lunes, 31 de julio de 2017

De brotes de soja y palos erróneos

Primera parte:

El plan es sencillo. Cuatro tíos. Una tienda de chinos. Patada a la puerta y entran tres. El otro vigilando desde el coche. Gritos. Órdenes. Mensaje sencillo y conciso, que no están las cosas para andar pidiendo traductores a la embajada. Chino, ya me vas abriendo la caja y la vacías en esta bolsa. Tú, la del mostrador, saca los cartones de tabaco. No nos toquéis los cojones que no estamos para tonterías. Todo esto apuntando con la recortada y la cara tapada con medias. Así rollo película de Hollywood. La cosa cuaja y los dependientes obedecen. El tercero, a falta de nada mejor que hacer arrampla con los estantes cercanos. Los nervios son muy malos y a unos les da por fumar como si no hubiera un mañana. A otros, en cambio, por la comida basura. La vida es simple, naces y mueres y antes o después todos acabamos siendo pasto de gusanos.

La cosa termina. Los tres saliendo. Uno de los de dentro que quiere emular a los de la saga Lee y acaba como Brandon. Pum. Plomazo en la cara. Cirugía radical. De valientes el cementerio está lleno y éste va camino del olimpo de los héroes anónimos. La herramienta aún suelta humo cuando se montan en el coche. Respiración entrecortada y subidón de adrenalina. Hora de salir por piernas de allí, no sea que tanto ruido traiga oídos curiosos y estos vistan de azul y piloten un coche patrulla.

Segunda parte:

Las cosas van como van. La pasta se pule. Demasiadas fiestas. Demasiada farla. Demasiadas putas. Y claro, la avaricia rompe el saco y cuando éste se queda sin un pavo toca volver a las andadas. Si una vez la cosa ha funcionado, por qué no lo va a hacer otra. Y al lío. Mismo modus operandi. Otra tienda de chinos y el mismo rollo. Pero claro, tanto va el cántaro a la fuente que se acaba rompiendo. Y en la calle, esta rotura siempre se ve precedida por lenguas que hablan demasiado y oídos indiscretos que oyen más de la cuenta.

Nueva patada a la puerta. Cristales saltando por los aires. El clinclinc de un móvil que cuelga del techo enmudece al ser arrancado de cojo. El local parece sin moros en la costa. Dos plantas. Muchas estanterías. El amigo de la comida basura a vaciarlas. Los otros dos a amenazar y gritar. El que va de líder se viene arriba, metiéndose en el papel. Vamos amarillo, dame lo que te pido o te borro esa sonrisa de la puta cara, cabrón. Tensión. El chino que ni se inmuta. Sonrisilla de no entendel, ¿quieles celvesa flía? y vuelta a empezar. Los nervios que se tensan como cuerdas de piano. Ruidos extraños en la planta de abajo. Una puerta que se cierra de un portazo. Pasos atropellados por las escaleras y en un visto y no visto, quince tíos con pinta de ninjas apareciendo de la nada. Las cosas empiezan a torcerse. Desde la calle se escucha el chirrido de unas ruedas quemando asfalto. Pintan bastos y aquí no hay rescates que valgan. Los muertos de hambre que juegan a los gangsters no son un banco. Aquí ni dios va a mover un dedo por ellos. Pero mejor dejemos que la cosas se sigan desarrollando.

Tercera parte:

Una mesa de madera y un martillo de cabeza redonda. Pumb. Unos nudillos que se rompen. Y los golfos amateur que antes gritaban dándoselas de machitos, ahora chillan como cerdos a medio degollar. Lamentaciones. Súplicas. Huesos que crujen. Órganos que revientan. Una clase magistral de bricolaje humano.

Dos de los atracadores están inconscientes en el suelo. El tercero aún se resiste. Le han curtido de lo lindo, pero aún se mantiene en pie. La puerta del sótano se abre, dejando entrar un poco de aire fresco del exterior. Allí dentro huele a sudor y miedo. Fluidos corporales y humedad. El cambio se agradece por unos segundos.

Entran dos tíos. Uno alto y delgado, cargado con bolsas empapadas en grasa y especias. El otro con pinta de emperador. Los que se están ganando el pan se hacen a un lado cuando llegan a su altura. El respeto es palpable. Hablan entre ellos. Él asiente y se gira hacia la mesa. Parece evaluar lo que ve. Vuelve a asentir. Sonríe. Los ojos se le cierran más aún. Parece pensárselo. Se fija en los dos del suelo. Se acaricia el mentón. Hace un gesto inequívoco de pasarse el pulgar por el gaznate y se marcha por donde ha venido, junto a su silencioso compañero. La suerte esta echada y la respuesta no va a tardar mucho en llegar. Pero antes, comer algo en los tuppers que les han llevado. Lo primero es lo primero y al parecer durante un tiempo el pollo teriyaki no va a ser muy aconsejable en el restaurante de la planta de arriba,

Cuarta parte:

Enemigo que huye, puente de plata. O eso piensa el que dejó tirado a los tres de dentro de la tienda. Coche calcinado. Eliminación de pruebas. Y a vivir que son dos días. Aunque a juzgar por los que andan unos paso detrás de él, podemos decir que de esas cuarenta y ocho horas, le quedan sólo cinco minutos. Y si llega.

Pero mejor dejemos que respire y vayamos concluyendo. Que como bien dice el refrán siciliano «Cu é surdu, orbu e taci, campa ceni'anni'mpaci». Ya se sabe, quien es sordo, mudo y ciego vive cien años en paz, y servidor prefiere llegar a viejo pese a los achaques que acabar escabechado entre brotes de soja en la mesa de algún comensal aficionado a los precios económicos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario