viernes, 20 de febrero de 2015

Noveno Acto o De Vuelta a Casa

Ya estamos a viernes. El fin de semana está a la vuelta de la esquina y aquí os traigo una nueva entrega (9/15). Las cosas siguen fluyendo a su ritmo, paciencia que el desenlace está cerca. El lunes volveremos a vernos. Mientras tanto disfrutad esto que os dejo y, ya sabéis, difundid, difamad o pasad de mí.

Estás como en casa. Conoces Las Vegas como la palma de tu mano. 20 años en sus calles dan para mucho. Ver nacer fortunas. Arruinarse empresarios de renombre. Contemplar cómo abuelos con dinero se pulen la herencia de sus nietos entre coristas y putas de lujo. En fin, lo típico que podría esperarse en un lugar conocido como la Ciudad del Pecado.
Pero seamos francos. Eres carne de talego. El glamour y el lujo te llaman, pero donde te encuentras realmente en tu salsa es en el Paradise. Ese suburbio fuera de la ciudad en el que te has hospedado cuando las cartas han venido mal dada. Vamos, en la mayoría de los casos, cuando la pasta escaseaba y la tentación de los neones y los casinos era un reclamo irrefrenable para dar un palo y desaparecer una temporada. Un lugar perfecto. Donde nadie conoce a nadie y todos son mudos, ciegos y sordos cuando la pasma hace preguntas. Lecciones aprendidas bastante tiempo atrás: al que habla más de la cuenta se le deja de ver pronto. Un viaje en el maletero de un coche. Una dieta rica en plomo y la posibilidad de servir de abono para cactus en su propia parcela en el desierto. Un negocio redondo mantener el ecosistema del desierto de Nevada.
Cuando bajáis del coche, inspiras con fuerza el aire cargado de contaminación. Es el aroma en el que creciste al escapar de casa con quince años cumplidos. No a lomos de una motocicleta en plan rebelde sin causa. No. Lo hiciste por la puerta grande. Un coche robado y una automática en la guantera. Ya apuntabas maneras.
- ¿Dónde vamos a dormir?- pregunta Sophie, mirando a su alrededor extrañada- Esto no es lo que esperaba. Mi idea de empezar desde cero en Las Vegas era otra cosa.
Desde que salisteis del bar, su comportamiento parece haber cambiado. No es la misma. Su mirada es más fría. Su voz parece marcada por una determinación que no te gusta. No creíste en ningún momento la historia que te contó al colgar el teléfono. Aquello de que había estado hablando con la aseguradora y que le habían puesto trabas por la falta de no sabía qué documento, y que el pago se iba a demorar al menos una semana, te sonó a cuento chino. Y ahora, mirándola de soslayo, crees ver que ya no es la mujer solitaria y falta de cariño que parecía en un principio. No. Parece más bien alguien desconocido y peligroso.
- No. Esto no es lo que esperabas- dices con gesto cansado, apoyado en el capó del coche y fumando con parsimonia-. Pero si nos registramos en cualquier hotel de Las Vegas, la aseguradora del motel sospechará. Mejor esperar aquí, y una vez que hayamos cobrado la pasta, podremos darnos la vida que los dos queremos- concluyes, acariciándola con ternura las mejillas.
Ella sonríe y retira levemente la cara hacia atrás. Mala señal.
- Podemos registrarnos con tu nombre. O con nombre falso, ¿no?
Tragas saliva y el humo te hace toser. En cuanto que tu nombre aparezca en cualquier registro, es cuestión de minutos, o de horas si tienes suerte, que media ciudad sepa que estás allí; y en un día o dos, el otro medio estará buscando sicarios a cualquier precio para poder dormir sin tener que dejar un ojo abierto por lo que pueda pasar.
- ¿Mi nombre? Al salir del trullo hice autostop. Me paró un camionero. Me llevó hasta el LoveSpring. A las pocas horas, éste sufrió un curioso fenómeno de combustión espontánea. Y poco después aparezco en Las Vegas derrochando billetes. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán los federales en dejarse caer por aquí para mantener una conversación conmigo?- haces una pausa para dar una calada. Un Ford del 48 pasa a vuestro lado demasiado despacio. No te gusta-. Hazme caso. Será sólo una semana y después viviremos como reyes. Cuando hayan pagado los del seguro, no podrán probar nada. Todo será circunstancial y nadie querrá meterse en juicios sin pruebas.
Ella agacha la cabeza. El Ford desaparece dejando a su paso una densa humareda blanca. Miras a tu alrededor, desconfiado. Un instinto animal despierta en ti. Te sientes un depredador que ha detectado a un enemigo potencial en su propio territorio.
- Como quieras- dice al fin con un suspiro-. Espero que tengas razón en lo que dices, y pronto podamos disfrutar del dinero. Esto no es lo que tenía previsto, pero es mejor que ese maldito motel y la soledad de un día continuado en el siguiente.
La observas fijamente. Hay algo en todo esto que no te cuadra. Parece como si tuviese algún trastorno bipolar, o simplemente que esté como una puta cabra. Tan pronto es una mujer sumisa que delega todo en ti, como parece saber a la perfección qué terreno pisa. Das una última calada. Dejas caer la colilla. La aplastas contra en asfalto con la puntera del zapato y te acercas a ella, fingiendo una ternura que para nada sientes. Levantas su mentón y besas sus labios. Ella sonríe, asustada. Sus ojos vuelven a tener ese brillo marchito y lánguido de heroína de novela barata. Le devuelves la sonrisa. Coges su mano y tiras de ella.
- Conozco un sitio donde podemos dormir unos días. Es un lugar decadente y triste. Nadie nos buscará allí. Ya habrá tiempo para hoteles y suites del lujo. No tengamos prisa.

La pensión de la señora Shamorovich es tal y como la recuerdas. Sucia. Cochambrosa. Las paredes de papeles pintados de color crema, repletas de cercos de humedad, como el colchón de un viejo borracho manchado de orina y poluciones nocturnas. Conoces ese antro. Te has refugiado en él en más ocasiones de las que eres capaz de recordar. Podría decirse que, en cierto modo, te sientes como si esa mierda constituyera para ti un hogar. Nada ha cambiado desde la última vez, y es algo que agradeces.
- Buenos días, señora Shamarovich- dices al entrar.
La vieja Shamarovich levanta la vista del libro que finge leer y te dedica una sonrisa desdentada. Está sentada en una ridícula habitación frente a la puerta que hace las veces de recepción. El mobiliario lo constituyen una mesa llena de platos sucios y mugre. Una estantería desvencijada y un busto de Joseph Raymond McCarthy, para dejar claro que lo único que tiene en común con sus primos bárbaros de la URSS es el apellido. Selección natural. El fuerte prevalece. El débil desaparece. Y el mediocre se acerca al sol que más calienta. Adaptarse o morir. 
- Ya saber yo que volverrías por aquí- dice a modo de saludo con un terrible acento eslavo-. Ya saber yo, ya saber.
A continuación suelta una retahíla de palabras que no entiendes, pero por la manera en que os mira y la cara de malicia lujuriosa que pone, deduces que debe de ser algo relacionado con vosotros dos, una cama, posición horizontal y el crujir de un colchón de muelles herrumbroso y sucio.
- Queremos una habitación para dos, ¿podría ser?- pregunta Sophie, abrazando el bolso con fuerza contra su pecho.
Una pose de plena tranquilidad y confianza en la casera de este antro, piensas.
- Da! Yo tener habitación. Venir conmigo.
La seguís a lo largo de un pasillo estrecho que huele a orina y vómito hasta una puerta pintada de blanco con cercos de óxido en las bisagras. La vieja Shamarovich la abre.
- Prrimerro la pasta. No quierro sorprresas- puntualiza, mirándote fijamente-. Ser cinco pavos por serr dos. No haberr desayuno ni comida. Eso en bar de la esquina. Aquí solo dormir- una sonrisa cómplice escapa entre sus encías libres de dientes al decir esto último, al tiempo que extiende la mano con la palma hacia arriba.
Sophie paga y entra en la habitación. La vieja se marcha, contando el dinero en su lengua natal: odin, dva, tri...
La habitación es deprimente. Diminuta. Con una cama de matrimonio sucia y cochambrosa. De paredes cubiertas de moho y el techo descascarillado. Una bombilla colgando de un cable cubierto de pelusas y un interruptor de baquelita chamuscado. Eso es todo. La única ventana da a un parque poblado de drogadictos y vagabundos. Y un poco más allá, a lo lejos, se intuyen las siluetas de los casinos y el lujo de Las Vegas.
Sophie mira con tristeza el horizonte. Te acercas a ella y la rodeas por la cintura. La hostia de la ternura para alguien como tú. Un ramo de flores y una botella se te antojan como el súmmum del romanticismo, y no tienes pasta en la cartera para tonterías. Ella apoya la cabeza en tu hombro.
- Tranquila. Saldremos de este agujero dentro de poco- dices, separándote de ella.
- ¿Dónde vas? Su voz suena nerviosa, asustada.
- Voy a ver a un par de contactos. Tengo que empezar a agilizar los trámites para salir de esta mierda- recalcas lo de mierda pasando un dedo por la pared-. Volveré pronto.
- ¿Y yo?
Te encoges de hombros de manera elocuente: a mí qué me dices. Habla con la casera, a lo mejor te da lecciones de ruso a un precio módico.

Sophie frunce el ceño. Coloca los brazos en jarras. Tú, cierras la puerta al salir. No estás para numeritos de mujer histérica y despechada. Es la hora de hacer que la rueda de la venganza empiece a moverse. Y lo único que necesitas son unos cuantos centavos y una cabina de teléfono. De lo primero llevas en el bolsillo un par de pavos; lo segundo ya lo solucionarás. Total, no tienes demasiada prisa por volver a tu nidito de amor.


-Continuará-

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