lunes, 2 de marzo de 2015

Décimo Tercer Acto o Langosta con Sorpresa

Buenos días! Es lunes! La semana vuelve a arrancar y aquí estamos, a falta de tres capítulos para acabar la historia (13/15). La cosa empieza a cuadrar definitivamente. Un parking, dos fiambres, una automática apuntándote... ¿Qué más se puede pedir?
Disfrutad esta entrega, ya no queda nada y el viernes habrá sorpresa. Lo prometo.

Cena con glamour. El restaurante esta lleno de gente estirada. Un cuarteto de cuerda en un escenario ameniza la velada. Camareros con pinta de haberse escapado de una mansión victoriana se esmeran en cumplir con su trabajo. Dando el coñazo de mesa en mesa con sus: desea algo más el señor. Le traigo algo. Está todo a su gusto...
Te sientes incómodo y violento. Una colección de cubiertos que no sabes ni para qué sirven, parecen gritarte a pleno pulmón: éste no es tu sitio, escoria. Casi que preferías la mierda de comida de la cárcel. Allí, al menos todo sabía igual, como el rancho del ejército, y no te perdías en florituras y mariconadas francesas que no sabes qué coño significan.
Sophie parece tan perdida como tú. Los dos vais muy monos, muy arreglados. Ella vestida como una estrella de cine. Tú, como un empresario putero adicto a la farlopa y las chicas jóvenes. Miréis donde miréis, desentonáis. Por otro lado, habláis poco. Lo vuestro hace aguas. Al principio no le molaba mucho la idea de ir al Dinner Imperium. Prefería reservar habitación en el Flamingo o algún otro hotel levantado por la mafia para blanquear dinero, pasar un buen rato en la cama y cenar algo antes de echar una partida a la la ruleta. La idea era seductora, tenía su aquél. Pero lo acordado con Vlad era otra cosa bastante distinta.
Y en eso estáis.
Ella, suspirando como una heroína de Holywood y tú a la espera de librarte de ella. La situación te desborda. Para empezar habéis pedido langosta americana especialidad de la casa y en la puta vida habéis comido algo parecido. Vamos, que no sabéis si os gusta o no. Pero hay algo más humillante aún: con qué jodido tenedor se come esa mierda color naranja que parece un puto cangrejo hiperdesarrollado a consecuencia de las bombas atómicas que el Tío Sam tiró en Japón. Así que la cena permanece intacta en el plato. Lo único que habéis picoteado un poco es la guarnición, tras dudar si era algo comestible o un simple adorno estilo atrezo gourmet. Lo que sí que corre de lo lindo es el alcohol. A fin de cuentas con algo habrá que llenar el estómago.
Te distraes mirando a la gente que pasa. A la tías con trajes de noche brillantes y tíos con trajes cortados a medida. Sientes una mezcla de asco y envidia malsana. Asco porque no son tan distintos a la chusma con la que convives, lo único que es que sus negocios tienen el beneplácito de la sociedad, o a demasiados polis en el bolsillo como para que se haga público cualquier escándalo que ponga a un constructor en la picota. Y envidia malsana, porque algún día te gustaría ser como ellos. Todo el mundo en los bajos fondos aspira a eso. Regularizar sus negocios. Aunque ya se sabe. Una minoría llega a viejo en ese ambiente. Y sólo los privilegiados logran envejecer para materializar sus sueños y ser enterrados en suelo santo, en lugar de acabar buceando con zapatos de cemento.
Sophie en cambio parece una niña pequeña en una tienda de dulces. Contigo es tan cariñosa como un perro de presa enseñándote los dientes; pero por lo demás parece disfrutar con lo que ve. Con el ambiente. Sabe que no encaja. Tiene dinero y sabe que con eso basta para abrirse un hueco en la jetset de Las Vegas. Esos soplapollas de brillantina en el pelo que recurren a la gente como tú, son los mismos que encantados le enseñarían modales y la presentarían en sociedad, mientras tuviera dinero, claro. En Las Vegas todo tiene un precio. Y si no pagas, no eres nadie.
Miras la hora. Quedan cinco minutos para el encuentro en el aparcamiento.
- Deberíamos irnos ya. Podemos reservar habitación en cualquier hotel. Cogemos el coche y te llevo donde quieras, cariño- dices en tono de novio arrepentido, apoyando las manos sobre las suyas.
Te mira y sonríe. Sus ojos brillan. No sabes si de felicidad o a causa del alcohol.
- Espera que acabe la canción. Es mi favorita- responde, moviendo la cabeza al son de la versión de Frank Sinatra que está interpretando el cuarteto en el escenario.
Pides la cuenta. Es necesario agilizar los trámites. Pagáis. La música cesa. Salís. Una oleada de miradas os vigilan recelosas. En la calle os besáis. Todo muy bonito. La pareja ideal vuelve a funcionar. Camináis hasta el parking, cogidos de la cintura. Le pides la llave del coche. La busca en el bolso. Miras a tu alrededor. Vlad te da una ráfaga de luces. Asientes. Señal recibida. Hace frío. Huele a cemento y humedad. Tratas de centrarte en hacer lo que tienes que hacer. Cualquier pensamiento o estímulo, a estas alturas, sobra.
- Las debes de tener tú. No están en el bolso.
Palmeas en la pernera derecha del pantalón. Un sonido metálico tintinea, como un casquillo cayendo al suelo en una habitación desierta.
- Sí, perdona. No me había dado cuenta.
Sacas la llave y te agachas. Se escuchan pasos. Sophie emite un grito agudo. Asunto resuelto. Hora de erguirte. Zanjar el negocio. Coger la pasta y salir de allí.
Dejas la llave metida en la cerradura. Enciendes un cigarro y contemplas el panorama.
Frente a Sophie ves al sargento O´hara y Vlad. Un poco detrás la pelirroja de hace dos días. Te mira y sonríe, como diciendo hola encanto. La miras fijamente. Después a Sophie. No puede ser, joder, piensas.
- Hola Sophie- dice O´hara, cogiéndola de la muñeca con fuerza. Ella forcejea. Al parecer le está haciendo daño-. Acompáñame y no opongas resistencia. Va a ser mejor para ti.
Vlad saca un revólver y la apunta. Ves peligrar tu fuente de ingresos. Te acercas a ellos.
- Ni un paso más- te advierte O´hara.
Te detienes en seco y levantas las manos.
- Esto no es lo que acordamos, James- dice Sophie con voz melosa, idéntica a la de la pelirroja que no pierde detalle de lo que pasa-. Me das la pasta y te digo doy están las pruebas.
- No las tienes encima, ¡guarra!- grita, dándola un sonoro bofetón.
Sonríe. Abres los ojos como si acabaras de ver levantarse de la tumba al mismísimo George Washington.
Chico listo, encanto. Además de follar bien, eres inteligente. Contigo acerté de pleno, pienso al ver cómo vas encajando las piezas.
Vlad se mueve a cámara lenta. Apoya el cañón del revólver en la sien de O´hara. El sargento se convierte en un ser de aspecto decrépito. La piel de su cara se ha convertido en una máscara blanquecina en la que resaltan unas profundas bolsas violáceas que rodean sus ojos.
- Suéltala o eres hombre muerto, hijo de puta- dice, sin ningún deje o acento eslavo.
- Joder, Vlad ¿cúando has aprendido a hablar así?- pregunto contrariada.
- Esto es la Ciudad del Pecado. Todos tenemos secretos- responde, apretando con fuerza el cañón, mientras te mira de reojo.
- Podemos dejar eso para luego- interviene Sophie.
No sabes qué hacer ni qué coño está pasando. Intentas decir algo, pero prefieres callar. Todos parecen demasiado entretenidos y temes que romper el encanto del momento desemboque en un tiro en la frente.
- ¡Encanto!- te llamo. Me miras. Sigues alucinando. Me encanta- Échame una mano.
Te tiro una lona encerada y te ordeno que la pongas en el suelo. A los pies de O´hara. Vlad te mira, como diciendo: son negocios tío, sólo eso.
- No nos pongamos nerviosos. En el coche hay veinte de los grandes. No he podido reunir más, y falta por cobrar el seguro del motel- la voz del sargento O´hara resulta patética. Un torturador acojonado que trata de congraciarse con quienes consideraba sus víctimas.
Un sonoro bofetón le hace callar. Sophie está liberando la tensión acumulada y como consecuencia el policía se está comiendo una somanta de hostias en toda regla. Vlad la mira, dejándola hacer, como diciendo, lo mejor es que lo suelte todo y se tranquilice.
- Encanto, toma.
Es maravilloso saber que me vas a obedecer sin rechistar. No se si es por el poder que tengo sobre los hombres o porque te estoy apuntando con una automática a la altura de las pelotas.
- ¡Acaba con él!- te ordeno. El cañón del arma asciende de tu entrepierna a la cabeza.
Me miras extrañado. Joder, encanto. ¿No sabes qué hacer con un cuchillo de esas dimensiones? Siempre hay algo que acaba por estropear al hombre más maravilloso. Fin del cuento de hadas. Siempre es lo mismo, ya sea por una polla ridículamente pequeña, una eyaculación antes de tiempo o que en el fondo es corto de entendederas. A ver si esto te aclara un poco las ideas. Amartillo el arma. Das un respingo. Lo has pillado. Coges a la cabeza de O´hara por detrás y le rebanas el pescuezo. Un chorro de sangre empapa el traje de gala de Sophie. Ella jadea excitada. Vlad aparta la vista. O´hara agoniza como un cerdo en la matanza, tendido en la lona, ahogándose con su propia sangre. Convulsiona unos segundos que deben antojársele eternos y muere.
Me miras con los ojos inyectados en sangre. Sueltas el cuchillo y observas el cuerpo de O´hara besando la lona, nunca mejor dicho.
- ¡No ha terminado!- grita Sophie.
Te fijas en ella. Luego en mí. Joder, sí. Es lo que estás pensando. Haz la pregunta que te hierve en la cabeza o cállate. Pero deja de pensar de una puta vez.
Das un paso hacia Sophie. Las manos te chorrean sangre. Pareces un yonqui con el mono. Vlad te apunta. Retumba un disparo. Te llevas las manos a la cabeza y te tirás al suelo. El ruso cae a tu lado sujetándose las tripas.
- ¡Vamos! Levántate de una vez, encanto- te grito, ajusticiando a Vlad que me mira con ojos de perro apaleado. Pum. Ya no sufre-. Guarda estos fiambres en el maletero. Es hora de irse.
Mansamente obedeces. Me encanta. Los hombres sois tan simples... Sophie me mira. Sonríe orgullosa, como lo haría una madre que mirara a una hija a la que hace años que abandonó y que acaba de salvarla la vida. Cosas de familia. Los lazos entre padres e hijos es lo que tienen. Hoy por ti. Mañana por mí. Y mientras tanto, tú que vas a comerte un marrón que no es tuyo. Te jodes. Estabas en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. El resto ya lo irás descubriendo tú solito.

-Continurá-

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