, pues mejor que mejor.

Y dicho esto, podemos ir metiéndonos en faena (temblad autores, que empieza el baile).
Debo confesar que a la vez que leía Kryptos estaba metido en otro proyecto (éste personal) que incluía estudiarme cual retoño Escribir un Thriller de André Jute; así que la cosa me venía que ni pintada. Desguacé el libro del señor Ruiz Grau y compañía con un sumo deleite y el colmillo retorcido (permítaseme la expresión revertiana) dispuesto a disfrutarlo y, seamos objetivos, tratar de poner en práctica algo de lo aprendido de la mano de A. Jute. Y la verdad es que fue una pasada. Muchos dirán que la trama es lineal o compleja, que hay “casualidades” que no son muy creíbles y bla bla bla bla (catedráticos de lectores Amazon seamos serios, por favor. Busquen a alguien que le interesen sus palabras y déjennos al resto tranquilos). Bajo mi punto de vista la novela es un novelón. Atrapa, que de eso se trata este negocio. Te mantiene en tensión desde la primera página hasta la de agradecimientos. Se trata de un thriller, y todos sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol. Sigue la estructura de este tipo de escritos (por otro lado, normal, ¿no?) haciendo que el lector se vaya adentrando en un mundo que pasa rápido ante sus ojos, obligándole a esperar el desenlace. Aquí el colmillo retorcido (permítaseme otra vez la expresión revertiana) volvió a salir a flote. El giro final empieza a entreverse en las últimas veinte páginas, pero no amigos. No es oro todo lo que reluce, y el amigo Blas y sus secuaces ya tienen tablas en esto. Cuando uno sonríe confiado, diciendo el malo es fulano o mengano, se queda con cara de gilipollas al ver cómo la trama escapa por unos derroteros inesperados para acabar dando con un final que, por lo menos a mi, me obligó a exclamar un: cabrón, me la ha colado.
Por lo demás poco hay que decir. La acción abunda, quitando el aliento. La idea principal (nacida en Twitter) es muy acertada. Y los personajes están conseguidos. Nada de descripciones eternas detallando al milímetro las motas de color dorado que brillan al sol en las pupilas verdes del personaje principal. No. Los autores emplean de manera magistral la caracterización “pasiva” de los personajes, esto es, dando mayor peso a su caracterización desde un punto de vista externo y psicológico que perderse en un mar de adjetivos y enunciados que aburren y no son más que pura paja que añadir en copia-pega cada vez que uno de los personajes empieza a ganar peso en el texto.
Por otro lado, y para terminar, voy a ser sincero, debo confesar que echo de menos el trinomio que marca todos mis escritos: drogas-dinero-muerte. Aunque mejor dejémoslo así, no sea que a estos tres monstruos se les ocurra meterse en estos berenjenales y un servidor acabe vendiendo bocadillos de mortadela en la puerta de un colegio en lugar de seguir dándole a esto de la tecla.


Espero que este tostón que he soltado así de buena mañana sirva para algo, porque, omitiendo alguna errata o error de puntuación (eso también lo tienen las novelas del Grupo Planeta) es una novela que realmente merece la pena. Y teniendo en cuenta el fin solidario que sigue, más aún.

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