Buenos días! Es lunes! La semana vuelve a arrancar y aquí estamos, a falta de tres capítulos para acabar la historia (13/15). La cosa empieza a cuadrar definitivamente. Un parking, dos fiambres, una automática apuntándote... ¿Qué más se puede pedir?
Disfrutad esta entrega, ya no queda nada y el viernes habrá sorpresa. Lo prometo.
Cena con glamour. El restaurante
esta lleno de gente estirada. Un cuarteto de cuerda en un escenario
ameniza la velada. Camareros con pinta de haberse escapado de una
mansión victoriana se esmeran en cumplir con su trabajo. Dando el
coñazo de mesa en mesa con sus: desea algo más el señor. Le
traigo algo. Está todo a su gusto...
Te sientes incómodo y violento.
Una colección de cubiertos que no sabes ni para qué sirven, parecen
gritarte a pleno pulmón: éste no es tu sitio, escoria. Casi que
preferías la mierda de comida de la cárcel. Allí, al menos todo
sabía igual, como el rancho del ejército, y no te perdías en
florituras y mariconadas francesas que no sabes qué coño
significan.
Sophie parece tan perdida como
tú. Los dos vais muy monos, muy arreglados. Ella vestida como una
estrella de cine. Tú, como un empresario putero adicto a la farlopa
y las chicas jóvenes. Miréis donde miréis, desentonáis. Por otro
lado, habláis poco. Lo vuestro hace aguas. Al principio no le molaba
mucho la idea de ir al Dinner Imperium. Prefería reservar habitación
en el Flamingo o algún otro hotel levantado por la mafia para
blanquear dinero, pasar un buen rato en la cama y cenar algo antes de
echar una partida a la la ruleta. La idea era seductora, tenía su
aquél. Pero lo acordado con Vlad era otra cosa bastante distinta.
Y en eso estáis.
Ella, suspirando como una heroína
de Holywood y tú a la espera de librarte de ella. La situación te
desborda. Para empezar habéis pedido langosta americana especialidad
de la casa y en la puta vida habéis comido algo parecido. Vamos, que
no sabéis si os gusta o no. Pero hay algo más humillante aún: con
qué jodido tenedor se come esa mierda color naranja que parece un
puto cangrejo hiperdesarrollado a consecuencia de las bombas atómicas
que el Tío Sam tiró en Japón. Así que la cena permanece intacta
en el plato. Lo único que habéis picoteado un poco es la
guarnición, tras dudar si era algo comestible o un simple adorno
estilo atrezo gourmet. Lo que sí que corre de lo lindo es el
alcohol. A fin de cuentas con algo habrá que llenar el estómago.
Te distraes mirando a la gente
que pasa. A la tías con trajes de noche brillantes y tíos con
trajes cortados a medida. Sientes una mezcla de asco y envidia
malsana. Asco porque no son tan distintos a la chusma con la que
convives, lo único que es que sus negocios tienen el beneplácito de
la sociedad, o a demasiados polis en el bolsillo como para que se
haga público cualquier escándalo que ponga a un constructor en la
picota. Y envidia malsana, porque algún día te gustaría ser como
ellos. Todo el mundo en los bajos fondos aspira a eso. Regularizar
sus negocios. Aunque ya se sabe. Una minoría llega a viejo en ese
ambiente. Y sólo los privilegiados logran envejecer para
materializar sus sueños y ser enterrados en suelo santo, en lugar de
acabar buceando con zapatos de cemento.
Sophie en cambio parece una niña
pequeña en una tienda de dulces. Contigo es tan cariñosa como un
perro de presa enseñándote los dientes; pero por lo demás parece
disfrutar con lo que ve. Con el ambiente. Sabe que no encaja. Tiene
dinero y sabe que con eso basta para abrirse un hueco en la jetset
de Las Vegas. Esos soplapollas de brillantina en el pelo que recurren
a la gente como tú, son los mismos que encantados le enseñarían
modales y la presentarían en sociedad, mientras tuviera dinero,
claro. En Las Vegas todo tiene un precio. Y si no pagas, no eres
nadie.
Miras la hora. Quedan cinco
minutos para el encuentro en el aparcamiento.
- Deberíamos irnos ya. Podemos
reservar habitación en cualquier hotel. Cogemos el coche y te llevo
donde quieras, cariño- dices en tono de novio arrepentido, apoyando
las manos sobre las suyas.
Te mira y sonríe. Sus ojos
brillan. No sabes si de felicidad o a causa del alcohol.
- Espera que acabe la canción.
Es mi favorita- responde, moviendo la cabeza al son de la versión de
Frank Sinatra que está interpretando el cuarteto en el escenario.
Pides la cuenta. Es necesario
agilizar los trámites. Pagáis. La música cesa. Salís. Una oleada
de miradas os vigilan recelosas. En la calle os besáis. Todo muy
bonito. La pareja ideal vuelve a funcionar. Camináis hasta el
parking, cogidos de la cintura. Le pides la llave del coche. La busca
en el bolso. Miras a tu alrededor. Vlad te da una ráfaga de luces.
Asientes. Señal recibida. Hace frío. Huele a cemento y humedad.
Tratas de centrarte en hacer lo que tienes que hacer. Cualquier
pensamiento o estímulo, a estas alturas, sobra.
- Las debes de tener tú. No
están en el bolso.
Palmeas en la pernera derecha del
pantalón. Un sonido metálico tintinea, como un casquillo cayendo al
suelo en una habitación desierta.
- Sí, perdona. No me había dado
cuenta.
Sacas la llave y te agachas. Se
escuchan pasos. Sophie emite un grito agudo. Asunto resuelto. Hora de
erguirte. Zanjar el negocio. Coger la pasta y salir de allí.
Dejas la llave metida en la
cerradura. Enciendes un cigarro y contemplas el panorama.
Frente a Sophie ves al sargento
O´hara y Vlad. Un poco detrás la pelirroja de hace dos días. Te
mira y sonríe, como diciendo hola encanto. La miras
fijamente. Después a Sophie. No puede ser, joder, piensas.
- Hola Sophie- dice O´hara,
cogiéndola de la muñeca con fuerza. Ella forcejea. Al parecer le
está haciendo daño-. Acompáñame y no opongas resistencia. Va a
ser mejor para ti.
Vlad saca un revólver y la
apunta. Ves peligrar tu fuente de ingresos. Te acercas a ellos.
- Ni un paso más- te advierte
O´hara.
Te detienes en seco y levantas
las manos.
- Esto no es lo que acordamos,
James- dice Sophie con voz melosa, idéntica a la de la pelirroja que
no pierde detalle de lo que pasa-. Me das la pasta y te digo doy
están las pruebas.
- No las tienes encima, ¡guarra!-
grita, dándola un sonoro bofetón.
Sonríe. Abres los ojos como si
acabaras de ver levantarse de la tumba al mismísimo George
Washington.
Chico listo, encanto. Además
de follar bien, eres inteligente. Contigo acerté de pleno,
pienso al ver cómo vas encajando las piezas.
Vlad se mueve a cámara lenta.
Apoya el cañón del revólver en la sien de O´hara. El sargento se
convierte en un ser de aspecto decrépito. La piel de su cara se ha
convertido en una máscara blanquecina en la que resaltan unas
profundas bolsas violáceas que rodean sus ojos.
- Suéltala o eres hombre muerto,
hijo de puta- dice, sin ningún deje o acento eslavo.
- Joder, Vlad ¿cúando has
aprendido a hablar así?- pregunto contrariada.
- Esto es la Ciudad del Pecado.
Todos tenemos secretos- responde, apretando con fuerza el cañón,
mientras te mira de reojo.
- Podemos dejar eso para luego-
interviene Sophie.
No sabes qué hacer ni qué coño
está pasando. Intentas decir algo, pero prefieres callar. Todos
parecen demasiado entretenidos y temes que romper el encanto del
momento desemboque en un tiro en la frente.
- ¡Encanto!- te llamo. Me miras.
Sigues alucinando. Me encanta- Échame una mano.
Te tiro una lona encerada y te
ordeno que la pongas en el suelo. A los pies de O´hara. Vlad te
mira, como diciendo: son negocios tío, sólo eso.
- No nos pongamos nerviosos. En
el coche hay veinte de los grandes. No he podido reunir más, y falta
por cobrar el seguro del motel- la voz del sargento O´hara resulta
patética. Un torturador acojonado que trata de congraciarse con
quienes consideraba sus víctimas.
Un sonoro bofetón le hace
callar. Sophie está liberando la tensión acumulada y como
consecuencia el policía se está comiendo una somanta de hostias en
toda regla. Vlad la mira, dejándola hacer, como diciendo, lo mejor
es que lo suelte todo y se tranquilice.
- Encanto, toma.
Es maravilloso saber que me vas a
obedecer sin rechistar. No se si es por el poder que tengo sobre los
hombres o porque te estoy apuntando con una automática a la altura
de las pelotas.
- ¡Acaba con él!- te ordeno. El
cañón del arma asciende de tu entrepierna a la cabeza.
Me miras extrañado. Joder,
encanto. ¿No sabes qué hacer con un cuchillo de esas dimensiones?
Siempre hay algo que acaba por estropear al hombre más maravilloso.
Fin del cuento de hadas. Siempre es lo mismo, ya sea por una polla
ridículamente pequeña, una eyaculación antes de tiempo o que en el
fondo es corto de entendederas. A ver si esto te aclara un poco las
ideas. Amartillo el arma. Das un respingo. Lo has pillado. Coges a la
cabeza de O´hara por detrás y le rebanas el pescuezo. Un chorro de
sangre empapa el traje de gala de Sophie. Ella jadea excitada. Vlad
aparta la vista. O´hara agoniza como un cerdo en la matanza, tendido
en la lona, ahogándose con su propia sangre. Convulsiona unos
segundos que deben antojársele eternos y muere.
Me miras con los ojos inyectados
en sangre. Sueltas el cuchillo y observas el cuerpo de O´hara
besando la lona, nunca mejor dicho.
- ¡No ha terminado!- grita
Sophie.
Te fijas en ella. Luego en mí.
Joder, sí. Es lo que estás pensando. Haz la pregunta que te hierve
en la cabeza o cállate. Pero deja de pensar de una puta vez.
Das un paso hacia Sophie. Las
manos te chorrean sangre. Pareces un yonqui con el mono. Vlad te
apunta. Retumba un disparo. Te llevas las manos a la cabeza y te
tirás al suelo. El ruso cae a tu lado sujetándose las tripas.
- ¡Vamos! Levántate de una vez,
encanto- te grito, ajusticiando a Vlad que me mira con ojos de perro
apaleado. Pum. Ya no sufre-. Guarda estos fiambres en el maletero. Es
hora de irse.
Mansamente obedeces. Me encanta.
Los hombres sois tan simples... Sophie me mira. Sonríe orgullosa,
como lo haría una madre que mirara a una hija a la que hace años
que abandonó y que acaba de salvarla la vida. Cosas de familia. Los
lazos entre padres e hijos es lo que tienen. Hoy por ti. Mañana por
mí. Y mientras tanto, tú que vas a comerte un marrón que no es
tuyo. Te jodes. Estabas en el lugar equivocado en el momento menos
oportuno. El resto ya lo irás descubriendo tú solito.
-Continurá-
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